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Crónicas de Aodren: Cerco de tinieblas

Los cascos de los caballos abollaban la tierra campo a través en un sonoro estruendo, cabalgando al límite de la resistencia, fustigados por un jinete que guiaba el paso de ambos cuadrúpedos entre miradas de desesperación hacia el trayecto que iban dejando atrás, donde la nieve y el frío ya habían comenzado su gran retirada. Su compañero apenas podía mantenerse erguido, bordeando la inconsciencia, aferrándose a la crin de su montura con la fuerza propia de alguien que cuelga del filo de un acantilado cuyo final se pierde en un abismo insondable. Las armaduras negras como el ébano se fundían con las pieles de los corceles, siendo estas de una tonalidad muy similar, creando perturbadoras siluetas desde lo lejos que bien los asemejaba a bestias horribles que corrían por las llanuras como alma que llevara el diablo ya de vuelta a las puertas del inframundo.


El jadeo de los animales no cesó hasta que llegaron a la plaza del pueblo del que habían partido, el mismo que permanecía bajo una estricta ley marcial. Uno de los sementales se desplomaría completamente abatido por el cansancio entre relinchos de angustia pocos instantes después de haberse bajado los montadores.

—¡Ya vienen! —vociferó un grito ahogado por la palpable y descontrolada tensión de quien lideró aquella carrera, al mismo tiempo que ayudaba a su camarada a incorporarse después de haberse dejado caer desde su caballo—, ¡ya vienen!, ¡nos rodean!

Ante aquel desgarro de la relativa calma y armonía acudió con premura el capitán, quien no tardó en hacerles llevar dentro de una de las tiendas de campaña improvisadas para que fueran debidamente atendidos y recuperaran el aliento. Al desfallecido terminarían apartándolo a otro lugar, resultando evidente que necesitaba atención especializada.

—¿Qué ha ocurrido?, ¿qué habéis visto? —reclamó el oficial con un vano intento de aparentar serenidad y compostura. El nerviosismo exacerbado del recién llegado portaba el reflejo de algo sobrenatural que le estremeció hasta los huesos.
—Encontramos el cadáver de la bestia que tumbó el brujo —respondió el muchacho tras unos tragos de agua. Su mano temblorosa hizo que pequeñas cantidades del líquido se desbordaran de la pequeña copa, su expresión poseía los ojos de alguien a quien su corazón está a punto de salírsele por la garganta—. Aquel amasijo de vísceras y huesos era horrible, jamás había visto una aberración semejante, y sin embargo no fue lo peor que presenciamos. Habían figuras encapuchadas moviéndose a su alrededor entonando extraños cánticos entre débiles neblinas de un color lechoso y espeso, uno de ellos portando en sus manos lo que parecían ser cabezas de algún tipo de animales sacrificados... Lo tuvimos claro, eran nigromantes, estaban intentando levantar de nuevo a aquella masa de carne muerta y deforme.

Su mente rememoraba su relato, su mirada dejó de estar en su interlocutor y se perdió en la nada junto a un silencio que perturbó a los presentes.

—¡Continúa! —se le ordenó con impaciencia.
—¡La escena fue dantesca! —respondió levantándose de forma violenta dejando caer la copa al suelo. Se acercó al capitán deteniéndose apenas a unos centímetros de su cara, haciendo que este retrocediera unos pasos asustado ante un rostro consumado por un horror que no puede ser descrito y que carcome al testigo en una lenta espiral de locura—, ¡uno de ellos intentó tumbarse dentro de aquella masa de podredumbre!, farfullaban, realizaban aspavientos, su ritual no tenía éxito y estaban claramente entrando en discusiones entre ellos... Pero entonces una parte de aquella carne muerta cobró vida, se movió, pude distinguir a unas fauces que sobresalían de una cabeza de toro desfigurada dirigirse hacia el tipo que se había acercado más y le desgarró un trozo de la cara sin esfuerzo. Aquel desgraciado no pudo reaccionar a un segundo ataque, esta vez dirigido al cuello, mientras el resto se apartaban y empezaban a clamar conjuros apuntando sus manos hacia aquel espectáculo. Un gran número de huesos de la bestia se alzaron en vertical, clavándose en la tierra, asegurando que no podría mover ninguna de sus extremidades, y todo alrededor de ellos se retorció más aún de lo que ya estaba. Aquella cabeza gimió de forma espantosa un par de veces antes de quedar inmóvil de nuevo. Aún tengo esos sonidos clavados en mi mente, no puedo sacármelos de la cabeza... —el gesto de golpearse la sien con sus puños lo repetiría varias veces.

Tras unos segundos se puso a hacer extraños gestos sin demasiado sentido, como si quisiera continuar hablando y hubiera olvidado usar su lengua. Señaló a su compañero ya tumbado en una camilla no muy lejos de allí y prosiguió, no sin cierto esfuerzo.

—Y entonces nos vieron, nos vieron agazapados y aterrorizados. A él le lanzaron algo, no vi nada, pero lo sentí, algo invisible se aferró a su ser y a duras penas pude convencerle para sacarlo de allí. No parecía estar tan mal a simple vista, pero empeoraba a cada paso que dábamos. Cabalgamos azuzando a los caballos hasta hacerles sangrar, ninguna velocidad era suficiente... El aire apestaba y para mi sorpresa presencié más neblinas como aquella de entre los árboles en diferentes zonas, bordeando el pueblo, y sobre ellas hacia el cielo se extendían sombras horripilantes carentes de forma, moviéndose, deborándose unas a otras y mostrando a veces unos rostros espantosos —en ese instante se puso en cuclillas y se cubrió la cabeza con sus manos—, ¡pensaba que me estaba volviendo loco!, y esos sonidos, ¡sacádmelos!, ¡sacádmelos de la cabeza!

