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Crónicas de Aodren: Nunca invierno

Su nacimiento fue recibido como un milagro en aquel ignoto lugar, visto por sus propios pobladores como olvidado y maldito por sus divinidades, donde desde hacía largo tiempo toda mujer embarazada compartía el destino de perder el fruto de su vientre, dando a luz a criaturas sin vida. El día en el que sus inocentes ojos se abrieron y contemplaron la luz del sol por primera vez, junto a los rostros de extraños que acudían a presenciar lo que creyeron imposible, marcó el transcurso de un agradable otoño que se alargó por aquellas tierras como nunca antes lo había hecho, hasta dar finalmente paso a una primavera que retomó solo una parte del ciclo natural de las estaciones, pues el invierno no volvió a hacer acto de presencia, siendo su lugar ocupado por una combinación, no siempre equilibrada, de las ya antes mencionadas. Esa sería la razón por la que a aquella niña le fue otorgado el segundo nombre de Neverwinter.

A pesar de ser un evento visto como un mensaje de esperanza, jamás trajo nada bueno. El aspecto angelical que desarrolló mientras crecía generó habladurías sobre su parentesco y su procedencia, pues una piel tan clara y un pelo dorado que solo llegaría a oscurecerse un poco durante la adolescencia, no le proporcionaba similitud alguna con la población tanto local como de otras zonas del continente, ni siquiera con su propia familia.

Los años de desesperación y tristeza irían calando en todos al no llegar más nacimientos fructíferos, hasta que aquello que había sido visto como una bendición, empezó a verse como parte de una maldición. Las sospechas que solo quedaban entre pequeños susurros anecdóticos pronto olvidados, se convirtieron en acusaciones. La irracionalidad fue instalándose en las mentes autóctonas, asociando lo que veían como diferente como la causa de todas las desgracias.

Llegaría un día en el que unos ojos propios del mal se fijarían en ella, en su cuerpo de apenas una joven. Aquel sujeto, más bestia que hombre, la siguió hasta un bosque donde sabía que solía ir a pasear durante el atardecer, y aguardó pacientemente sin dejar de esconderse tras los árboles esperando la oportunidad para asaltarla. Unas inesperadas voces no muy lejanas retuvieron a aquel ser sin alma, distrayéndolo intentando adivinar la localización de las ininteligibles conversaciones que pronto dejaron de escucharse. Para cuando el silencio hubo vuelto, no tardó en darse cuenta de que la muchacha había desaparecido, perdiéndole el rastro.

La noche comenzaba a mostrar su manto sobre el valle, y el individuo decidió volver posponiendo su cacería para otro momento. Al poco de salir de la arboleda, para su sorpresa, la figura de su víctima volvió a encontrarse en su campo de visión. Desesperado por no haber consumado su plan, vio una oportunidad que no estaba dispuesto a desperdiciar. Intentaría saltar a su paso y llevarla a una de las calles más apartadas, al fin y al cabo a esas horas en según qué zonas no había tránsito alguno. Aceleró el paso como si estuviera poseído por algo terrible, hasta lograr alcanzarla poco antes de llegar a casa.

Pasaron unas horas hasta que los familiares de la pequeña, preocupados por no verla llegar, salieron en su búsqueda por los alrededores atrayendo a curiosos en cuanto comenzaron a gritar su nombre, haciendo que muchos, intrigados, se unieran para tratar de encontrarla. No pasó demasiado tiempo hasta que un alarido de terror sacudió sus corazones desde una de las calles más recónditas de la aldea. Cuando llegaron, esperando encontrarse con lo peor, cayeron en la más absoluta de las confusiones. El cuerpo de la chica yacía tumbado y sin un rasguño, como si se hubiera desmayado, casi como durmiendo plácidamente. A pocos metros de ella, el tipo de oscuras intenciones se encontraba sentado con su espalda apoyada en una desvencijada valla de madera que daba por finalizado el callejón. El estado de este sujeto fue la causa del alarido, emitido por una mujer que se los había acabado de encontrar, pues la cara del hombre estaba destrozada, como si se la hubieran arrancado de cuajo, y parte de su cabeza permanecía abierta cual fruta reventada desde dentro.

