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Crónicas de Aodren: Espinas del purgatorio

Se llegaba a encontrar tan cansado de tener sentimientos, y de sufrir tanto por ello, que en ciertos momentos deseaba no sentir nada en absoluto. Sin percatarse, esos instantes se fueron haciendo cada vez más frecuentes, y se fueron dilatando de forma paulatina desde un suspiro hasta varios minutos, que pasaron a ser horas, convirtiéndose en días, transformándose en semanas y alcanzando incluso meses.

Absorto en largos paseos a través de los amplios pasillos del castillo cuando era poseído por esa atracción hacia el vacío, solía detenerse a observar los cuadros que colgaban de aquellas paredes, levantadas con rocas tan negras como la obsidiana. Parte de aquellas piezas de arte de estilo clasicista con aires góticos, eran magníficas representaciones de criaturas cuya naturaleza trascendía todo lo que el mundo de la locura y la pesadilla pudiera ser capaz de vomitar, mientras que el resto de obras mostraban perturbadoras escenas sobre mitologías de épocas largamente olvidadas. En cuanto iba cayendo la penumbra característica del final del atardecer, iban cobrando vida ante la danza de luces y sombras proyectadas por las velas de los candelabros, mientras los seres plasmados en aquellas ventanas a un mundo tétrico e infernal parecían vigilar a todo aquel que transitara cerca.

Una noche, en la que una fuerte tormenta sacudía los mismísimos pilares que sostienen el firmamento amenazando con dejar caer a las estrellas, se detuvo frente a uno de los grandes ventanales que daban al exterior llevando su mirada hacia una zona muy particular, los amplios jardines que decoraban parte de los campos aledaños a la fortaleza. Allí se fijó sobre unos árboles sombríos con ayuda de los relampagueantes destellos eléctricos, con la calma que caracterizaría a quien tiene todo el tiempo del mundo. De troncos y ramas con formas retorcidas cubiertas de grandes espinas en lugar de hojas, no daban fruto alguno, y eran capaces de perturbar la mente de cualquiera que estuviera demasiado cerca, o bien, que los contemplara durante demasiado rato. Sin embargo, poseían una cualidad digna de su admiración, pues sin importar cuánto fueran cortados, troceados, o azotados de la forma más violenta por los elementos, siempre volvían a renacer de una forma u otra. En ocasiones, incluso más fuertes que antes.

Observando luego el impacto y el recorrido de la lluvia sobre el cristal, comenzó a reflexionar sobre dicha increíble habilidad, preguntándose por la forma de poder averiguar los secretos de ese poder. No estaba atraído por un común y terrenal deseo de una inmortalidad material para el cuerpo físico, sino más bien el de una resiliencia mental capaz de atravesar cualquier experiencia sin desgaste, cicatriz, o secuela alguna, con la posibilidad de aprovechar esa energía para una evolución de la propia consciencia.

Volviendo sobre sus pasos al recorrido de paseo habitual, visitó como era también costumbre una sala de ténue visibilidad a pesar de no existir fuente de iluminación cercana, completamente vacía a excepción de una pequeña columna en su centro que sostenía una extraña caja de cuya parte superior emanaba un frío vapor azulado de aire sobrenatural. No solía acercarse, limitándose a contemplarla durante unos minutos desde la entrada antes de retirarse, y aquella noche no sería una excepción.

Pasaron las estaciones una detrás de otra sumergidas en una rutina que transcurrió entre más sombras que luces, hasta que en el comienzo de un atardecer, el sonido de un cuerno alarmó desde una torre de vigilancia rasgando la ilusoria tranquilidad. Un contingente desconocido se acercaba lentamente a lo lejos.

Como si conociera de antemano el origen de tal aparición, se empezó a organizar un destacamento mediante órdenes, que comenzaron a ser cumplidas incluso instantes antes de ser expresadas por la voz gutural que salía del yelmo de quien había aparecido raudo en el patio, identificado por todos como el hombre errante de los pasillos, el señor de aquellas tierras. Enfundado en una pesada armadura del mismo color que el de los muros de la fortaleza, pronto fue acompañado por pisadas de metal que provenían de armaduras de tonalidad similar a la suya inundando el entorno.

