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Crónicas de Aodren: La senda del brujo

Sería imposible contemplar la evolución de toda una vida sin la interacción y la relación con cada persona que ha aparecido en el camino, dejando en mayor o menor medida cada una de ellas una marca en el molde formado por los sentimientos y los recuerdos que habrán ido forjando vivencias y la propia personalidad, como hilos formando un telar. El extraño libro que Llewellyn y Erin habían conseguido, La Maldición del Lobo Negro, no tardaría en ser estudiado a fondo cuando se lo hicieron llegar a las manos de Lizbeth. Era la llave que supuso que podría proporcionar claves importantes para la liberación de su hermano.


Aodren se reunió con ellos en un emotivo encuentro pocos días después de tener lugar el evento en el que Gwenn consiguiera enfrentarse y apaciguar el espíritu de la naturaleza conocido como Bleidd que residía en el brujo, sintiéndose éste incapaz de encontrar una forma adecuada para mostrar su agradecimiento. Les habló sobre lo ocurrido durante ese tiempo y de Gwenn, y analizó él mismo aquellos extraños textos en los que no descubriría demasiado entre los fragmentos que quedaron sin poderse descifrar del todo. En ellos encontró pequeños patrones comunes, pero tuvo claro que se narraba una oscuridad tan inefable que parecía referirse a algo diferente a lo que le atenazaba. Ello no evitaría que por otra parte viera la existencia de cierta conexión, de ahí su decisión de devolver el libro a la Biblioteca Arcana y buscar allí más respuestas, donde sus ojos de estudiante del ocultismo quizá lograrían ver algo que a los demás se les habría pasado por alto.

Tanto Lizbeth como los muchachos se ofrecieron a acompañarle, pero el hechicero no pensó permitirlo de ninguna de las maneras al juzgar que el riesgo era muy alto. Gwenn, por su parte, manifestó su deber de encontrarse con los que le habían encargado la tarea del bosque, lo que en principio creyó que no sería más que una cacería de entre tantas y que acabó por el contrario involucrándose en un camino que sobrepasó su imaginación, un camino del que voluntariamente ya no querría dejar de formar parte. Sabiendo la preocupación de Aodren al respecto prometió volver en cuanto le fuera posible, trayendo con ella las respuestas que pudiera conseguir.

El brujo no esperaría demasiado, se puso en marcha ese mismo día, y escogió como no pudo ser de otra manera un atuendo que le haría pasar desapercibido en una ciudad en la que no eran bienvenidos los practicantes de sus artes, las cuales ni siquiera estaban catalogadas de forma alguna. En aquel atardecer en calma y despejado su silueta entró en aquellas calles como si de un monje ensotanado se tratase, ocultando la mayor parte de su rostro en una capucha. Bajo ella reflexionaba sobre todo lo vivido recientemente, el letargo en el oscuro bosque tras inmensas lagunas en su memoria, el posterior extraño pero revelador encuentro en el jardín druídico que podría haber pasado por una ensoñación si no estuviera tan convencido de que fue un encuentro real... Aún en plena recuperación de sus facultades físicas y arcanas, si algo se torciera confiaba plenamente en una espada corta prestada por Gwenn que le acompañaba ocultada con cuidado bajo la túnica, aunque para ser más exactos, cabría decir que en realidad confiaba en no tener que llegar a usarla.

Transcurría ese momento en el que comenzaba a no ser ni de día ni de noche, donde un ligero trasiego de personas iba menguando mostrando el eco de un bullicioso y ajetreado día que quedaba relegado a conversaciones suaves, junto a traviesos pero agradables niños y niñas jugueteando en tranquilidad al estar agotados tras todo un derroche de energía con el sol en lo alto.

El visitante observaba sus juegos con simpatía, mientras un aire fresco soplaba sin mucha fuerza revitalizando el aliento a todos los presentes que habían soportado horas de espeso calor. Eran familias de mercaderes, y era el momento perfecto para pasar como uno más entre los transeúntes en vez de un bulto sospechoso si hubiera esperado a la noche cerrada. Las pisadas del brujo andaban con relativa tranquilidad, pero su mente no duraría mucho en ese estado. Se preguntaba qué habría estado realizando en esos momentos en los que su consciencia se había perdido en una neblinosa existencia, en cómo habría afectado su personalidad al comportamiento de la bestia que había perdido el control en él, pues se decía que estos espíritus de poder adoptaban una parte importante de las cicatrices del portador. Sin darse cuenta, fue rememorando algunos aspectos clave de su vida.