La parte final de su relato le habría hecho pasar por un desequilibrado mental afectado por el encuentro o cualquier tipo de maleficio, de no ser porque sus palabras llegaron a oídos de alguien muy particular entre los allí reunidos, una de las que se hacían llamar sacerdotisas carmesí, un nombre dado por la costumbre de llevar un ojo pintado de ese mismo color en la frente. Eran una mezcla entre guías espirituales, fieras guerreras y hechiceras que acompañaban a comitivas militares de diversas órdenes como asesoras en cuestiones arcanas, aunque en realidad ostentaban un rango muy alto de poder y jerarquía, que usaban fundamentalmente para purgar todo aquello que consideraran una herejía contra las creencias de la enigmática secta de la que formaban parte. Dicha mujer había permanecido en un segundo plano, con oído atento, hasta que afloraron las menciones con respecto a aquellas sombras flotantes. Dio unos pasos adelante dejando entrever bajo su capucha una piel ligeramente morena y una pintura negruzca alrededor de la zona de los ojos. Susurró algunas palabras al capitán, haciendo que este se retirara rápidamente al cuartel de mando, no sin antes de que este último ordenara partir a algunas patrullas de refuerzo para vigilar cualquier movimiento en el perímetro del pueblo, sin saber que aquellos hombres y aquellas mujeres jamás volverían con vida.

Lejos de allí, en otra de las tiendas de campaña, otra sacerdotisa de muy diferente naturaleza procuraba dar los últimos cuidados a su protegido, quien había permanecido en un estado durmiente, de considerable debilidad y muy lenta recuperación hasta su llegada hace pocos días. Sin duda su poder de sanación era de una dedicación y talento únicos.

Quien estaba en sus manos por fin despertaba, y lo hizo con la sensación de haber estado soñando toda una vida. Una niña le recibió nada más abrir los ojos, un bello rostro de castaño y largo cabello con la mirada propia de un ser que es la semilla de la luz y la inocencia más pura, de lo que solo puede transmitir un enorme deseo de cuidado y protección a todo aquel de alma y corazón no corruptos.

—Ha llegado a tiempo para salvarte, logré avisarla —le dijo antes de esbozar una cálida sonrisa. Parte de su piel poseía las marcas propias de alguien que no ha sobrevivido a terribles quemaduras.

Aquella visión de ternura y humanidad desapareció en un parpadeo, dejándole con la sensación de ser un resto de los sueños que le habían estado embotando la mente, y el enigma de no saber a quién se refería, a quién había avisado. Terminó dejando a un lado todo ello mientras se incorporaba sobreviniéndole la sensación de un despertar agradable. No tardó en levantarse comprobando su aparente buen estado físico, pues ningún dolor o molestia acudió a él, y presenció la resolución del misterio al ver a su hermana organizar en una mesita cercana un cúmulo de hierbas, bendajes y unos cuantos frascos vacíos.

—¡Lizbeth!
—¡Aodren, por fin despierto, solo unos instantes antes de lo que tenía previsto! Los demás estarán muy contentos de verte, hicieron un esfuerzo sobrehumano para traerte de vuelta, estabas en un estado lamentable.
—¿Están todos bien? Yo...
—Sí, lo están, y ciertamente hay muchas cosas que deberías aclarar, pero viendo últimamente los movimientos que hay por aquí, hay eventos de mayor prioridad.
—No puedo describir mi alegría, pero tampoco negar el peso de mi culpabilidad, algo que pensaba tener bajo control acabó en desastre. Pero... ¿Erathia?, ¿qué hacía allí?, ¿y qué hay de la niña?
—¿Qué niña?
—Una que he visto hace nada... —se detuvo unos instantes al observar cierto ajetreo de aquellos soldados envueltos en tan extrañas armaduras preparándose para salir de la plaza— pero déjalo, no importa... ¿Qué hay de ellos?, ¿qué está ocurriendo aquí?
—La Orden del Guantelete Negro, Erathia estaba haciendo un trabajo con ellos. Han venido tras la pista de la actividad de un supuesto nigromante que había aterrorizado esta zona, y a confirmar los rumores sobre un supuesto brujo —dijo señalándole con la mirada de forma muy seria—, aunque de esto último ella no estaba al corriente. Sus curaciones te han mantenido a duras penas en el mundo de los vivos hasta mi llegada.
—No esperaba menos de ella —dijo con cierta desconfianza—. Creía que esa orden se había disuelto hace mucho.
—Yo también, están cambiando muchas cosas durante estos últimos tiempos.
—Ciertamente eso es lo único que no cambia, que todo esté en constante cambio, pero parecemos vernos envueltos a veces en una falsa ilusión de que todo permanecerá igual durante un largo tramo de nuestras vidas, ¿verdad?
—Sí, así es. A veces. ¿Pero qué hay de tí?, ¿te has traído algo más contigo de ese bosque aparte de ese mechón de pelo blanco?
—No sabría decirte —respondió observándose el detalle que le había pasado desapercibido ayudándose de un pequeño espejo, efectivamente una pequeña parte de su cabello se había vuelto blanco, y su tupida barba parecía contener igualmente algunos pocos pelos de ese mismo color—, he estado teniendo visiones muy extrañas, necesito tiempo para saber qué ha ocurrido exáctamente mientras ordeno mis fragmentos de memoria.