Las gentes que vivían dentro de las murallas que bordeaban el territorio cercano al alcázar eran de carácter frío, distante, y muy reservado, pero mostraban una lealtad sin reservas, llevando una vida sencilla, de estricto orden y dedicado trabajo, donde parecía no faltarles de nada. Los hombres y las mujeres de armas, a ojos de cualquier estratega, formaban un número muy reducido para la defensa de un lugar de aquellas proporciones, pero su habilidad y su disciplina trascendían fronteras a través de mitos y leyendas que aseguraban que en vez de hombres o mujeres, en realidad eran constructos, creaciones místicas similares a los golems. El hecho de que nunca se les hubiera visto sin su armadura alimentaba aún más las habladurías.

La puerta principal no tardó en abrirse entre enormes estruendos que bien podrían rivalizar con las tormentas que asiduamente azotaban la región, dando paso a una formación militar en cuña. Para sorpresa de los desconocidos visitantes, se comportaban como si ignoraran el fragmento de la muralla que yacía completamente derruído sin mostrar signos de intento de reparación alguno, confirmándoles que a los moradores de aquel lugar no les importaba en absoluto que existiera una debilidad tan importante en sus defensas.

Ya en el exterior detuvieron su lento pero firme paso. El mismo hombre que hubo organizado aquel pelotón heraldo de la penumbra permaneció impasible durante unos instantes al frente, liderando la formación, mientras la gruesa y pesada puerta, compuesta de una vieja y dura madera testigo de largos eones, se cerraba a espaldas del grupo. Alzó su arma, una alabarda, hacia aquel cielo de colores vibrantes que lo hacía parecer estar en llamas durante su despedida al sol, y bastó para ordenar la carga hacia quienes consideraban sus enemigos a batir, los mismos que envalentonados calificaban aquella acción como suicida y carente de sentido. Saliendo del pequeño trance de la sorpresa ante la pequeña marea que se les echaba encima, dejaron a un lado los preparativos de los artefactos de asedio y de campamento para unirse a la formación de defensa que ya estaba siendo ordenada por regias voces. Los atacantes se habían convertido en defensores.

La considerable ventaja numérica que les arropaba alimentó la moral de aquellos hombres de armaduras más humildes, hechas de piezas de diferente clase y tipo, propias de quienes luchan bajo ninguna bandera. Sin embargo no tardó en carcomerles la mente los extendidos rumores que ya conocían acerca del líder enemigo, de quien se decía poseedor de un gran poder no solo como posible creador de aquel grupo de supuestos guerreros autómatas, sino de cualidades místicas y sobrehumanas conseguidas a través de dar caza él mismo a una bestia daimónica, extirpando y manteniendo guardado el corazón de la criatura para emplearlo en ocultos y desconocidos rituales. Aparte de todas estas historias se encontraba lo que siempre atrae a las mentes más débiles, las riquezas representadas por montañas de tesoros y antiguas reliquias que serían muy solicitadas en el mercado negro.

El encuentro no se hizo esperar. La valentía y la confianza de los que esperaban aguantar y rechazar la arremetida se hicieron trizas en cuestión de minutos, diluídas entre rostros de pánico e incertidumbre. Acechados por sombras moviéndose entre un repentino viento sobrenatural, sintieron sus cuerpos ser punzados y desmembrados sin descanso mientras intentaban alcanzar a sus contrincantes en vano a pesar de tenerlos encima. Mientras las filas eran sometidas a una picadora de carne, algunos se percataron de que recibían la misma herida que pretendían infringir, como si en realidad se estuvieran hiriendo y matando a sí mismos.

La calamidad cayó sobre aquellos desafortunados como un vendaval abrazando un castillo de naipes, pero dos cartas de la baraja permanecieron firmes en la retaguardia, aparentemente invulnerables e imperceptibles para sus enemigos entre el efímero fragor de la batalla, esperando su momento. Eran un hechicero, que mantenía a duras penas algún tipo de sortilegio mientras un hilo de sangre se deslizaba por su nariz como prueba del esfuerzo mental que bordeaba sus límites, y sin separarse demasiado de él, un guerrero mejor equipado que el resto que cargaba con una lanza de diseño único.

Lentamente y no sin cierta dificultad, sintiendo una presión a punto de comprimir sus cuerpos como si estuvieran deslizándose a las profundidades de un abismo oceánico, se acercaban hacia su objetivo, el líder atacante, fácilmente identificable entre el tumulto por la brillante áura con forma de una corona de espinas que había comenzado a brillar alrededor de su cabeza poco antes de empezar a luchar. Buscando flanquearlo, el portador de la pértiga astada apuntó y cargó hacia su espalda con la intención de atravesarle el pecho, aprovechando que el oponente se encontraba ocupado arrancándole la vida a tres ilusos que pensaron tener alguna oportunidad de derribarle si le atacaban a la vez.