La suya estuvo profundamente marcada desde muy joven. Su naturaleza introvertida y reflexiva no evitó que forjara una apertura positiva hacia todos aquellos que le rodeaban, siempre impregnado por una empatía y una sensibilidad tan altas que le hacían conectar con los demás de una forma extraordinaria y cercana. Dentro del grupo de amigos de la más primeriza infancia conectaría de forma muy especial con uno de ellos, convirtiéndose prácticamente en un hermano para él, un sentimiento que sería mútuo y con quien compartiría innumerables aventuras propias de los niños que eran.

El destino quiso que llegara un fatídico día en el que Alejandro, tal era su nombre, debió partir con su familia muy lejos, dejando atrás la  vida y las personas que hasta entonces habían formado parte de él. El lazo fraternal de compañeros y hermanos que tanto los había unido se cortó de forma brusca el mismo momento de su despedida. No volverían a verse jamás.

Aodren era muy joven para comprender el vacío que se había quedado morando en su interior, buscando de forma inconsciente entre cada amigo nuevo que conocía a ese hermano perdido. Situación que se complicaría fatalmente con la llegada al grupo, poco tiempo después, de un chico problemático con un largo historial de abusos y violencia, la encarnación de la intimidación y la manipulación del entorno sin ningún tipo de escrúpulo. Aquella retorcida personalidad infectaría paulatinamente a todos, menos a él, quien se sentiría cada vez más vulnerable y entre extraños. Serían tiempos realmente duros, a los que siguieron años en los que un proceso volvería a repetirse en múltiples ocasiones, personas que consideraba importantes que por giros del destino y de la vida serían lazos que acabarían cortados por marchas a otros lugares lejanos en el espacio y el tiempo.

La ironía de la providencia mostraría su peor rostro cuando una de esas ocasiones ocurriría con una mujer de la cual se enamoraría profundamente. ¿Cómo era posible que entre tantas personas a su alrededor ocurriera solo a quienes él se había vinculado tanto emocionalmente? No tardaría en llegar el día en el que comenzaría a reflexionar sobre todo ello, llegando a veces a sentirse víctima de una maldición, y en otras a estar ante una desconocida prueba para su propia existencia.

De lo que no llegaría a darse cuenta por aquel entonces era de los enormes muros que se irían levantando en su mente y su corazón, de cómo lentamente iría evitando involucrarse demasiado de forma emocional con los demás, volviéndose distante. Se volvió un lobo más fuerte e independiente, pero más solitario, solo comprendido en parte por su hermana Lizbeth, cuyo inestimable apoyo evitaría que sucumbiera ante un camino de no retorno hacia una pérdida absoluta de la fe en sí mismo.

Su empatía y sensibilidad permanecerían no solo intactas sino potenciadas al paso de la experiencia bajo el mismo duro y casi inaccesible caparazón que haría daño a muchos que intentarían acercarse a él, mientras absorvía con impotencia el sufrimiento, el dolor y la injusticia presentes alrededor del mundo, el cual se le iba abriendo paso conforme crecía.

Ello llevó a que nada ni nadie evitara su obsesión en la búsqueda por el conocimiento de lo oculto y el misticismo, refugiándose en la alquimia y en libros de saberes oscuros y prohibidos en busca de lo que creía que le ayudaría no solo a conocerse a sí mismo, sino a los entresijos del universo y de la realidad. Presionado por un entorno del que cada vez se sentía menos formar parte, terminaría abandonando las corrientes más oficiales de la magia para ser autodidacta mediante métodos olvidados a excepción de papiros y páginas guardadas en rincones inefables, buscando en el proceso los fragmentos de su alma que creía perdidos en todo lo que había amado alguna vez.

Pero no todo sería llevado por una motivación egoísta. Parte importante de su tiempo lo invertiría en el uso de sus fuerzas y su conocimiento en la ayuda de los más necesitados, forjando pequeñas alianzas y viajando ofreciendo sus servicios a cambio de honorarios en la solución de problemas relacionados con lo sobrenatural y lo desconocido, allí donde ni el cazador más experto, ni el guerrero más bravo, ni el más poderoso mago apenas se molestaban o atrevían a asomarse.

