Atardecer en un lugar cualquiera, en un banco cualquiera, de un parque cualquiera. Podría ser un buen día. Cielo casi despejado, nubes traviesas pululando por ahí, una suave brisa acariciándolo todo a su paso... Pero no, hoy sabe todo amargo, hoy es un día de perros. Una silueta, sentada en ese banco, con un sombrero negro y una oscura gabardina de época, parece observar el transcurrir del día a su alrededor. Pero su mirada parece perdida, como si no consiguiera ver más allá de unos pocos metros. O más bien, mirando hacia su propio interior. Hay ocasiones en las que se pierden las fuerzas. Ocasiones en las que desaparecen las ganas de levantarse cada mañana. Como si la propia brújula interior dejara de funcionar y se volviera loca por unos instantes, mientras una pregunta aparece sin aviso ni invitación, "¿por qué?". Desorientado, confuso, perdido. Envuelto en un interminable y espeso mar de niebla que ahoga cualquier rayo de luz que intente abrirs...