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Ángeles de Yaldabaoth

Aquella extensión de arena tan oscura en la que me encontraba llegaba hasta más allá de lo que alcanzaba la vista, mostrándome una playa de proporciones que rayaban el surrealismo. A pesar de que las bravías olas se observaban romper a una larga distancia, una delgada capa de agua que apenas sobrepasaba la planta de los pies cubría toda la superficie a mi alrededor, dándome a entender que la marea llegaba a cubrirlo todo, sin que existiera un mínimo espacio que hubiera estado completamente seco en algún momento.

No me encontraba solo, cerca de mí un pequeño grupo de personas practicaba ciertas actividades que se asemejaban a una mezcla entre un entrenamiento físico y un ritual de algún tipo. Todos usábamos un bañador negro, y nuestros cuerpos se encontraban en un estado ideal de tonificación y aspecto, compartiendo una misma tonalidad de piel ligeramente morena. De entre los desconocidos rostros llegué a distinguir algunos que me resultaron familiares, y que relacioné con algunas personas que han pasado por mi vida dejando una influencia positiva. El cielo, completamente despejado, mostraba el ambiente propio de un amanecer (o quizá un atardecer) que se perpetuaba. El lugar me transmitía una cierta aura mística y extraña a pesar de una aparente normalidad que reflejaba ciertos resquicios de sospecha, como si la alarma de un sexto sentido estuviera intentando romper un bloqueo de origen desconocido para avisarme de algo terrible.

Mientras deambulaba observando el entorno se me acercó un tipo, el cual creí que debía ser el más longevo del grupo, ya que a diferencia del resto su pelo tenía una tonalidad plateada y brillante, aunque tanto sus rasgos como su cuerpo eran propios de quien se encuentra en ese punto de mayor potencial de desarrollo entre la juventud y la madurez, al igual que todos los que nos encontrábamos allí. Se detuvo a unos pasos y tras un gesto amable me preguntó si me encontraba bien, que yo parecía estar confuso. Continuó diciéndome que no perdiera el rumbo de mi evolución personal, y señalando hacia lo que parecía un apartamento a pocos metros de donde nos encontrábamos, me aconsejó que entrara y descansara un poco si lo necesitaba. Las paredes de aquel edificio eran de un color agradable, un suave anaranjado, y algunas de sus ventanas aparecían encendidas. Con cierta curiosidad me dirigí hacia allí mientras veía a otros miembros del grupo, varios chicos y una chica, que también se retiraban a ese mismo sitio. Dentro, supuestamente, cada uno de nosotros teníamos una amplia habitación, aunque el tamaño del inmueble visto desde fuera daba a entender que era imposible que existiera espacio para todos, pero me aclararon que al entrar en él sus dimensiones no se corresponden con lo observable desde el exterior, y sus pasillos y estancias no llegan a terminarse una vez se transita en su interior.

Nada más pasar el umbral de la puerta de entrada, la cual estaba abierta y emitía una cálida luz, fui recibido por dos de mis mascotas que salieron a mi encuentro. Esta escena no causaría asombro de no ser porque ambas ya habían fallecido hace muchísimos años en diferentes épocas de mi vida. Mi incredulidad era sepultada por el cariño con el que me inundaban, volviendo a abrazarlas y disfrutar de su compañía durante unos breves momentos.

Al darme la vuelta vi que el tipo del cabello plateado volvía a acercarse, y pareciendo haber adivinado las preguntas que inundaban mi mente, me habló de nuevo. Dijo que los que llegábamos allí podíamos hacer un pequeño alto en el camino sin dejar de entrenar nuestro desarrollo espiritual, que nuestros cuerpos en ese plano no eran más que una mera ilusión, reflejando el estado vibratorio del que partíamos desde la última vida que habíamos encarnado. Perplejo entendí entonces que todos los que nos encontrábamos allí habíamos muerto quién sabe cuándo, y quién sabe cuántas veces antes. Me encontraba en una especie de limbo, o purgatorio, por llamarlo de alguna manera.

En el cielo, a lo lejos, divisé de repente una gran masa de formas irregulares de colores grises y blanquecinos que se movía acercándose a nuestra posición. Fue una visión extraña el ver una nube de aquel tipo en medio de un cielo tan despejado, cambiando además de forma constantemente en sus zonas más alejadas del centro. Mi cordura se tambaleó al darme cuenta, sin saber cómo, de que dentro de ella parecía viajar algo semioculto que me era imposible de describir, algo que nos observaba fijamente a través de incontables ojos inmateriales que nunca se cierran, cual vigilante que no necesita descanso. Lejos de que aquella manifestación necesitara esconderse o camuflarse para pasar desapercibida, mantenía oculta su naturaleza para que las consciencias aún en ciclos relativamente tempranos de existencia, como la humana, no pierdan la razón al contemplar aquello que trasciende los sentidos a los que estamos acostumbrados, a todo lo cuantificable, lo medible, lo clasificable... Aquello que trasciende lo que entendemos como nuestro plano de tridimensionalidad.

No podía apartar la mirada de esa nube de otro mundo mientras se acercaba y ocupaba más y más parte de la bóveda celeste. Sin saber si mi percepción se estaba viendo afectada por una burbuja de irrealidad o bien aquella aparición estaba realmente afectando el entorno a su paso (quizá ambas cosas a la vez), todo a mi alrededor comenzó a deformarse ligeramente como una pintura de acuarela que es devorada de forma muy lenta por un fuego invisible. Me invadió un terror inefable.

"Ya vuelven", me dijo el tipo que seguía a mi lado, el cual hacía unos momentos que también se había girado para observar el fenómeno mostrando una absoluta calma ante el mismo. "Es la hora de partir de alguien, me pregunto a quién escogerán esta vez", añadió. Quise preguntarle sobre esa partida y qué o quiénes volvían, pero no tuve oportunidad, justo cuando me disponía a manifestarle esas inquietudes, desperté.

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