Para una desgracia que llevaba sin demasiada preocupación, sus métodos no solo eran mal vistos en muchos lugares, sino perseguidos, entornos a menudo hostiles creados por los mismos a quienes pretendía proteger. En parte se sentiría familiarizado por las vivencias de su niñez, las mismas con las que ganó cierta costumbre a lidiar con personalidades y situaciones de violencia y agresividad hacia todo lo que es diferente o vulnerable.

Entre tantos libros y ciertas experiencias Aodren terminaría descubriendo cosas que harían temblar los cimientos de su filosofía, aun sin atarse jamás a dogma alguno. Y su avance, a pesar de generar a cada paso más enigmas que respuestas, no redujo su motivación. Ocurriría lo contrario, cosa que llamaría la atención de fuerzas más allá de este lado de la realidad. Entre ellas, una desconocida presencia que lucharía por tomar el control de su mente y su voluntad haciendo entrar al hechicero en una larga espiral de sucesos en los que visitaría a sus antiguos fantasmas y demonios.

Por si ello no fuera suficiente, llegaría posteriormente el turno de ese momento indeterminado de su historia en el que entraría en escena un supuesto clan druida del que apenas siquiera había oído hablar, vigilantes en la sombra desde tiempos inmemoriales que planearían llevar a cabo la implantación en él de una "semilla de la naturaleza", un supuesto método para frenar la expansión de aquello que amenazaba con adueñarse de su ser.

Este acto, llevado sin su consentimiento ni conocimiento, sería realizado con éxito, pero para pesar de su portador y los ejecutores no saldría como lo esperado. Dicha semilla, en su etapa media de crecimiento, acabaría atormentada por las influencias de la entidad que pretendía poseerlo, perdiendo el control y convirtiendo a su huésped en un híbrido entre el hombre y el animal envuelto en auras de magia retorcida.

No tardaría en ponerse en marcha la búsqueda que inició Lizbeth de aquel enigmático libro que podría ser de ayuda, con la colaboración de Llewellyn y Erin, sin ser conscientes de la sincronicidad que se produciría por parte de la arriesgada entrada en acción de Gwenn bajo el plan de los enigmáticos druidas y el consecuente apaciguamiento de Bleidd, un suceso que resultaría así mismo en una dura prueba para ella.


La consciencia del brujo terminó retornando a sus pasos, que ya llegaban a la Biblioteca Arcana, cuya puerta se le mostró misteriosamente desprotegida y sin resistencia alguna a ser abierta. Una vez dentro tuvo la sensación de que no había ni un alma en aquellas instancias. Una gran sala rodeada de entradas a pasillos de innumerables estanterías débilmente iluminadas por candelabros le dieron la bienvenida, y aun extrañado por no ver a ningún guardián fue directo a las escaleras hacia uno de los pisos superiores donde pertenecía el ejemplar escondido bajo su túnica. A pesar de existir ventanales parecía que a la luz le costaba penetrar en aquel lugar, como si algo se la tragase al poco de sobrepasar las cristaleras. Conforme ascendió notó como se iba interrumpiendo de forma suave el implacable silencio que le había acompañado hasta entonces por un sonido de lluvia en el exterior golpeando el edificio.

Ya inmerso entre estantes ocupados, no dejaba de darle vueltas a un detalle que no le pasó desapercibido. Le resultaba imposible que habiendo visitado y observado en profundidad ese mismo lugar en busca de lecturas de interés hace largo tiempo atrás, se le pasara por alto un libro como el que portaba en ese momento, recordándolo cuando lo sostenía como el que contemplaría un objeto con serias dudas de ser algo físico y real. La perturbación aumentaría gravemente no solo por no encontrar un espacio libre para colocarlo estando seguro de no haberse equivocado de zona, sino por observar pocos instantes después a través de uno de los ventanales como a pesar de continuar el insistente sonido de la lluvia, en el exterior el ambiente permanecía despejado y en calma.

Decidió continuar comprobando de nuevo los estantes con más paciencia convencido de que se le debía haber pasado por alto alguna parte, pero ciertamente todo se le había ido mostrando ligeramente distinto a como recordaba. Llegando ya al final de la última fila observó al fondo otra escalera que conectaba a otros pisos superiores. Le pareció imposible, podría aceptar que olvidara ciertos detalles, pero no el saber contar, y desde fuera el edificio no había variado en cuanto a la existencia de estancias se refiere.