La muchacha no tardó en ser llevada a casa por sus padres mientras la noche se iba cerrando cada vez más, y el macabro y misterioso hallazgo se iba transmitiendo de boca en boca entre los allí reunidos, cada vez más numerosos. Tras unos momentos en los que recuperaría por fin la consciencia, relató lo último que consiguió traer a su memoria, el ser sorprendida por un hombre corpulento que se la llevaba consigo a la fuerza obstaculizando sus vías respiratorias. Luego, una neblina oscura salpicada de sangre. Pocos detalles más pudo aportar a pesar de esforzarse antes de derrumbarse mentalmente, y llorar presa de un pánico indescifrable. Sus progenitores creyeron sus palabras, pero cualquiera que fuese la verdad, los que estaban en el exterior ya se habían construido la suya propia. Dichos pensamientos se vieron manifestados al escucharse un vociferío procedente de la muchedumbre que pedía, con rabia, que salieran.

La joven se incorporó con firmeza mostrando una lucidez repentina e inusitada, con un rostro que pareció tornarse diferente, una expresión que ya resultaba familiar para quienes la habían criado, propia de alguien que se recupera con rapidez y que se crece ante las adversidades. Intentó llevar sus pasos hacia la puerta, pero fue interrumpida por su padre, quien ya había adivinado sus movimientos. "Corre, sal por detrás, sigue a tu madre", le dijo, acariciando su mejilla con ternura y mirándola como si fuera una última vez, como si hubiera llegado un día que se esperaba y aceptaba como inevitable.

De repente la puerta principal estalló rompiéndose en varias partes, con unos brutos atravesándola portando grandes martillos, seguidos por hombres y mujeres enloquecidos. "¡Asesinato!, ¡la cría es una bruja, debe ser ajusticiada!", gritaban entre toda una ristra de improperios. La fuerza que empleó su madre para llevársela casi a rastras solo podría igualarse al odio que desprendió el rostro de la chica mientras contemplaba a los primeros invasores avalanzarse hacia su padre, quien sin ceder terreno con la pretensión de ganar tiempo para su familia, se vio pronto rodeado por una masa desquiciada.

Ambas llegaron por fin a la pequeña granja trasera, y la mujer ayudó a subir a la pequeña sobre la única opción de escape, el muro que delimitaba una parte del terreno, estando el resto entre paredes rocosas complicadas de sortear sin el tiempo suficiente. Desde el hueco de la puerta, a sus espaldas, apareció un hombre y una mujer con utensilios de granja en sus manos, manchados de sangre. "¡Corre, hija, no dejes de correr!", dijo dándole la espalda mientras sacaba un pequeño puñal desde la parte trasera de su cinto de labores. Aquel terrible instante hizo paralizarse el tiempo, como si todo, a ojos de la pequeña, se congelase para siempre. La chispa de valentía y rabia se había ido apagando hasta llegar a aquel rincón, y ahora solo quedaba el miedo. "Nunca pierdas la fe en ti misma", le susurró su madre dirigiéndole una última mirada, rompiendo la aparente parálisis temporal, antes de lanzarse a por los que intentaban apagar la luz de lo que más amaba en este mundo.

La joven se incorporó y comenzó a correr llevando al límite tanto sus músculos como sus emociones, donde un torrente de tragedia se derramaba entre sus lágrimas y unos sollozos ahogados por la respiración agitada de sus pulmones. Sin ser consciente de ello se vio internada en el bosque que tan bien conocía, sin duda el único lugar que le transmitía cierta seguridad, pero no se detuvo ni aminoró su marcha, ignorando la creciente fatiga de la que ya adolecían sus piernas. Sería en ese momento, bajo aquella oscura noche sin luna, donde se daría cuenta que podía observar lo suficientemente bien su entorno a pesar de la carencia de luz. Mientras avanzaba a toda velocidad le pareció durante unos instantes observar por el rabillo de sus ojos unas figuras sobre ramas muy altas, siluetas a veces femeninas, otras veces masculinas, y provistas de alas. Pensando que quizá no eran más que un juego de sombras de los árboles más altos, había algo de lo que sí estaba segura, se sintió estar siendo obserbada.

Sus pasos acelerados crearon tal estruendo entre hojas y ramas de diversos tamaños, que terminaría siendo bien escuchado a través del silencio de la distancia en unos oidos que, curiosos, decidieron acercarse. Justo cuando comenzó a descender el ritmo de su travesía, intentando coger aire y fuerzas, contempló a tres figuras encapuchadas apareciendo justo delante acompañadas por una antorcha. Teniendo apenas energía para volver a huir, dejó que la curiosidad venciera su miedo, y esperó dándose cuenta que se había quedado sin más lágrimas que derramar.