Lo que fuera del hombre y de la bestia ya había quedado atrás para el hechicero como una demudada piel marchita. Se sentía ser algo nuevo, algo diferente, pero a la misma vez seguía siendo él mismo. A pesar de la intensidad inusitada a causa de haberse asomado al velo de la muerte y estar a punto de no poder regresar, no era una sensación del todo nueva. Se preguntó si la propia existencia no se trataría de ese mismo tipo de ciclo repitiéndose de forma constante a diferentes intervalos, unos más duros que otros, siempre presentes a la vuelta de la esquina de una forma u otra. Oportunidades para aquellos con la suficiente fuerza mental para evolucionar y ser una mejor versión de sí mismos.

Era un día cerradamente nublado, un día que pareció esperar a ese momento concreto para hacer sonar un suave golpeteo de lluvia sobre el techo de tela de la tienda que le haría sentirse vivo en el presente.

—Las ropas y las armas están en la posada a buen recaudo, apuesto que no querrás estar mucho tiempo con esa sábana por encima —habló Lizbeth mientras contemplaba a Aodren salir lentamente y permanecer bajo la lluvia, con el rostro hacia el cielo y sus ojos cerrados, extendiendo los brazos a modo de cruz—. No sé qué se cuece en estas calles o más allá de ellas, pero podremos aprovechar el ajetreo para marcharnos todos juntos justo antes de que amanezca. No han puesto objeciones para que nos encargáramos de tu recuperación pero dudo que sus intenciones sean positivas, necesitas recuperarte y los demás también necesitamos descansar.
—Descansaré en lo que resta de día, pero déjame hablar mañana con quien esté al cargo de esa comitiva armada. Tengo el presentimiento de que algo se cierne sobre esta aldea, si hay vidas inocentes en juego no pienso permitir más desgracias mientras esté en mi mano.
—¿Acaso te has vuelto un santo de repente?, ¿piensas volver a jugarte la vida y la de los demás después de lo que hemos sacrificado para traerte de vuelta?
—Tampoco os pedí a ninguno de vosotros que viniérais a salvarme.

Un incómodo silencio germinó entre ambos, pero no duraría.

—Eres un egoísta —dijo ella visiblemente enfadada dejando caer unos utensilios con brusquedad sobre la mesa a su espalda, sin desviar su mirada de él—, y desde hace ya algo de tiempo. No puedo creer que guardaras dentro de tí tanto dolor como para no importarte ser abrazado por una muerte segura por mucho que pretendieras con ello salvar a los otros, porque en realidad no fue más que un sentimiento de culpabilidad al ser tú el responsable de haberlos llevado a aquel desastre. Estás tan encerrado en tí mismo que ya no te dejas querer por nadie, y te aseguro que si no sales de tu cueva por tu propio pie te sacaré yo a golpes, porque si crees que no le importas a nadie estás muy equivocado.

Su hermana le habló con sinceridad, sin tapujos, le mostró lo que en el fondo sabía pero que no quería oír. Le habló de esa manera por el profundo amor fraternal que le profesaba, porque se preocupaba por él, un hecho que no evitaría que sus palabras le hirieran profundamente. Pero tenía razón.

—Así que te guste o no, mañana nos vamos bien lejos de aquí, no hay nada más que hablar —añadió.

Daría tiempo antes de llegar la noche para un reencuentro de ambos con Gwenn, Ceneo y Erathia, bajo un techo más amable y al abrazo cálido del fuego de una chimenea. La alegría de estar juntos y a salvo continuó en una rápida puesta en común de buscar la manera de marchar silenciosamente en cuanto recuperaran algunas fuerzas y comenzara el nuevo día. La mente de Aodren permanecía sin desconectarse del deseo de llegar hasta la granja que recordaba haber sido atacada por aquella demoníaca creación fuera de control, quería recuperar los cuerpos de las víctimas, o lo que quedara de ellos. Darles una digna sepultura no calmaría su dolor, pero sí el descanso de aquellas pobres almas. Estuvieron de acuerdo en pasar por allí en cuanto estuvieran seguros de que no les seguía nadie.

Pasaron una noche relativamente tranquila en la que pudieron dormir algo, pero otros no tendrían ese lujo. Poco antes de que el amanecer rayara el filo de las montañas y comenzara a acariciar la copa de los árboles más lejanos llegaron apresurados mensajes al capitán, a quien no les hizo falta despertar, pues fue uno de los que hubo permanecido en vela y cuyo terror al mirar a través de las ventanas hacia las lindes del bosque durante la madrugada no conocería nadie más que él.

Fue informado de inmediato, las patrullas habían sido encontradas a la hora de hacer el relevo en un estado que iba más allá de lo dantesco. Sus cuerpos, sin vida, yacían esparcidos por los descampados aledaños a las últimas casas, mostrando signos de haber recibido terribles contusiones en sus órganos internos, como si hubieran sido reventados desde dentro. A algunos les habían sido extirpados los ojos, y a otros la lengua, mostrando todos en común una expresión de horror en sus rostros desencajados. Las pertinentes investigaciones no dieron con claras conclusiones, a excepción de que parecían haber echado a correr huyendo de algo sin ni siquiera intentar defenderse, saliendo y abandonado la relativa seguridad de la tienda de campaña donde dormían todos, cuyas paredes de tela habían sido rasgadas con desesperación, desde dentro hacia fuera.