Una mente precavida habría dejado el libro en cualquier rincón y estado ya de vuelta a la sala principal, pero la suya le arrastró inevitablemente a subir a través de esos escalones. No eran de madera como los que le habían llevado hasta esa planta, sino de mármol, y a cada paso notaba como en su percepción aumentaba la intensidad de aquel extraño sonido del golpeo y precipitación de gotas de agua. Por algunos instantes durante un ascenso que duraba más de lo esperado echó un vistazo hacia abajo, pero su vista solo vislumbró oscuridad. Los candelabros habían desaparecido o bien alguien o algo los había apagado. Ya ni siquiera llegaban pequeños reflejos desde las ventanas, parecía como si la nada más absoluta estuviera devorando el lugar.

No tardó en percatarse de que apenas podía ver más allá de un par de escalones, pasando por lo que se le haría casi una eternidad hasta llegar al último. Allí contempló nuevos pasillos llenos de estanterías abarrotadas de libros, los cuales aunque no existía fuente aparente de luz alguna, los cubría una tenue visibilidad que se derramaba en toda la zona. Anduvo de nuevo, esta vez muy lentamente, entre aquellos ejemplares de colores marrones y negruzcos de diversas intensidades, que al contrario de los ya vistos en las plantas inferiores, poseían cubiertas impolutas. Para su sorpresa en ninguno de ellos aparecía impreso título alguno, detalle que aumentaría la intensidad del impulso ya de por sí irrefrenable de abrirlos para desvelar los secretos que custodiaban. Sus manos se dirigieron hacia uno de los tomos, lo sacó cuidadosamente de su lugar de reposo y se dispuso a abrirlo lo más rápido que sus manos le permitieron.

Sería la primera vez que contemplaría algo semejante. Las páginas estaban escritas por letras ilegibles que cambiaban constantemente de forma, como si estuvieran formadas por tinta dotada de vida propia fluían por la superficie de papel con delicadeza uniéndose y separándose constantemente en lo que parecían palabras. Dejándolo en su lugar después de un breve instante continuó explorando otros libros, entre un éxtasis de fascinación e incredulidad, los cuales le devolverían la misma visión. La seducción y el embelesamiento de haber encontrado un nuevo rincón rebosante de conocimiento se tornó en desaliento mientras abandonaba sus sentidos al no desagradable pero extraño sonido de lluvia que había ganado ampliamente mayor intensidad.

Decidido a echar un vistazo más siguió sus pasos hasta que estos le llevaron a un cruce, donde algo más que el ruido blanco de fondo llegó a sus oídos. Miró hacia su procedencia, su izquierda, y una figura femenina de su misma estatura se encontraba allí colocando suavemente un libro con su mano derecha, mientras que con la otra mantenía otros tres apoyados en su pecho. Su precioso cabello largo y rojizo, con pequeñas trenzas, destacaba sobre el entorno y su discreto traje oscuro.

Aodren se acercó lentamente percatándose de que sus ojos eran completamente blancos, y algo camuflados desde larga distancia por la tenue iluminación, un par de cuernos que sobresalían de su cabeza sin que estos añadieran un ápice de desagrado o fealdad a la portadora, aun siendo una belleza decididamente extraña la que transmitía sus delicadas facciones.

—Por fin estás aquí —habló ella en un tono amable sin levantar su mirada ni interrumpir su tarea.
—¿Me conoces?
—Lo suficiente.

Transcurriría una breve pausa antes de que el ocultista volviera hablar.

—Veo que sabías de antemano que vendría, ¿quién eres?
—Me han llegado a nombrar de diversas formas; Destino, Providencia... Mi nombre es Ellwhyrin. Con respecto a tu visita, la esperaba, por supuesto. De echo no tienes de qué preocuparte, ya está en el lugar que le corresponde.

Aodren tardó unos instantes en caer en la cuenta sobre a qué se refería con lo último mencionado, se había olvidado completamente del libro que había traído para devolver y llevó sus manos a la pequeña bolsa de cuero que llevaba bajo la túnica solo para notarla completamente vacía. Se deslizarían unos momentos de desorientación para él antes de que Ellwhyrin terminara de dejar el último ejemplar en la estantería y volviera a hablar.