Prácticamente al mismo tiempo, los tres sujetos levantaron las telas que ensombrecían sus rostros al poco de estar cerca, mostrándose ante ella en un acto que interpretó como de buena fe. Dos mujeres y un hombre, con expresiones de alta extrañeza, escudriñaron a la joven bajo la luz del fuego que cegaba sus ojos adaptados a la plena oscuridad.

—¿Qué hace una chica como tú corriendo por aquí en plena noche? —habló una de las aparecidas mientras daba un paso hacia delante, alzando un poco más la antorcha para verla mejor.

No hubo respuesta alguna más allá de comenzar a perder el equilibrio a causa de un desfallecimiento. El hombre se adelantó raudo, sujetándola a tiempo, para evitar que su frágil cuerpo se estampara contra el suelo.

—No es más que una niña —dijo observando las facciones de su rostro ahora con más detalle, así como los rasguños por todas sus extremidades producidos por el roce contra las ramas—. Será mejor llevarla con nosotros, necesitará cobijo y protección. Espero que cuando se recupere pueda decirnos qué ha pasado.

Durante lo que restó de noche, extraños sueños que jamás recordaría fueron paseando por su mente como un desfile perturbador. Serían el golpeteo de unas gotas y una suave brisa cargada de humedad las que trajeran de vuelta su consciencia, junto a unos tímidos rayos de sol que abrían un tranquilo amanecer.

—Eh, parece que ya se ha despertado —avisó una de las mujeres a sus compañeros de viaje.

Se encontraba en un pequeño campamento improvisado, algo más allá del otro lado de la linde del bosque. Le ofrecieron algo de comida y bebida, respetando su espacio y su silencio, hasta que más tarde, ya recuperada, les contó lo que recordaba. Su relato les pareció terrible, y le propusieron acompañarlos hasta un lugar seguro donde podrían cuidar de ella, prometiéndole que volverían en el momento adecuado para impartir justicia. La chica, satisfecha, aceptó el ofrecimiento, identificando los símbolos que portaban bajo las capas en sus armaduras de cuero, una esfera de un blanco inmaculado dentro de otra de tonalidades oscuras, que les delataban como miembros de la Iglesia del Primum Movens, cuyos integrantes eran denominados Eternalistas, un culto de monjes guerreros de donde habían salido famosos paladines a lo largo de la historia. Bien era cierto, de todas formas, que aquellos tiempos dorados de poder y rectitud habían quedado ya muy atrás, sin ser la solidaridad ofrecida una de las características por la que destacaran. Si habían accedido a ayudarla era porque habían visto algo especial en ella, y evaluarla era prioritario, permitiendo así confirmar si era una Hija del Cristal, nombre con el que se denominaba a aquellas personas nacidas con sensibilidades y habilidades más allá de lo común. Si se confirmaban las sospechas, posteriormente sería adiestrada y educada para ser parte de la orden, y por lo tanto, servir a sus fines. Si hubiera sido una chiquilla cualquiera, muy probablemente la habrían dejado abandonada a su suerte.

No pasarían demasiados meses para que la muchacha sobrepasara las espectativas puestas en ella. Así daría comienzo su historia como aspirante a Guerrera de Theion, o soldado de la divinidad, más comúnmente denominados como paladines. Para la gente común eran vistos como guerreros de habilidades provenientes de la luz, pero la realidad se ocultaba mucho más allá de la comprensión, incluso para sus propios practicantes y estudiosos. El culto basaba su fe y sus creencias en una supuesta sintonización con una energía procedente de lo que llamaban la Primera Causalidad, perfecta e inamovible en el principio de los tiempos, cuya existencia proporcionó el primer efecto, el origen, de la manifestación de las estrellas y los planetas. Una visión muy particular de una divinidad que no era vista como una consciencia de infinita inteligencia (aunque en este punto otras ramas de ese mismo credo discrepaban fervientemente, dándole un nombre propio como si de una entidad se tratase, el Demiurgo, arquitecto del mundo material), sino más bien como un mecanismo cuya fuente de energía resultaría incomprensible para la mente humana, siendo la impulsora del movimiento y de la insuflación de la vida.

