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Crónicas de Aodren: Más allá de las Llanuras de la Intranquilidad

Lizbeth acariciaba lentamente la superficie de cuero de aquel pequeño muñeco con forma de duende, acababa de encontrárselo momentos antes en el viejo desván y había sido un fiel compañero de juegos de su infancia. El contacto del paso de sus dedos de forma tan delicada por aquellas viejas costuras creaba un relajante y placentero sonido que adormecía la mente del brujo, quien llevaba días sin dormir en condiciones. Se encontraban desde hacía un buen tiempo por fin en casa, pero parecía que no había transcurrido nada desde que se despidieran de sus compañeros. El sol ya acababa de ocultarse, y la mansión proyectaba sus familiares sombras, que les rodeaban en un ilusorio abrazo de cierta paz y seguridad, junto a los esporádicos crujidos propios de la madera que resonaban en los pasillos.

La razón por la que Aodren se resistía a dejar desconectarse su consciencia en un profundo descanso era el importante descubrimiento al que ambos habían llegado, tras ciertas indagaciones, sobre lo que él creía que eran fragmentos que habían permanecido ocultos en su memoria. Después de consultar algunos libros sobre la delicada línea que separa los sueños de los recuerdos, llegaron a la conclusión de que en realidad todo había formado parte de una elaborada ensoñación. Aunque todo se complicaría cuando obtuvieron pistas en otros tomos de temáticas muy diferentes, durante una visita a las estanterías más ocultas de la biblioteca de la ciudad, de la supuesta existencia de la máscara que portaba el personaje al que él se había enfrentado, relacionado con su estado aparente de no muerte, así como descripciones de un lugar parecido al que había visto, además de leyendas sobre aquellos árboles perturbadores y retorcidos que tan poco deseaba volver a ver. Quizá eran coincidencias, pues no se decía mucho más teniendo en cuenta todos los horribles sucesos que contempló y de los cuales no había referencias, pero pensaron que merecía la pena tirar de esos hilos.

La hermana del hechicero dejó caer la posibilidad de que hubiera sido un viaje a través de los recuerdos de otra persona durante un sueño arcano, un nombre con el que suele denominarse a los sueños profundos en los que la consciencia emprende un viaje más allá de las Llanuras de la Intranquilidad, una región onírica cuyos prados de hierba de un intenso verde, mecidas por una agradable y suave brisa bajo un eterno atardecer, se interrumpen abruptamente en un acantilado que forma la caída hacia el abismo infinito de la nada, el cual vomita una intensa niebla de colores cenicientos y blanquecinos que desdibuja todo lo que alcanza. Solo las mentes más preparadas, al llegar allí, pueden saltar y evitar caer, desplazándose hacia otras direcciones en busca de puertas que a veces aparecen entre un mar de nubes, para continuar soñando hacia otras dimensiones, otros mundos, y a veces otras mentes. Dichas puertas, cuya naturaleza se desconoce, nunca están en el mismo lugar, ni llevan a los mismos destinos, ni tienen el mismo aspecto, pudiendo estar incluso abiertas o cerradas dependiendo del instante en que se dirija a ellas la mirada.

Los navegantes más expertos de ese abstracto e impredecible lugar, los llamados onironautas, no están exentos de perderse o acabar en lugares de pesadilla, una habilidad que entraña tantos riesgos que son muy pocos los que se aventuran a ello sin perder la cordura después de cierto tiempo. Sin embargo, cualquier practicante de artes mágicas y arcanas puede sin darse cuenta llevar sus pasos por accidente a esa peligrosa frontera, y sin llegar a caer del todo, fluctuar entre la neblina hasta dar con alguna entrada desconocida. No es nada fácil ni habitual que ocurra, pues deberían producirse ciertas condiciones, como un cansancio excesivo de cuerpo y mente, perturbaciones en las corrientes energéticas que nutren sus habilidades, experiencias fuertes relativamente recientes, y entre otros tantos detalles aún por conocer, un ingrediente especial, la intervención de algo, o alguien, que permita ese empujón al cuerpo onírico (no sin un notable esfuerzo) para sacarlo de los espacios inmateriales más comunes en los que sueñan la mayoría.

Para los que no transitan el poder de la magia es mucho más difícil, pues sus límites oníricos son mucho más delimitados, aunque desde luego no imposible, y sí terriblemente más peligroso puesto que más allá de las Llanuras de la Intranquilidad solo espera una caída sin retorno hacia la nada, donde un abismo negro irá materializándose desde la periferia de la visión hasta absorverlos por completo. Nadie sabe qué ocurre después, solo se tiene conocimiento de que el cuerpo físico es capaz de mantenerse en un estado comatoso que aguantará de forma anormal más tiempo del natural sin recibir alimento ni bebida, hasta que la muerte llega de forma inexorable en algún momento. Hay algún que otro caso documentado en el que la desgraciada víctima llegó a despertar de repente entre terribles gritos desgarradores proferidos por cuerdas vocales que no parecían humanas, profiriendo blasfemias y palabras sin sentido, con un rostro desencajado propio de quien ha presenciado algo indescriptible que ha roto su comprensión y su cordura, para finalmente fallecer instantes después.