—¿No te has preguntado cómo ha podido ser tan fácil tu entrada a un edificio como este?, ¿o en la suerte que tuvieron Llewellyn y Erin para sacar un ejemplar de ese tipo? He tenido un par de ojos puestos en ellos, nada escapa a la causalidad.
—No alcanzo a comprender de qué estás hablando exactamente, y qué es este lugar. Deberás disculparme, pero llevo tiempo teniendo experiencias y encuentros tan extraños que temo estar perdiendo la cabeza, pero aún más perdida se encuentra mi paciencia. Debo estar en un punto en el que dudo diferenciar lo que es real de lo que no.
—¿Y qué es la realidad?, ¿podrías definirla?
—No, ciertamente no podría, cada persona crea y experimenta su propia realidad, su propia visión de las cosas.
—Así es —dijo mientras lentamente se acercaba hasta estar a unos pasos frente a él, alzando al mismo tiempo la mirada fijándola en un punto distante e invisible sobre sus cabezas—, pero un instinto te ha dicho desde muy joven que lo que intenta denominarse como realidad no es más que una obra de teatro, y que había algo más allá del escenario, una verdad. Ese instinto te ha traído hasta este rincón de la Biblioteca Arcana.

(Ilustración por Bianca Rose)

—¿Qué hay de todos estos libros?, ¿por qué no pueden ser leídos?
—Querrás decir por qué no puedes leerlos tú —sonrió extrañamente dirigiéndole de nuevo la mirada al hechicero—. Has adquirido una nueva percepción a través de tus vivencias que te han llevado a ver la escalera de mármol, pero para adquirir nuevo conocimiento en ocasiones hay que olvidar parte de lo ya aprendido —una de sus delicadas manos pasó acariciando algunos de los libros.

Aodren reflexionaba haciendo un esfuerzo por asimilar otro encuentro que se le estaba escapando de la razón. Estaba convencido, por otra parte, de que no sería el último.

—A veces me pregunto si realmente merece la pena —dijo él al fin—, se pueden ir dejando tantos trozos de uno mismo por el camino que no es difícil sentirse fragmentado hasta límites difíciles de contener.
—No es posible despertar la conciencia sin dolor. No eres ningún elegido, Aodren, pero no deja de ser cierto que caminas un sendero contrario a los más habituales y sencillos que suelen ser tomados por la mayoría. El mundo no se iluminará imaginando figuras de luz, sino por hacer consciente la oscuridad.

Aquellas palabras le sonaron a una profunda sabiduría, pero no tardó en preguntarse a qué tipo de oscuridad estaba haciendo referencia, ¿era la misma oscuridad que intentaba poseerlo?, ¿cómo podía saberlo?, ¿hablaba de no oponer resistencia y dejar que se mostrara libremente? Esas preguntas harían saltar su instinto ya moldeado por años de estudio en el misticismo, como una jarra rebosada que se había ido llenando poco a poco de forma inconsciente desde que comenzara a ascender por aquellos peldaños.

Avanzó un paso murmurando algunas palabras que solo él entendió, y en un rápido movimiento alzó su mano izquierda ya envuelta en un aura de fuego azulado hacia la frente de ella. Dudaba de si podría funcionar, pero era su mejor baza, un hechizo de cierta sencillez capaz de consumir paulatinamente el maná y la energía mental de la víctima, que si bien podía no ser tan efectivo como otras versiones de ese mismo conjuro más complejas que jamás habían sido probadas por nadie que fuera capaz de ello y solo murmuradas en conocimientos ya perdidos, para él si cumpliría su cometido, el aturdir su objetivo por unos instantes dándole tiempo a desenvainar su espada.

Un grito desgarrador dio paso al desvanecimiento de la efigie de Ellwhyrin, mostrando en su lugar a un anciano de apariencia débil en estado catatónico. Las estanterías que les rodeaban, ahora iguales en apariencia a las de los pisos inferiores, pasaron a contener libros de aspecto común entre notables capas de polvo, y el misterioso sonido de lluvia se diluyó ahogado en un silencio perturbador.

No pasarían apenas unos segundos hasta que Aodren pretendiera retirar su mano para evitar una agonía en aquel hombre que no debía estar teniendo lugar, pero ya sería tarde, sintiéndose incapaz de controlar la intensidad del hechizo. Le ardía su mano en un dolor que comenzaba a resultar difícil de soportar, observando como el anciano se retorcía en muecas de terror mientras el aura de fuego azul que ahora salía de su cabeza comenzaba a tomar forma de una copia exacta de su decrépito rostro. El alma de aquel desafortunado estaba siendo extirpada de cuajo de su carcasa de carne y huesos.