La sacerdotisa carmesí aceptó a regañadientes la propuesta del oficial, acudieron enseguida al brujo y sus aliados en busca de apoyo contra algo que temían que les sobrepasaba. El plan de huída se vería truncado con ello, y tanto Aodren como Liz y los demás supieron que no habría juego para otras alternativas, aceptaron ayudar a cambio de un salvoconducto y una puesta al día sobre lo que estaba ocurriendo.

Aceptado el trato, la misteriosa encapuchada puso las cartas sobre la mesa con sus revelaciones. Basándose en las visiones de los soldados que volvieron con vida, creía que varios grupos de nigromantes trataban de conjurar un poderoso hechizo desde el bosque que terminaría expandiéndose hasta consumir el pueblo y todo el que estuviera dentro de él. Aquel hechizo formaba más parte de los mitos que de la realidad, pero no resultó extraño para casi nadie, bajo la aparente costumbre desde hace un tiempo a que las leyendas de libros olvidados y relatos de unos pocos sentenciados como dementes se estuvieran asomando sobre el mundo.

La mujer explicó que las víctimas bajo su radio de acción sufrirían una alteración de sus sentidos, serían cacapes de ver cosas no destinadas a ser vistas por una mente mortal. Las primeras señales estarían representadas por las sombras que vio aquel muchacho, un panorama de espanto que no sería de lejos lo peor si tienen el capricho de dejar al observador el tiempo suficiente con vida y sin perder la consciencia en el proceso, pues no son más que la comitiva de algo mucho más tenebroso. Hay pocas descripciones de lo que supuestamente aparece después de ellas, a excepción de que la sola contemplación de una de esas entidades lleva a la rotura total de los esquemas de la mente, los sentidos colapsan en una rápida pasarela hacia la pérdida inmediata del juicio llevando al sujeto a un salto de cabeza hacia el abismo de la locura más retorcida.

Todos permanecieron un rato en silencio, mirándose los unos a los otros. Tenían claro que se tratase de lo que se tratase había que actuar, y observando un pergamino con el esquema a modo de mapa de las calles y algunas zonas de interés del poblado, cada uno de los allí reunidos pondría su grano de arena para que la táctica a seguir no tardara en manifestarse. A partir de ese momento todo transcurrió muy deprisa.

Parte de la población fue desalojada hacia las partes más centrales de la aldea mientras Lizbeth y la sacerdotisa carmesí comenzaron conjuros de protección mental para todo aquel que portara un arma. Erathia usó su magia de bendición en porciones de agua para untar cada espada, lanza y flecha, antes de posicionarse con Gwenn en la torre más alta que había, un antiguo edificio de vigilancia situado en la plaza central con una buena visión cubriendo cada punto cardinal. La paladina imbuiría con una bendición aún más potente cada flecha antes de ser lanzada por Gwenn, no solo aumentando la potencia y la puntería, sino haciendo igualmente que al impactar naciera un rayo de luz que señalaría el lugar con claridad. El objetivo, cada punto donde se estuviera realizando uno de aquellos siniestros rituales.

Los únicos que atacarían dichos puntos serían Aodren y Ceneo, todos los demás se quedarían allí como última línea de defensa para los habitantes de aquella humilde región. El brujo por su parte poseería una mayor protección por sus habilidades místicas y su conocimiento en la magia negra, mientras que el guerrero iría con algo más que su extraordinaria habilidad marcial y resiliencia arcana, portaría el escudo de Erathia cedido por ella misma potenciado por sus propias conjuraciones sagradas. Tanto esta última como Lizbeth no podrían ir con ellos al gastar sus fuerzas en los hechizos de protección tan repartidos en tantas mentes y objetos, un gasto de energía tan considerable que no podrían aguantar un encuentro de un nivel tan desconocido sin dejar desprotegidos al resto. Parte de los soldados se desplegaron en círculo algo más atrás del perímetro que formaba el final de las calles, confiaban en que la protección que se les había dado les daría un mínimo de posibilidades para resistir y al mismo tiempo servir de distracción a la marea de oscuridad que estaba por llegar, permitiendo que esta no llegara a la población civil situada más adentro.

Tan pronto como empezó a llenarse de gente los barrios, la histeria y los gritos no tardaron en aparecer entre la multitud, que lejos de seguir un orden extendían el miedo y el caos antes de que llegara enemigo alguno. Con ello los hechizos de Lizbeth y la sacerdotisa fueron puestos a prueba antes de lo previsto, pues quienes portaban las negras armaduras no poseían un bagaje extenso de experiencia haciéndolos más vulnerables a la sugestión y al contagio psíquico. Algunos de los aldeanos intentarían incluso asaltar a algunos de ellos y robarles las armas, tal era el pánico y la poca confianza depositada en aquellos extranjeros, por muy amables que se manifestaran las palabras a través de sus yelmos.

Para cuando comenzó a volar la primera flecha sobre sus cabezas, tan brillante como si de una estrella fugaz entrando en la atmósfera se tratase, Aodren y Ceneo ya cabalgaban raudos procurando no atropellar a las pobres y asustadas almas que corrían a guarecerse siguiendo las instrucciones que les eran dadas. No tardaron en estar a campo abierto, ya muy cerca de la primera columna de luz que llegaba hasta el cielo dejada por el proyectil. La algarabía que dejaban atrás se iba apagando en sus oídos hasta que pronto un sobrecogedor silencio los abrigó frente al primer desafío.