El hechizo de ocultamiento y protección se rompió como una burbuja prensada por las fauces de un lobo en el mismo instante que la punta de la lanza, atravesando la placa protectora, salía por el otro extremo perforando el pecho y reventándolo con una pequeña explosión interna de luz sagrada. Un aullido endemoniado, el resquebrajamiento de huesos y anillas de metal... los que habían pertrechado aquella arriesgada táctica se alejaron unos pasos con un sentimiento de victoria aún acongojados por el miedo. El que creían fatalmente herido se encorvó hacia delante y luego hacia atrás en un extraño rictus de supuesto dolor. Luego se incorporó dándose la vuelta mientras rompía y se sacaba sin esfuerzo la lanza que le atravesaba. Unos alaridos no muy lejanos ponían fin a la masacre, sonidos que no tardarían en ser acompañados por los últimos alientos de vida del portador de la lanza, consumidos por el oscuro caballero entre estertores de terror y dolor indescriptibles.

El hechicero, un muchacho joven, contempló con horror la escena arrastrándose de espaldas sobre la árida tierra ignorando la piel de sus manos que dejaba sobre ella, hasta que algo llamó su atención. Del hueco en el pecho de aquel portador de sombras no emanaba sangre, ni aparecía rastro de órganos internos. Aquel ser se le acercó después de dejar el maltrecho cadáver del lancero y le dirigió una mirada que sintió recorrer los lugares más recónditos de su alma. Se le mostró en su mente la imagen de un rostro cubierto por un cráneo a modo de máscara, bajo la cual unos ojos impasibles de mirada profunda le hicieron sentirse escudriñado por alguien que había visto más allá de lo que ocultan las puertas de la muerte. Le habló con una voz de ultratumba:

—Interesante, no eres como los otros, y tus motivaciones son igualmente diferentes. Reconozco a un Hijo del Cristal con tan solo verlo, a uno que además pasará por un trance similar al que he transitado. No seré el causante de que seas desencarnado —continuó apuntándole con su alabarda—, al menos en este encuentro.
—No entiendo de qué estás hablando, ni por qué pretendes perdonar mi vida —cuestionó el joven con el poco valor que consiguió reunir.
—Ha resultado evidente que no eres un usuario de magia común. No solo has sabido identificar la corriente arcana que he conjurado a mis guerreros, la misma que refleja y devuelve todo golpe a su ejecutor, también invocaste un contrahechizo para cubrir y proteger a dos objetivos cuando los más hábiles solo han llegado a poder usarlo en uno —dijo, confirmándole de que a pesar de haberles atacado creyéndose imperceptibles, en realidad sus pasos estuvieron siendo seguidos con atención—. Pero ese tipo de magia aquí desplegada no se enseña en el lugar del que procedes, ¿no es cierto?, ¿eres acaso un ocultista?, ¿un aprendiz de brujo?
—Es posible... —tartamudeó—, busco mis propios caminos de conocimiento.

Una sonora carcajada estalló desde el oscuro yelmo, para poco después volver a hablarle.

—Te perseguirán por ello en cuanto lo descubran sin importar tus intenciones. Vuelve sobre los pasos que te han traído hasta aquí, continúa andando esos misteriosos senderos si te ves capaz de ello. Sé que has venido arrastrado por las leyendas que circulan sobre mí y sobre este lugar, que buscas algo diferente más allá de la riqueza material, y es algo que admiro. Pero te lo advierto, no vuelvas, nada de lo que hay aquí te incumbe.

Pasarían muchísimos años para que ese mismo muchacho, ahora convertido en hombre, estuviera contando este mismo encuentro en la taberna de una posada de mala muerte mientras su compañera atendía ensimismada con el estupor propio de a quien se le revela un oscuro secreto.

