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Mostrando entradas de noviembre, 2019

Ruido blanco

Solo bien sabe el escritor, a quien dirige sus palabras, mientras tanto quien las lee, conjura a quien más extraña. Pues qué es sino el corazón, el que lo más importante guarda, por la misma humana razón, que solo existe lo que se ama. Formando parte el resto, de una obra inacabada, bajo cuyas bambalinas, marionetas bailan y bailan. Al pasear por esta ciudad, donde sus luces de madrugada, me evocan vacíos de tu ausencia, haciendo esta vida tan pesada. Como un televisor, que sintoniza la nada, como una vieja radio, por la que ya nadie habla.

Disonancia sutil

Por qué observo a la lluvia, cuando nada cae del cielo, si los ojos de la juventud, se esfumaron en algún momento. Al absorber lo aprendido, entre las arenas del tiempo, al sembrar la poblada barba, que encuentro en mi reflejo. Enredada en las lecciones, de los destinos más inciertos, se abrió paso como raíces, de un árbol que creí muerto. Mas ungido en realidad, en la savia del conocimiento, la trascendencia al dolor, llevó la victoria al sufrimiento. Cual esencia de escultor, que en adulto acabé siendo, cincelador del mismo mármol, que da forma a mi mente y cuerpo. Gladiador de sangrienta arena, donde rugen los pensamientos, centurión de las legiones, de lo que he sentido sentiré y siento.

Crónicas de Aodren: Ars goetia

Lo que interpreté como una llamada de auxilio me hizo salir inmediatamente del camino, abandonando la seguridad de la senda que creía pertenecer a mi destino, adentrándome en un terreno árido de vibraciones desconocidas y hostiles. Acudí raudo al origen de la señal y me encontré con una mujer muy cerca de un carruaje accidentado y volcado. Permanecía de pie sin ningún tipo de herida visible, y parecía estarme esperando. Mirándome a través de sus ojos invisibles tras un largo cabello intensamente moreno cuyos mechones tapaban la mayor parte de su rostro, señaló con su mano izquierda lo que se levantaba a unos pasos tras su espalda, una pared compuesta de arena completamente perpendicular a la superficie con la que compartía sus desérticas tonalidades. Sintiendo en su gesto una invitación que no debería rechazar, me acerqué y comprobé que podía introducir mis pies y mis manos sin esfuerzo en aquel muro y me dejé llevar por la sensación de que debía ascender. Un miedo a las alturas me