—No te alejes de mí —habló Aodren a Ceneo—, nos mantendré al margen del área de efecto de esas sombras, pero procura no mirarlas. Centrémonos en todo el que se encuentre cerca de la llamarada blanquecina, que debería ser el punto central de su ritual, ¿entendido?, y debemos ser rápidos, no debemos darle tiempo a aparecer a lo que quiera que esté de camino, si es que no está ya por aquí.
—Me parece perfecto.

Descabalgaron con premura. Un portal oscuro surgido tras la espalda del brujo anunció que canalizaba su primera invocación, Ceneo avanzó adoptando una postura ofensiva apuntando hacia adelante su espada por encima del escudo. La invocación que debería haber traído a una mezcla entre duende y diablillo como ayudante lanzador de hechizos, trajo en su lugar a un cánido de gran tamaño que salió del portal con un gran salto. De fauces terribles, poseía la piel completamente chamuscada en algunas zonas, mientras que en otras carecía de ella, dejando entrever poderosos músculos y cavidades oculares completamente vacías en su cráneo.

El hechicero tuvo un sentimiento de alarma que resultaría efímero al comprobar que dicha criatura seguía sus órdenes. No era el momento ni el lugar adecuado para plantearse cuestiones, pero sin duda pensó que sus hechizos podrían haber sufrido cambios desde lo vivido días atrás, un hecho que confirmaría cuando hicieron caer una tormenta de mordeduras, desgarros y desmembramientos sobre todo aquel encapuchado que encontraron unos metros por delante alrededor de la extraña hoguera que emitía llamaradas fantasmales. Comprobó que su poder de incinerar la carne también había cambiado, pues ahora el sortilegio al caer sobre el objetivo hacía surgir un fuego azulado desde su interior que no quemaba su cuerpo, pero que parecía hacer arder fragmentos de la propia alma o espíritu a juzgar por los gritos de los condenados. Para los que intentaban huir a la carrera, vio que podía invocar zarzas de gruesas ramas que ataban pies y brazos desde justo debajo de los desafortunados, dejándolos a merced de la espada del guerrero.

—¿Qué clase de nueva brujería es esta? —gritó Ceneo por encima de los alaridos de dolor de sus enemigos al atravesarlos, el panorama desplegado por su compañero no le pasó desapercibido—, ¿estás convirtiéndote en una especie de druida o algo así?
—No lo sé —respondió Aodren dejándose llevar cada vez más por un éxtasis arcano—, quizá una mezcla de ambas cosas.
—¿Qué dices, una mezcla?, ¿entre brujo y druida? —un tajo limpio de su espada cortó una de las cabezas encapuchadas, volviendo a protegerse al instante detrás del brillante escudo de Erathia que desplegaba intensos fulgores cada vez que la marea de sombras que les rodeaba se les intentaba acercar.

Ya extinguido aquel fuego de otro mundo alimentado por los ensotanados y de estar seguros de haber acabado con todos ellos, contando siete muertes, se percataron de otros cuerpos sin vida que no recordaron haber sentenciado. Tenían ropajes propios de los habitantes del pueblo, y armas muy rudimentarias no se encontraban lejos de sus manos. Por la posición y el estado en el que se encontraban dedujeron que podrían tratarse de los confabuladores que sabotearon sus caballos y parte de sus equipos días atrás, los colaboradores con el nigromante que les tendió una trampa, cazarecompensas de poca monta. Habrían montado guardia para vigilar y proteger al resto de sus socios, los que intentaban extender aquel horror de otra dimensión, hasta que se vieron afectados por el propio ritual y no tuvieron tiempo de reacción alguno. Sus oscuros y supuestos aliados lo sabían, y tampoco se preocuparon por ello, cualesquiera que fueran sus recompensas prometidas no estuvo firmado en el pacto el que pudieran llegar a disfrutar de ellas.

La idea de que había resultado todo demasiado fácil se paseó por la mente del brujo y del guerrero, no hubo oposición ni resistencia alguna, pero lo achacaron a la concentración de fuerzas en el oscuro ritual que se traían entre manos y a la falta de previsión de que alguien pudiera acercarse tanto. Alzaron las miradas en busca de la siguiente columna de luz a modo de señal que debería indicarles el siguiente objetivo, pero no lograban dar con ninguna.

—El siguiente punto debería estar ya marcado —habló Aodren—. Volvamos a las monturas, estará al caer. Al menos hemos conseguido debilitar esta maldita conjura, las sombras parecen desvanecerse.
—¿Y qué hay de lo tuyo?, ¿qué se cuece dentro de tí?
—Créeme, me gustaría saberlo —dijo con una mirada de cierta preocupación mientras observaba a aquel retorcido lobezno que tenía por guardián. La excitación de manifestar una parte de un potencial que le resultaba extraordinario se había esfumado, tuvo miedo por un instante de que aquella bestia se le echara encima en cualquier momento—. No habrá otra manera de averiguarlo que poniéndome a prueba.
—Ya veo, temía que no volvieras después de aquello, o que lo hiciera otra cosa en tu lugar, y parte de lo segundo diría que se está cumpliendo pero confío en que sea lo que sea sepas tenerlo bajo control. Vamos.