—¿Cómo es posible que no me hayas contado esto antes de esta manera?, hay detalles que te los has guardado solo para ti durante todo este tiempo —habló ella sorprendida, ansiosa de respuestas.
—No lo sé —respondió cabizbajo—, de alguna forma son recuerdos que han permanecido neblinosos, poco claros en mi mente, hasta estos últimos días. Quizá el conflicto de posesión que experimenté durante los últimos acontecimientos los han ido haciendo florecer. Desconozco por qué esos fragmentos han permanecido ocultos, quizá fue cosa suya cuando invadió mi mente de aquella manera.
—¿Pero quién era?, ¿sabes algo más sobre él? —preguntó sujetándole con fuerza su mano para intentar calmarle, recordándole que estaba a su lado.
—El enlace psíquico me mostró algunas cosas, ignoro si fue a conciencia o no, pero me queda bastante claro que todo lo que se decía era cierto.
—¿Como lo del corazón de un ser daimónico que le daba ciertos poderes?
—Sí, solo que el corazón no era de ninguna bestia, en realidad era el suyo propio. Andaba entre el mundo de los vivos y el de los muertos en un extraño limbo perpétuo, lo que viejas escrituras llaman un caminante del purgatorio.

Dieron un trago a sus bebidas y sus miradas se perdieron por unos instantes en un silencio que fue absorviendo la algarabía de voces ininteligibles que les rodeaban a cierta distancia.

—¿Crees entonces que, de seguir existiendo, tendría relación con lo que nos hemos enfrentado en aquella aldea? —habló por fin ella.
—Así es. Y aunque no tuviera nada que ver, ese lugar podría guardar secretos que nos serían de utilidad para entender y hacer frente a lo que yace ahí fuera creciendo y retorciéndose entre las sombras, sobre las posesiones que se abren camino en mi interior, la extraña profecía que querían llevar a cabo aquellos fanáticos intentando raptarte... Entre aquellos muros deben de existir bibliotecas de auténtico saber oculto...
—Estoy cansada, de veras —interrumpió ella apretándole aún más la mano—, alejémonos de estas historias. Solo quiero volver a preparar mis pociones para molestias estomacales, las infusiones para dolores de cabeza, recoger hierbas durante el amanecer rodeada de paz y sonidos de la naturaleza, atender a niños que han sufrido algún percance en sus travesuras diarias, las heridas comunes que pueden acontecer a lugareños durante una vida normal y sencilla, paliar y ayudar a sobrellevar las más graves, ofrecer guía espiritual para esos corazones humildes en los momentos más duros... He visto ya tanta violencia, tanta guerra, tantos fenómenos sobrenaturales incompatibles con la comprensión humana...
—Aunque huyamos de estos problemas nos terminarán alcanzando —interrumpió ahora él, arropando con sus dos manos la de ella—. Cuanto más lejos intentemos huir, más fuertes serán cuando nos alcancen, y lo sabes tan bien como yo. Al igual que sabes que no solo irán a por nosotros.

Una silueta corpulenta se acercó hasta dejar caer unas cuantas bebidas más en la mesa, con unos sonoros golpes desde la distancia justa que evitaría que, por muy poco, se derramara gran parte de lo que contenían. Se sentó junto a ellos y tendió sus pies sobre una de las sillas libres, revelándose parte de sus facciones bajo una capucha de pieles con la que intentaba hacerse el enigmático, pero para ellos resultaba ser alguien muy conocido.

—Creo que he cambiado de opinión —habló con voz ronca nada más acomodarse y soltar un suspiro de cierto cansancio—, os agradecería que mañana me hiciérais un resumen de lo que se está cociendo en vuestras molleras.
—Pensaba que no querías oir historias durante un buen tiempo —dijo el hechicero.
—Es cierto, en realidad solo os quiero tocar un poco las pelotas —espetó el encapuchado con sorna.

Esperó arrancar unas pequeñas risas para animarles durante unos instantes, pero los ánimos estaban realmente bajos, y el impacto de todo lo vivido aún perduraba. Por si no fuera suficiente, el brujo seguía llevando a su espalda la culpa de las muertes inocentes causadas por aquella invocación fuera de control, su excesiva confianza en sus predicciones para controlarla que derivaron en una experiencia traumática y en un desastre del que se sentía terriblemente responsable. Aquella familia, aquella casa al borde del bosque, aquella fatídica noche que desencadenaría la locura...