Aquellos Hijos del Cristal con el potencial innato adecuado, y posteriormente desarrollado, podrían manipular fragmentos de dicho poder al conectar con dicha fuente, aun sin ser conocedores de su procedencia y naturaleza. Las manifestaciones de dichas energías en la tridimensionalidad de la existencia humana se producirían a través de fragmentos lumínicos, de ahí la simplificación en la creencia popular de que estos taumaturgos eran "hechiceros o guerreros de la luz".

Su entrenamiento en el arte marcial con todo tipo de armas en el combate cuerpo a cuerpo, así como en el desarrollo tanto de su físico como de su mente, comenzó tan pronto como sus primeros días ya oficialmente como integrante novicia de la orden. Su carácter altamente introvertido se volvería más abierto apenas un año más tarde gracias a una joven de cabello oscuro, Lizbeth, con quien compartía clases en las prácticas de restauración y curación. De edad muy similar a la suya, pertenecía a un grupo sacerdotal de credo diferente, detalle que no evitaría que forjaran pronto una íntima conexión.

Llegó un día en el que, sentada como en otras muchas ocasiones en un hermoso jardín interior entre las habituales charlas con su amiga, la joven guerrera decidió compartir con ella los sucesos de su infancia que la habían llevado hasta allí.

—¡Es horrible!, ¿qué piensas hoy en día al respecto? —dijo entonces su compañera después de escuchar atónita su historia.
—Solo deseo volver, no me dejarán hasta que termine mi primera etapa de ascensión en mis entrenamientos, procuraré que sea más pronto que tarde.
—¿Venganza?
—Justicia.
—Me suena a lo mismo.
—Es posible, pero sinceramente, tampoco es algo que me importe.

Alzaron la vista para observar el paso de unas nubes muy blancas en el cielo a toda velocidad, invadidas por un sentimiento de agradable resguardo al no colarse entre aquellos muros de piedra el vendabal que azotaba sin piedad aquella tarde.

—¿Cómo se llamaba tu aldea?, no me has mencionado su nombre.
—Estábamos en un valle, pero el poblado tenía el nombre de la Montaña de Ajerbac —respondió la de pelo semidorado.
—Ajerbac, ¿¡Ajerbac!?, no es posible...
—¿Por qué?
—¿No te lo han contado? Ajerbac ya no existe, esa región fue arrasada por un brutal y crudo invierno que cayó de repente, llevándose a sus habitantes con él después de una agonía indecible, a excepción de un superviviente entre cuyos últimos estertores solo alcanzó a decir aterrorizado que habían bajado ángeles negros del cielo. Pero no sé, eso es lo que he escuchado decir a miembros de la abadía, los que le atendieron dicen que no podían haber sido más que alucinaciones.

Las palabras de Lizbeth transportaron de inmediato a la joven aspirante a paladina a aquel momento en el que atravesaba el bosque a toda velocidad intentando cumplir las últimas palabras de su madre, "corre, hija, no dejes de correr". Volvió al momento en que aquellas siluetas aladas se aparecían en el contorno de su visión, sobre los árboles, aquello que también creyó ser alucinaciones, un detalle que dejó en el olvido considerándolo sin importancia y que jamás compartió con nadie. ¿Ángeles oscuros?, su mente entraba en ebullición con pensamientos y preguntas. Su amiga captó enseguida el silencio en el que se había sumido su compañera, con un rostro de expresión enormemente pensativa y cabizbaja.

—Yo... lo siento si he dicho algo que... —habló Lizbeth.
—¿Eh? —dijo volviendo en sí la novicia—, oh, nada, no te preocupes. Bueno —continuó tras una pausa—, he de ir a mi próxima clase, me toca prácticas con espada larga y no me gustaría llegar tarde.
—Claro, no hay problema, ya hablamos.

Se despidieron con un abrazo, y al poco de darse ambas la vuelta y dar algunos pasos, Lizbeth se giró para volver a hablarle una vez más.

—Oye...
—Sí, dime —dijo girándose igualmente su compañera mostrando una cálida sonrisa que calmaría su espíritu.
—Se rumorea entre muchos desde hace bastante, que tienes un segundo nombre, pero nadie ha sabido decir cuál es. Sé que quizá debes tener tus razones para mantenerlo en cierta privaciad, pero, me gustaría conocerlo.

La sonrisa de la joven guerrera se amplió.

—Neverwinter —dijo—, mi nombre es Erathia Neverwinter.

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