Ir al contenido principal

Crónicas de Aodren: Paraíso perdido

Me dijo que ya nos están observando, desde hace mucho además. Tanto que han presenciado el nacimiento y la caída de cada una de las civilizaciones e imperios que nos han precedido. Presentes desde antes del comienzo de nuestros primeros pensamientos, arquitectos de nuestra conciencia, nos tutelaron a través de un legado de conocimiento que en algún punto de la historia acabó siendo apartado y despreciado en el olvido de una larga noche carente de luna y estrellas.

Algunos de los suyos se ofrecieron voluntarios en diversas épocas, para a través de un complejo proceso que comprendía un número de usos muy limitado, acceder a la dura y noble tarea de intentar traernos de vuelta lo que habíamos olvidado. Sin desvelar la naturaleza de su procedencia caminaron entre el ser humano como uno más, enseñando a todo el que estuviera dispuesto a escuchar, conmoviendo a muchos corazones y despertando a muchas almas.

Pero ninguno de los intentos fue suficiente. El árbol que representa a la humanidad les demostró que siempre termina torcido en su crecimiento. Sus enseñanzas, desvirtuadas y retorcidas esta vez hasta límites insospechados, fueron usadas para engendrar y esparcir el sufrimiento, la muerte y la codicia más salvajes.

Vieron la constante tendencia a la autodestrucción como una infección en las mismas semillas que intentaban hacer germinar. Un cultivo del cual la mayor parte se mostraba incapaz de sentir preocupación e interés por la evolución y el bienestar de sus prójimos, embriagados de una corrupción y una maldad que materializadas en sus acciones los hacía parecer entidades carentes de alma, recipientes huecos y vacíos de malas hierbas inmateriales que consumen las zonas del jardín que sí muestran un potencial de trascendencia.

Haciendo gala de una paciencia solo propia de quienes no son esclavos de la dimensión del tiempo, tardaron incontables milenios en extinguir la llama de su esperanza ante lo que terminaron contemplando como una obra fallida, y la maquinaria de los pasos estipulados a seguir puso sus engranajes en marcha. No era la primera vez, ni sería la última. Llegaba el momento de limpiar el terreno y arrancar de raíz lo corrupto, era el momento de la destrucción de todo para volver a edificar un nuevo comienzo, esta vez con una versión del ser humano mucho más perfecta.

Pero de entre todas las voces de quienes observan sin descanso, hasta ahora hermanas del silencio, se alzaron algunas discrepantes. Enarbolaron el pensamiento de que había luz de inefable valor en fragmentos de la condenada obra, que merecía la pena el esfuerzo de salvar parte de ella, elegidos que serían llevados a un nuevo lugar del cosmos para comenzar un nuevo principio. El resto sería dejado a su suerte en el mismo planeta que había sido procurado específicamente para ser un paraíso para sus moradores, pero convertido por estos en un purgatorio de estaciones infernales.

Se sugirió que tal compleja tarea, que implicaba un riguroso proceso de selección y un despliegue notable de medios, sería encomendada y realizada a través de otra de sus creaciones, una mucho más antigua y autómata propia de un diseño para seguir órdenes específicas de trabajo de diversa naturaleza. Conciencias limitadas pero eficaces en su cometido, capaces de habitar más de un cuerpo, que permanecen aletargadas en lejanos planetas poblados por ciudades de arquitecturas nunca vistas convertidas en ruinas y tierras arrasadas, siendo despertadas cuando vuelven a ser necesitadas.

Sin embargo, a pesar de la dilatada sabiduría arrastrada a través de los eones, se percataron demasiado tarde de haber sido contagiados por el lado oscuro de las emociones humanas, cual parásitos criándose en sus mentes sin cerebro esperando el momento oportuno para manifestarse. No fueron pocos los que revelaron sentir odio, desprecio, y una profunda ira hacia lo que ya no consideraban como algo digno de existir sino merecedor de la aniquilación o la esclavitud, en contraposición a los que cultivaron un amor incondicional hacia el ser humano a pesar de sus defectos, viéndolo aún como un diamante que aspira a ser pulido.

Emergió entonces el inevitable enfrentamiento entre ambas posturas irreconciliables a través de un crudo conflicto, como una macabra herencia que nuestra especie habría incrustado en las almas de lo que lo había dado todo por ella, moldeando y retorciendo de formas inimaginables e irreversibles la naturaleza de esas entidades ultraterrenales.

Y así es como la esencia original de lo que llegamos a conocer como dioses desde tiempos inmemoriales terminó en una muerte agónica, sacrificándose en su sueño de la razón y la locura, dando las últimas pinceladas a la creación de sus propios monstruos. Tal es nuestro poder, capaz de mostrar una luminosidad cegadora en consonancia con el origen de la fuente de todo, o de ser un oscuro y aterrador abismo que devuelve algo más que la mirada a todo aquello que se atreva a asomarse a su horizonte de sucesos.


Pero aún nos observan, nunca han dejado de hacerlo, aunque muchos de ellos encontraran la forma de volver a caminar entre nosotros con intenciones tan distintas y dispares como nuestra propia naturaleza, así como más allá de ésta, cambiando y acelerando nuestra evolución hacia destinos por ser revelados.

Hasta que quizá algún día, cuando todas las oportunidades se hayan agotado, decidan volver a ponerse de acuerdo para poner fin a lo que una vez comenzaron.

Comentarios