El brujo se horrorizó ante tal visión. Alzó su espada y traspasó con determinación el corazón del viejo en un movimiento rápido y limpio, poniendo fin a su sufrimiento y al dantesco espectáculo. El cuerpo caería al instante al suelo como un cascarón vacío, no sin antes escucharse unos gritos cercanos envueltos en el miedo y pisadas apresuradas. Aodren no pudo observar la naturaleza de aquellas personas envueltas en túnicas y capuchas, pero sí como huían despavoridas, quizá miembros del mismo grupo que el fallecido o solo de la propia biblioteca, quizá ambas cosas.

Reaccionó con premura bajando las escaleras para salir cuanto antes mientras comprobaba que el oscuro libro que había venido con él volvía a estar en la bolsa de cuero, depositándolo al fin en uno de los primeros rincones que encontraría sin prestar demasiada atención, era cuestión de poco tiempo el que pudieran llegar refuerzos de cualquier tipo a por él.

Ya en las afueras enfiló la calle en un trote ligero pero continuo al no escuchar bullicio cercano mientras empezaba a darle vueltas a lo ocurrido. Pensaba que una poderosa e inexplicable ilusión se había llevado a cabo para engañarle con unos propósitos que desconocía, tuvo claro que fue de tal complejidad que debía tratarse de una proyección, es decir, aquellas estanterías extrañas, la escalera de mármol, los libros misteriosos de tinta con vida propia... todo existía realmente, pero en otro lugar. Y necesitaba encontrarlo.

Lo más enigmático se le mostraría al sentirse observado de forma penetrante desde uno de los tejados. Sin detenerse alzó la vista hacia donde le provenía dicha sensación, y allí se encontró a Ellwhyrin, mirándole fijamente bajo un cielo rojizo propio del ocultamiento del sol que camuflaba ligeramente su cabello. Ahora lo que destacaba de ella eran sus cuernos, el manto oscuro de su traje que bien parecía el fragmento de una noche cerrada que se mostraba a destiempo rebelándose contra el día, y una expresión de malicia y aprobación que asomaba en su rostro.

Quién era realmente y si había sido ella quien orquestó todo, estando incluso detrás de la forma en que perdió el control de su hechizo, fueron dudas que le martillearon la cabeza. Por su estado de recuperación el conjuro podría haber fallado, pero jamás desatar aquel fenómeno más propio de antiguas y oscuras leyendas. Dedujo la posibilidad de un meticuloso plan para hacerle ver de lo que podría llegar a ser capaz él mismo, así como intentar llevarlo por cierto camino determinado para algún propósito en su búsqueda de lo desconocido.

En cierta forma le pareció una súcubo, pero al igual que los íncubos, son criaturas de poder y voluntad muy limitadas al estar atadas a la de otros demonios superiores. Si un demonólogo de cierta maestría decidiera invocarlos, se sustituiría esa atadura por otra hacia el hechicero, una atadura que si no es cuidada de forma conveniente resulta infinitamente mucho más fácil de romper. Ella era tan diferente, mostrando una inusitada habilidad tanto arcana como en sabiduría e inteligencia, que le llevó a una conclusión, Ellwhyrin podría haber acabado con la vida del insensato que la hubo invocado para intentar controlarla, quién sabe cuánto tiempo atrás, y estaba claro que había usado su libertad para hacerse más fuerte y cultivar sus propias y ocultas motivaciones.

Durante sus cavilaciones un pequeño tronco seco le hizo tropezar perdiendo ligeramente el equilibrio estando a punto de caerse, unos segundos tras los cuales quitaría la vista de la enigmática presencia y que parecieron suficientes para que cuando volviera a mirar ésta se hubiera esfumado por completo. Retomó el ritmo aumentando su intensidad alcanzando ya los muros de la ciudad, mientras el intenso dolor de su mano casi en carne viva no llegaba a la altura, con suma diferencia, al sentido por la vida que acababa de sesgar. Al poco se le uniría un terrible miedo que empezó a recorrer sus pensamientos. El miedo a no llegar a saber controlar y exprimir todo el potencial de las fuerzas que estaba conociendo que moraban en su interior.

Porque no existe peor infierno que el morir y la persona que se es se encuentre con la persona que se pudo haber sido. Quien pasa por situaciones límite ya no malgasta su vida, la tragedia le había ido transmitiendo sus códigos, y comenzaba a entenderlos.

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