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Un encuentro con Siddhartha

No había sido capaz de dar con el momento adecuado, hasta ahora, para escribir una anécdota de la que me prometí dejar constancia. Han pasado ya un puñado de años desde que me mudé, dejando atrás una gran parte de un pesado equipaje, mientras sigo llevando conmigo otra parte del mismo mucha más ligera. Han sido años en los que intensifiqué la planificación de reforma física y psíquica que ya tenía en proceso tiempo atrás, semillas que procuré cuidar para que fueran germinando en mis humildes metas de crecimiendo y desarrollo personal.

Ocurrió hace unos meses, mientras me encontraba inmerso en la lectura de un libro que conocí gracias a una recomendación, uno de corte muy similar a uno que leí por primera vez siendo muy joven y que me marcaría profundamente.

Aunque suelo explorar otras rutas y lugares dependiendo de la época, tengo un recorrido favorito para los momentos en los que salgo a entrenar, un recorrido por el que ya he pasado infinitas ocasiones a lo largo de todos estos últimos años. Lleva hasta la costa terminando en un rincón muy especial, donde diversas playas cobran forma rodeadas de paredes de rocas dándole un entorno rico, variado y realmente peculiar en un espacio relativamente pequeño. Es una zona agradable que nunca se encuentra masificada de gente, ni tampoco del todo solitaria.

No solo voy para continuar mi entrenamiento entre el sonido de las olas, el simpático jugueteo de algunos niños y niñas en el parque contagiando su alegría, o las conversaciones más variopintas entre personas de mayor edad y pescadores que desvelan anécdotas e historias de la mar, allí también encuentro al silencio en instantes de meditación donde puedo pasarme largos minutos simplemente contemplando el océano, el cielo, el horizonte..., o incluso continuar los pasos por donde el paseo marítimo termina y nace un camino de tierra que lleva mucho más allá, a otras costas y otras playas, a otras tierras, y a otros silencios.

El caso es que jamás me he encontrado a alguien con un libro entre las manos a lo largo de mis recorridos. Pero aquel día ocurriría la excepción, ocurriría lo increíble, pues en el último tramo de mi carrera observé a una mujer de mediana edad ensimismada en una lectura. Llegué a la punta del pequeño muelle y di la vuelta para terminar al otro lado, como suele ser mi costumbre, un hecho que me hizo volver a pasar por su espalda.

Justo a mi paso ella realizó un gesto de pausa para lo que parecía ser la intención de observar el mar, y me resultó inevitable dirigir la mirada hacia su libro por pura curiosidad, aun sabiendo que lo más probable es que no distinguiría de qué ejemplar se trataba. En ese preciso instante, sus manos plegaron las páginas dejando la portada expuesta a mi línea de visión. Lo identifiqué sin dificultad, para mi enorme sorpresa aquel libro era el mismo que yo me encontraba leyendo esos días. Mi mente dio un vuelco.

Pensar en la probabilidad estadística para que aquella casualidad se produjera era sencillamente imposible. Me detuve como impactado por algo invisible, me acerqué a aquella persona disculpándome por romper su instante de tranquilidad y por robarle unos minutos, pues un impulso irrefrenable me hizo compartirle aquella anécdota que acababa de ocurrirme, junto a mis impresiones de forma breve sobre aquel libro y recomendarle otra lectura muy similar, justo la que he mencionado al comenzar a escribir este texto y cuyo nombre he usado para construir parte del título del mismo.

La mujer me agradeció enormemente el gesto con amabilidad y me despedí para continuar mi camino, con la intención de llegar a uno de mis puntos habituales de descanso y meditación. Desde allí pude contemplar como aproximadamente un cuarto de hora más tarde aquella persona se levantaba para dar un paseo por el muelle y perderse de vista, mientras reflexionaba sobre el hecho de que si yo hubiera pasado por allí unos minutos antes o después del suceso, no habría presenciado su libro. Y he de añadir, además, que es un libro nada extenso, siendo posible el terminarlo en un par de días.

Fue una conjunción extraña, una de las tantas sincronicidades con las que la vida golpea el raciocinio mandando mensajes en clave que siempre llevan una advertencia final a modo de anotación a pie de página, el aviso de que las casualidades no existen.

¿Será cierto que en momentos puntuales de nuestra exisencia recibimos ciertas señales?, quizá la mayoría de veces no seamos conscientes de ello y las pasemos por alto, restándoles importancia en las otras ocasiones en las que sí nos parece haber captado algo. Por mi parte me tomé el suceso de aquel día como una señal de que iba por buen camino en cuanto a lo que estaba dedicando mis energías y esfuerzos, en las metas y planificaciones propuestas que mencionaba al inicio y sobre ciertas perspectivas con respecto a la vida.

Sea como sea no he vuelto a encontrarme a nadie con un libro en sus manos por esos lugares.

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