Ya durante el trayecto de vuelta se encontraban tan pendientes de lo que podía divisarse entre las nubes que Ceneo no pudo evitar tropezarse y caer a causa de uno de los cuerpos que habían convertido en simples carcasas vacías. Aodren se acercó para tenderle la mano y ayudarle a incorporarse, no había tiempo que perder, cuando contempló algo que le llamó la atención bajo la capucha de aquel cadáver.

—Espera.

Con la punta de su espada levantó el trozo de tela que cubría el rostro que yacía bajo ella y dejó detalles llamativos a la vista de ambos, un maquillaje oscuro muy particular que bordeaba unos ojos típicamente humanos entre mechones de pelo de color ceniciento que les resultó familiar, pero sería un ojo en su frente lo que despejaría las dudas.

—Esto no son nigromantes, son sacerdotes carmesí.

Ceneo se incorporó y también divisó algo, aunque mucho más lejos.

—Mira, ¡la señal de luz!, pero no parece estar en el lugar que debería, no es propio de Gwenn fallar un disparo así.

Un escalofrío recorrió sus espinas dorsales al percatarse casi al mismo tiempo de que la señal se había clavado dentro del poblado. Volvieron raudos a sus monturas sin mediar palabra alguna y no tardaron en llevarlas al límite al cabalgar a la máxima velocidad que estas podían permitirles. Volvía a repetirse la visión de dos jinetes acercándose a las casas a una velocidad casi antinatural, pero esta vez esas siluetas no corrían para huir de un peligro de espanto deseosos de salvar su vida, en esta ocasión se dirigían hacia él, hacia la boca del mismísimo miedo, junto al presentimiento de que otras almas estaban en serio peligro.

La lluvia que caía con más fuerza les mostró unas calles de tierra embarrada con muestras de haber sido removida por las pisadas de una multitud, y como si hubiera habido algún tipo de arrastre de cuerpos. La columna de luz permanecía radiante muy cerca de la plaza, y conforme llegaban a ella comprobaron para su pesar que no estaban equivocados. Cuerpos sin vida, tanto de residentes locales como de soldados de las negras armaduras, yacían esparcidos a lo largo de las avenidas entre manchas de sangre, barro y fluidos corporales. Se sintieron víctimas de una distracción mortal.

Desmontaron justo donde debían haber estado Lizbeth con Gwenn y Erathia, estas dos últimas subidas en la torre, pero allí no había nadie. La flecha, aún ardiente y resplandeciente, canalizaba su columna de luz hacia el cielo desde la espalda de un cuerpo, estaba claro que había sido disparada a él a conciencia. Se acercaron dándole la vuelta y comprobaron que se trataba de la sacerdotisa carmesí, la cual portaba en su mano izquierda un viejo puñal de gótico y rústico diseño. Unos pasos más adelante, el cadáver del capitán tumbado de costado, con una herida presumiblemente causada por la misma arma a la altura del lado izquierdo de su abdómen justo debajo de las costillas.

—¡Eh, vosotros! —gritó alguien no sin dificultad. Era de uno de los soldados, malherido, apoyado en el muro de un pequeño pozo— Han ido... Están en el templo, corred...

El muchacho no se encontraba lejos, se dirigieron a él para intentar obtener alguna pista más que pudiera arrojarles conocimiento.

—¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó con energía el brujo dejando ver una de sus manos volviéndose incandescente.
—Todo ocurrió muy rápido. Tu arquera es muy buena, debió oler algo, porque decidió esperar unos momentos antes de lanzar la segunda flecha, la misma que usaría para atravesar a la sacerdotisa antes de que esta tuviera un pequeño margen de tiempo para atacar al capitán a traición. Luego de tal vil acto se desató la locura. Una parte de mis compañeros parecieron perder la cabeza y comenzaron a atacarnos tanto a nosotros como a los aldeanos, mientras otros encapuchados entraban en el pueblo a caballo al poco de marcharos, uniéndose a nuestros otros sacerdotes que estaban destinados a tareas de sanación y atención a heridos. Puede que todos fueran sacerdotes carmesí infiltrados, llegué a contar unos siete —su esfuerzo necesario para hablar era cada vez mayor—. Intentamos proteger a los que pudimos, darles tiempo a huir, pero muchos han quedado entre el barro sin poder volver a levantarse, y esas mujeres, esos niños... —sus ojos se inundaron de lágrimas, a pesar de tener heridas muy graves su dolor más intenso parecía el emocional— Las miradas de los que se volvieron asesinos parecían haberse vuelto faros de otro mundo, y he tardado en percatarme desde que caí aquí, pero juraría que a los que no nos ocurrió lo mismo fuimos los que nos sometimos al hechizo de protección de Lizbeth, pues del resto, bajo el de la sacerdotisa carmesí, no puedo decir lo mismo.

El brujo y el guerrero le pidieron que aguantara, que volverían a por él. Atravesaron lo más rápido que pudieron las pocas calles que les separaban de la entrada del templo, y allí contemplaron un número de figuras con antorchas que parecían dispuestas a quemarla.

—¡Solo la queremos a ella! —gritaba uno—, ¡dejadla salir, y se os perdonará la vida!

Desde lo alto del pequeño campanario se escuchó una flecha surcar el viento, certera, terminando por atravesar una de aquellas cabezas enlatada en un yelmo roto haciendo caer su cuerpo como un saco lleno de piedras. Otra impactó en el escudo de quien tuvo el reflejo suficiente para cubrirse a tiempo, haciendo expandirse un sonoro golpe metálico. Un tremendo rayo de la tormenta que bailaba sobre sus cabezas dejó entrever lo justo para identificar al misterioso arquero, era Gwenn quien disparaba.

