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Tras la niebla del pensamiento

Me encontré caminando sobre una enorme explanada que dejaba entrever una tierra entre grisácea y negruzca compuesta por piedras muy pequeñas de esas mismas tonalidades, características propias de un lugar de origen volcánico. Algunas plantas en muy buen estado, de verdes intensos de diversas tonalidades oscuras, aparecían esparcidas por el terreno con cierto orden que daba forma a figuras geométricas como si hubieran sido sembradas a conciencia por una mano inteligente. Solo podía verlas hasta tenerlas a unos pocos pasos, pues una intensa niebla lo cubría todo dejando un panorama de aires místicos y misteriosos.

Continué unos metros más adelante hasta llegar a un borde que bien pareció el fin del mundo con una caída hacia la nada más absoluta, y allí permanecí unos instantes, hasta contemplar como se desplegaban enormes acantilados y barrancos que terminaban en un mar de espuma lleno de furia. En aquel momento me di cuenta de que mi vista alcanzaba una mayor distancia, aunque la neblina permanecía sin intención de abandonar su tejido de un cielo plomizo que luchaba por absorverlo todo.

Me giré para otear lo que había dejado atrás, y a mi izquierda desde por donde había venido presencié vagamente la fantasmal efigie de un alto y solitario edificio abrazado por la bruma. Su estructura era moderna pero denotaba antigüedad a través de sus paredes marrón oscuro con trazas de hollín y suciedad. Una enorme tristeza emanaba de cada uno de los cristales de sus ventanas, completamente cerradas y pobladas por pequeños rastros de polvo. Sorprendido por la visión de algo que entendí que no debía estar ahí intenté captar, sin éxito, si había personas o algún tipo de actividad tras aquellos ventanales. Mientras llegaba a la conclusión de que era un edificio abandonado hace largo tiempo una sensación de sobrecogimiento me fue invadiendo poco a poco hasta poseerme por completo.

Apartando la mirada de lo que se había convertido en una visión de cierto miedo y desasosiego, decidí aventurarme por una de aquellas laderas en un descenso nada fácil. Esa ruta me acabó llevando a una playa de arena blanca tirando a ceniza, y comprobé que se respiraba una inmensa tranquilidad a pesar de escucharse a muy poca distancia la inusitada violencia de unas olas, con intenciones de invadir de forma inminente el lugar donde me encontraba sin ni siquiera dejarse ser vistas. La niebla había ganado terreno de nuevo, volviéndose más espesa, por lo que volvía a no poder ver más allá de unos palmos.

No tardaría en darme cuenta de que no me encontraba solo. Allí, cerca de donde terminaba la arena, al lado de las paredes de roca que sobresalían del acantilado conquistando el terreno a la costa hasta perderse de la vista, aparecieron algunas personas sentadas en actitud de descanso. A mi espalda, de repente, divisaría a otras dos que paseaban alejándose e internándose en la neblina, portando trajes oscuros y unas expresiones muy perturbadoras que dejaron ver en sus rostros al mirar hacia donde yo me encontraba durante un instante.

No hubo reacción por parte de los otros a mi presencia, hasta que sentí como si alguien me transmitiera un aviso pero no de forma verbal, sino mental. Había un peligro inminente, y había que subir. Transmití el mensaje a los presentes para que nadie quedara allí expuesto a lo que fuera que se avecinaba. Algunos ya habían comenzado a levantarse como si también hubieran recibido la misma comunicación, y poco a poco acabarían formando una fila a la cual me uní. Sus rostros fríos, sin emoción alguna, al igual que sus gestos y sus movimientos, me resultaron más propios de autómatas que de personas.

Tras unos momentos de andar siguiendo sus pasos me di cuenta que ascendíamos por una escalera por la que no me había cruzado ni visto en todo mi trayecto anterior, estaba hecha de cemento con algunas partes de madera. De aspecto algo tosco, no mostraba ningún tipo de decoración, pero estaba bien construida. Confiado en la comodidad que ofrecía me dejé llevar por un tiempo indeterminado mucho más neblinoso que el aire plomizo que consumía el entorno.

Llegó un momento en el que las paredes de piedra cambiaron y se tornaron en azulejos de colores amarillentos difíciles de describir que no eran nada agradables, como si aquellas tonalidades estuvieran empapadas de sufrimientos indescriptibles. El ascenso se detuvo tras percatarme de haber subido por varias plantas propias del interior de un edificio, en una escalera que ya no era la que había comenzado en la playa, pues esta estaba formada por barras de hierro con notables manchas de óxido.

El grupo con el que había llegado se detuvo y permanecieron en ese estado como convertidos en estatuas, y pregunté a un muchacho que tenía frente a mí sobre dónde nos encontrábamos. "Él no está", fue su extraña respuesta, como si no tuviera la condición o el permiso para transmitir esa información, "pero no tardará en volver", terminó añadiendo. Observando a mi alrededor identifiqué pasillos poblados por cristales que me resultaron familiares, me confirmaron que me encontraba dentro del terrible edificio que había contemplado desde el descampado.

De entre todos los presentes habían unos pocos que ya estaban allí desde hace mucho, los cuales comenzaron a obstaculizar las pocas salidas posibles justo cuando me invadía un pensamiento de escape a toda costa, al mismo tiempo que el mismo chaval con el que había interactuado y que formaba parte de ellos emitía un intenso grito, diciendo: "¡No!". El resto reaccionó solo para caminar pausadamente cada uno hacia unos habitáculos individuales que parecían celdas, sin ningún ademán de resistencia.

Caí en la cuenta de que estaban sometidos a algún tipo de trance hipnótico desde el primer momento en que los había visto en la playa, y un terrible sentimiento me invadió transmitiéndome que ese lugar era el punto neurálgico de terribles torturas y experimentaciones tanto físicas como mentales. En aquella oscura revelación mi ensoñación se volvió difusa e incapaz de ser recordada.

Desde un punto de vista analítico y muy personal, he clasificado toda esta vivencia como una advertencia.

Una empatía muy desarrollada es capaz de vivir y sentir con gran intensidad a través de los demás (independientemente de su naturaleza, tanto para lo positivo como para lo negavito), con facilidad, de forma natural, sin esfuerzo, e incluso sin ser consciente de ello. Una preocupación y dedicación a otros sin control a costa del descuido de uno mismo lleva a fatales consecuencias, una desintegración que vi representada por el terrorífico edificio de mi sueño, así como el riesgo de quedar atrapado en un laberinto de complicada salida puesto que aprender a salir de una mente ajena es tan importante como su entrada, la cual permite la comprensión libre de juicio, y una ayuda adecuada si fuera el caso.

En un mundo cada vez más dominado por el egoísmo, mantener el equilibrio de la entrega sin descuidar las fronteras de los reinos y jardines internos resulta una lucha delicada en la que precisamente está en juego el poder ofrecer lo mejor a quienes se considera merecedor de ello. Y sigue estando el problema de que una preocupación excesiva en dichas fronteras llevaría a, probablemente, dificultar e impedir la entrada a quien quizá solo pretenda tratar bien nuestras parcelas. Por desgracia en mi caso desde luego no sería la primera vez.

Soy consciente de que pueden ser posibles otras interpretaciones, pero dejaré al menos estas anotaciones sobre lo reflexionado hasta el momento.

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