Si de algo estaba seguro el ocultista, era que conocer la identidad de quien pretendiera perturbar tus sueños, haría disminuir considerablemente su poder. La preocupación de Aodren radicaba, por ello, en el intentar averiguar qué o quién había manipulado sus sueños para llevarlo a unas vivencias ajenas que bien podrían ser del pasado o de un futuro por acontecer, cuyas relaciones con los peligros que les acechaban aún estarían por determinar. Igualmente, la perturbación palpitante del recuerdo de aquella extraña entidad reinante del tenebroso castillo y cuyo pecho carecía de corazón alguno, seguía estando presente. Convencido de que habían sido vigilados durante su estancia en aquella posada en el viaje de vuelta, intentaba preguntarse por los rostros que se habían encontrado, pero ninguno aparecía con la suficiente sospecha. Además, por la forma en que había sido dirigido en el mundo onírico, debió de ser mediante una maestría considerable, y lo suficientemente sutil y persuasivo para alguien de cierta experiencia en las artes ocultas como él.

Lizbeth detuvo el jugueteo de sus manos y dejó caer con suavidad el muñeco sobre la mesa repleta de libros apilados y esparcidos de forma desordenada, con títulos a cada cual más extraño. Lamentándose por haberse detenido aquel sonido tranquilizador, Aodren observó en silencio el contorno de la figurita que palpitaba por las luz proyectada por las velas, al mismo tiempo que su hermana se levantaba y se detenía unos instantes frente a la ventana que se encontraba junto a ellos. Soplaba un viento no demasiado fuerte, y algún que otro grillo entonaba su distante canto.

—Puede que llueva esta noche. Deberías dormir algo, te estás cayendo a pedazos, y si lo que creemos es cierto nadie puede habernos seguido hasta tan cerca, en estos alrededores no hay dónde esconderse y el bosque queda lo suficientemente distante —habló ella.
—Tienes razón, es solo que... —respondió él sin terminar, hipnotizado por las pequeñas protuberancias a modo de cuernos nacientes que la pequeña figura tenía en su cabeza.

Un fogonazo acudió a su memoria, un ser con quien había tenido un encuentro largo tiempo atrás, quien desplegara el poder y la habilidad suficiente para crear una proyección de realidad ilusoria que lo mantendría atrapado durante unos instantes considerables. Ciertamente un demonio tendría la maestría suficiente para una perturbación onírica como la vivida, especialmente, una súcubo que se había liberado a sí misma.

—¿Qué ocurre? —comentó Liz de repente, sin apartar su mirada del contorno de los troncos y las ramas que se perfilaban fundiéndose a lo lejos en la oscuridad, a excepción del instante en el que desde el reflejo del cristal identificó en el rostro de su hermano la expresión de haber dado con algo crucial.
—Me ha venido a la mente quien puede estar detrás, al menos con una probabilidad lo suficientemente alta como para tenerlo en cuenta como principal responsable. Ellwhyrin.
—¿Por qué?
—No lo sé, ha sido ver los pequeños cuernos de esa figura y... Aquel encuentro fue hace tanto... no volví a saber de ella, ¿cuántas otras entidades y peligros me he encontrado desde entonces? Pero sí, creo que sería la única capaz.

• Conecta con el relato La senda del brujo

—A veces el pasado vuelve a visitarnos de la forma más inesperada —añadió ella.
—Sin duda.

Una leve pausa de silencio sobrevoló a ambos, hasta que Liz volvió a hablar como si algo hubiera cambiado repentinamente su humor.

—Sea como sea, hablaremos mañana. Toca descansar, y no aceptaré una negativa por respuesta —sentenció mirándole muy seriamente con una expresión de preocupación que intentó ocultar, la cual no habría pasado desapercibida si su interlocutor no se hubiera encontrado tan absorto y cansado.

(ilustración por Ben Bore)

Aodren decidió seguir a regañadientes las instrucciones de su hermana, pues interpretó el rostro de quien está a punto de desatar su ira y acabar ambos en una dura pelea de almohadas. No dejan de cuidarse el uno al otro, y por eso siempre han logrado salir adelante, independientemente de las circunstancias. ¿En qué podría consistir, si no, el amor? Se dieron las buenas noches, y se retiró mientras retomaba sus pensamientos.

Que un demonio te encuentre no es difícil, pero lo contrario es otra historia muy distinta, incluso para un brujo. Diversas ideas se paseaban por su mente, hasta que una cobró cierto fuerza. Habría que hacer frente a poderosos conjuros de ilusión y persuasión demoníacos, para los cuales la mente humana es más que vulnerable. Vio la clave en el lado salvaje que los druidas le habían ayudado a dominar para hacer frente a los intentos de posesión que sufría, correría serios riesgos, pero era la única manera. Resucitaría al espíritu del hombre bestia, el hombre lobo que le hizo perder la cordura hasta que Gwenn interviniera, haciendo aquel encargo con las driadas del bosque, y lo liberara. Despertaría de nuevo a Bleidd. Aparte de ganar una considerable resistencia a la manipulación mental, dormir en ese estado de transformación le haría tener un olfato muy especial en el mundo onírico, pudiendo seguir ciertos rastros. Al menos si no volvía a perder el control. Su hermana sin duda no se lo tomaría bien, sus habilidades sacerdotales podrían ayudarle, pero no la pondría en tamaño peligro. Entre tales cavilaciones Aodren consiguió por fin caer rendido.

• Conecta con el relato Bleidd

Lizbeth, al contrario, permanecía despierta, alerta, observando a través de la ventana. Quiso vigilar el descanso de su hermano, al menos hasta que amaneciera, para asegurarse.

Y haría bien, pues justo antes de regañar al brujo para que se retirara a descansar, le había parecido observar en la linde del bosque, durante un efímero segundo, aquello que cambió su humor bruscamente. La silueta de algo que acechaba entre los árboles, y que no pertenecía a este mundo.

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