Entre aquel tumulto formado por casi un ejército y los recién llegados se encontraba un grupo de seis ensotanados manipulando un cuerpo que se debatía entra la vida y la muerte entre enormes alaridos. El brujo supo que aquel desgraciado ya estaba muerto, que intentaban revivirle, sin éxito, sometiendo su alma a un indescriptible tormento.

El místico lanzó de nuevo su hechizo de invocación tras un grito de rabia propio de quien está a punto de lanzarse a una guerra, seguido por el inicio de carga de su compañero de armas, espada en mano, y apuntando al frente con el escudo aún brillante como un hueco de luz del sol entre una mañana nublada. Esta vez el lobezno que acudió a la llamada de su conjurador apareció con un aspecto mucho más terrenal, pero no de menor fiereza, con un pelaje negro de fragmentos marrones y blancos junto a ojos como llamaradas de una fragua en su apogeo de actividad, un último detalle que compartiría su amo pocos instantes después.

—¡Eh, han vuelto! —gritó Gwenn desde lo alto.

La tormenta se recrudeció en el cielo pareciendo alegrarse por el espectáculo de violencia, acero, hechicería y sangre a punto de desplegarse. No hubo rival para los dos atacantes en aquella vorágine de dolor y muerte, consumidos por llamaradas azuladas que se desbordaban por los ojos y las bocas de los desafortunados, cortes limpios de extremidades, mordeduras y desgarros de entrañas y gargantas que no dejaron más que trozos de carne irreconocibles bajo jirones de tela. El grupo de soldados de enfrente sin embargo les superaban ampliamente en número. Estos se dieron la vuelta ante el alboroto que atuzó sus nervios desde la espalda, pero no mostraron emoción alguna, cargaron ciegos como los monstruos en que se habían convertido.

En ese momento se abrió bruscamente el portón del templo. El hueco dejó pasar unos débiles reflejos de luces desde las cristaleras del fondo, que hicieron perfilarse en el destello de un rayo una silueta que daría un paso al frente bajo el torrente de agua. Erathia, visiblemente magullada y herida, mostraba uno de sus ojos de un blanquecino espectral, señal de haber intentado resistir una fuerza de posesión sobrenatural. Portaba fragmentos de armaduras diferentes cubriendo su cuerpo junto a ensangrentados vendajes improvisados con sujeciones de cuero en su muñeca derecha, y en sus manos sujetado con fuerza, un imponente mazo de enorme tamaño más propio de una herramienta de trabajo que de un arma de guerra. Fue una visión de gran oscuridad, pero sin embargo pareció desprender un aura de santidad.

Gritó dejándose la garganta en una rabia incontenible. Cargó con todas las fuerzas que le quedaban, y no lo hizo sola, formando un segundo frente contra aquellos desalmados. Tras ella, multitud de otros gritos acompañaron al poco tiempo el suyo, uniéndose a su furia un pequeño grupo de soldados supervivientes convervadores de su humanidad, junto a una muchedumbre de hombres y mujeres del pueblo armados con palos, horcas, pinchos y guadañas, protegidos tan solo por sus humildes ropas y vendajes que a algunos les cubría casi toda su cabeza. Aquella gente cargó liderada por una santa renacida, por sus vidas y las de los suyos, por los niños y ancianos que aún permanecían refugiados dentro del templo, en cuyo altar se encontraba Lizbeth apenas consciente canalizando una última protección mental para la paladina y los cercanos a ella, mientras un fino pero constante hilo de sangre corría bajo su nariz.


Otro cúmulo de rayos y relámpagos hizo que toda pieza de metal emitiera un brillo espectral a través de las gotas de la lluvia. El mazo rompió huesos y cráneos sin descanso entre pulsantes estallidos de una luz blanca y débil que iba acercándose a los del escudo de Ceneo, el resto descargaba su furia de hierro y acero mientras las flechas de Gwenn desde lo alto tumbaban e inutilizaban a otros tantos. Entre los soldados enemigos de ojos lechosos y vidriosos se encontraron con cuerpos medio dormidos, con expresiones de sufrimiento y casi en descomposición que se mantenían a duras penas en equilibrio sin ofrecer reacción o resistencia alguna. El brujo y la paladina los identificaron como intentos fallidos de reanimación, aquellos sacerdotes carmesí habían estado realizando intentos de prácticas de nigromancia sin éxito, un éxito que jamás se había llegado a documentar en la historia del arcanismo más allá de muy raras ocasiones en pequeños insectos y animales durante una muy breve ventana de tiempo.

El místico alcanzó a la última cabeza encapuchada de aquella batalla, no sin antes despachar a dos portadores de espadas zweihänder, cuyos tajos bien le habrían partido por la mitad de no haber hecho surgir unas raíces desde el suelo que en esta ocasión no aparecieron con aspecto de ramas de zarzas, sino compuestas de grandes espinas entre tonos rojizos y negros. Aquellas lianas que parecían salir de los mismísimos jardines del infierno no solo se encargaron de sujetar, sino de perforar y rasgar la piel buscando con retorcida inteligencia los pliegues de las armaduras y los huecos de los ojos en los yelmos.

La oscura devota intentó conjurar algo en un intento de desesperación mientras sus últimos secuaces eran rematados, pero la turba del pueblo llegó antes a ella, comenzando a apuñalar su cuerpo repetidamente.