—Bebamos estas pintas y vayamos a dormir, mañana será otro día —comentó ella rompiendo un silencio algo incómodo, buscando el contacto visual con el brujo—, pero antes quiero que me respondas a algo, ¿hablaste de algo más con aquel extraño personaje?
—Sí —respondió él devolviéndole la mirada, encontrándose con ojos preocupados—, cuando ya estaba a punto de dejar atrás aquel maldito lugar algo me hizo volver la vista, y vi cómo se llevaban parte de los cuerpos de los caídos hacia un bosque extraño formado por árboles retorcidos y espinosos. Algunos seguían conscientes, pensaba que habían dado muerte a todos, pero para mi desgracia y para la de ellos, me había equivocado... Su voz resonó entonces dentro de mi cabeza, interrogándome acerca de mi nombre.
—¿Y qué hiciste? —preguntó sin poder evitar mostrarse nerviosa.
—Solo deseaba irme cuanto antes, desaparecer de allí y no volver a saber nada más, pero antes le respondí con el pensamiento diciéndole la verdad, le dije que mi nombre era Aodren.

No hubieron más palabras esa noche. Bebieron hasta agotar las jarras, siendo el último en llegar el que arrasó con la mayoría de ellas, y se retiraron a sus respectivas habitaciones no sin antes recibir un puñado de miradas sospechosas tanto del posadero como de una buena parte de los que se encontraban en otras mesas más lejanas.

Todos dormirían bien, todos menos el hechicero, asaltado de nuevo por perturbaciones oníricas que en esa ocasión sin embargo serían mucho más intensas que las de noches anteriores, como si realmente se encontrara allí presente. Este tipo de ensoñaciones se desarrollaron en un entorno familiar, frente a un grupo de árboles retorcidos, de grandes espinas, y sin hojas, sobre una tierra que parecía cubierta de ceniza bajo un cielo grisáceo de niebla perpétua.

En una de esas visiones, un cuerpo humano desnudo y decapitado era sujetado de pie, mientras en la base cercenada del cuello le vertían un líquido de gran espesura y color incandescente. En otra, a un sujeto comenzaba a reventársele lentamente fragmentos del cráneo desde dentro hacia fuera, mientras salían cuervos de su cabeza. Uno detrás de otro y en diferentes direcciones se abrían paso con violencia a través de globos oculares, orejas, boca, nariz... lo peor fue el comprobar que algún terrible efecto contranatura hacía que el condenado mantuviera la consciencia sin desfallecer, retorciéndose y dando horribles gritos sobrenaturales que volverían loco a cualquiera que los escuchase, sonidos que continuaban siendo emitidos incluso después de carecer de garganta como si provenieran del otro lado, de su mismísima alma.

Contempló personas moribundas siendo enterradas cerca de los árboles espinosos por lo que identificó como sacerdotisas, con sus facciones cubiertas por un velo negro muy fino sujetado por diademas astadas, quienes dejaban fragmentos de espinas muy cerca de cada cuerpo. Luego pasó a ver a un jinete sin rostro portando una corona que absorvía la luz del día descendiendo por una pequeña ladera, la cual estaba cubierta por altos y delgados troncos desnudos y extraños de apariencia muy antigua, sobre una tierra de pequeñas y esféricas rocas de texturas blanquecinas, verdosas y marrones, que esparcidas aleatoriamente sobresalían solo un poco.

El trayecto del montado se detuvo frente a un lago pantanoso, y ya sin su corcel, cuyo aspecto era cadavérico, se acercó inclinándose y sumergiendo parcialmente su mano derecha en las calmadas aguas, revelándose con ello algo espantoso al onironauta. Las rocas en realidad eran cráneos de cuerpos que comenzaron a despertar de su letargo, y los altos y delgados troncos eran lanzas sometidas al paso de los eones, sujetadas por los mismos. Mientras separaban sus descompuestos cuerpos lentamente de la tierra para alzarse sobre ella, dejaban entrever piezas de armadura carcomidas por el desgaste y la erosión, y espinas, espinas que recorrían el metal, la carne muerta, y el hueso.
 
 

El ser sin rostro alzó entonces la cabeza hacia el brujo rompiendo la ilusoria realidad del sueño, haciéndole sentir que había estado presente en todos los eventos presenciados, quizá como ejecutor de lo que en ellos acontecía. La misma entidad que ahora le observaba tras el gran ventanal de un castillo, desde unos ojos familiares, impasibles, portadores de una profunda mirada que parecía ver más allá, traspasándolo todo, con una perspectiva jamás conocida por nadie.

Observado, de nuevo, por aquel que había muerto antes de morir, para quien la muerte había dejado de existir. Por aquel cuyo corazón y cuyos sentimientos estaban congelados en un frío de otro mundo.

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