—¿A quién os pretendíais llevar?, ¿por qué? —gritó el ocultista alzando su voz por encima de la violenta tormenta que se sacudía de nuevo por encima de sus cabezas.
—¡Malditos seáis! —respondió la condenada con una mirada de fanatismo aterrador, pareciendo ignorar el dolor de las terribles heridas a las que estaba siendo sometida. Su ojo carmesí brillaba con fuerza inusitada— ¡Será llevada a la Puerta de Alighieri, solo entonces cuando la atraviese podrá cumplir su destino como el Arcángel de la Desesperación!, borrará la línea que separa este mundo del Otro Lado...

La luz de su frente dejó ver entonces la muy breve ilusión de que se abría un ojo de verdad tras ella, pero se terminaría apagando al mismo tiempo que su vida, rematada por una horca que atravesó su pecho desde la espalda. La sangre saliendo a borbotones se mezcló con la intensa lluvia.

Los gritos de batalla y de dolor fueron desapareciendo dando paso al lamento de los heridos, muchos más morirían antes de que acabara aquel día. Aodren encontró a su hermana ya desfallecida a causa de su esfuerzo, sin conocimiento y respirando con muchísima dificultad, mientras una niña de semblante muy familiar parecía cuidarla sin separarse de su lado, una niña que solo él vería, y como en la ocasión anterior, desaparecería en un abrir y cerrar de ojos. Le informaron de que era a la propia Lizbeth a quien querían llevarse, pero nadie conocía nada acerca de las otras menciones sobre la desconocida y supuesta puerta.

Acercándose a su lado posó de forma instintiva sus manos en su delicada frente durante largo rato, suplicándole que no se fuera mientras algunas lágrimas ardientes brotaban de sus ojos, hasta que un brillo cálido surgido de sus manos hizo que recuperara la conciencia. Con un estallido de alegría de ambos al volver a mirarse el uno al otro, se dio cuenta de que de alguna forma había ganado alguna clase de habilidad sanadora, aunque no de heridas físicas, sino mentales o emocionales, quizá incluso espirituales. Sería sin embargo a un alto precio para él, pues perdería la visión durante unos días, llevando una cinta de color rojo que cubriría sus ojos durante ese tiempo.

Familiares a los que llorar, cuerpos que enterrar, cadáveres que quemar, heridas que reparar... Pasaron días en los que procuraron que nadie quedara sin ser atendido. Supieron por parte de los residentes que la Orden del Guantelete Negro era la primera vez que había aparecido por aquellos lares, pero varios sacerdotes carmesí ya habían visitado en múltiples ocasiones el pueblo anteriormente y se les acusaba de varias desapariciones de personas, casos que siempre quedaban sin ser resueltos. Usando a la Orden como meros peones tenían intención de llevar allí un horrible cometido, pero el brujo, cruzándose en sus planes sin este saberlo, haría que terminaran formando otro plan de mayor ambición. Solo necesitaban esperar a una oportunidad adecuada para primero debilitarle, pero subestimarían a aquellos a quienes les importaba y que acudirían en su ayuda.

Las esperanzas de Erathia de volver a formar parte de algo se vieron igualmente truncadas. Desconocía la manipulación a la que estaba siendo sometida la Orden, y cuando supo que Aodren formaba parte de los objetivos de la misma, no tuvo otra elección que traicionarla en el momento oportuno, un hecho que tuvo lugar fundamentalmente por su amor secreto hacia Lizbeth.

Gwenn y Ceneo perdonarían al ocultista por lo sucedido días atrás, donde entendieron tras escuchar sus reflexiones sobre lo sucedido que las entidades que buscaban poseerle podrían haberle llevado a tomar partido de los eventos de aquel lugar sin ser del todo consciente, llevándoles a la posibilidad de salvar todas aquellas vidas de un paradero más funesto que la propia muerte. Su cambio espiritual fue considerable, llevando a sus habilidades místicas a una combinación extraña entre la demonología y el druidismo que aún debería seguir conociendo sin saber hasta dónde podrían conducirle.

Mientras tanto el amor fraternal de Lizbeth sería en esta ocasión devuelto por él, quien se aseguraría de su cuidado y completa recuperación en los días posteriores a pesar de encontrarse sin visión, evento que le ayudaría a aprender de nuevo a volver a tener esperanza a abrir su corazón y su mente a los demás. Para cuando recuperara su sentido perdido y dejara de usar la cinta, no pasaría desapercibido un cambio físico que se manifestaría a ratos en sus iris, una de ellas cobrando tonalidades verdes, mientras la otra, rojizas.

Lo que nunca llegaría a saber es que llegó a formar parte del plan de los sacerdotes y sacerdotisas carmesí el doblegarlo y llevarlo a su propio bando, ayudándoles en sus cometidos, incluyendo el rapto de la propia Lizbeth. Y que lo que impidió ese otro oscuro desenlace fue aquella primera conversación con ella al poco de despertar, las mismas palabras que le hirieron profundamente pero que le hicieron entrar en profundas reflexiones durante aquella misma noche. Evitaron que su parte endemoniada fuera la que ganara mayor peso en la balanza de su alma y le hiciera del todo vulnerable a la magia negra allí desplegada.

Una verdad profundamente hiriente, a tiempo, salvó no solo la relación con su hermana, sino la vida de ambos, la de sus compañeros, su espíritu, y la supervivencia de aquel hogar para tantas almas nobles.

Al menos, por el momento.

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