Ir al contenido principal

Alma inerte

Paseaba por un enorme descampado en lo que parecía ser pleno mediodía. Un pequeño camino de tierra guiaba mis pasos mientras observaba el paisaje circundante, el cual estaba salpicado de algunos arbustos y al fondo unas enormes montañas desnudas y sin vegetación decoraban el horizonte.

Instantes más tarde de continuar andando aparecía a mi izquierda un enorme y profundo barranco. Tan profundo que apenas distinguía el fondo. Las paredes de tierra y roca que lo bordeaban eran tan empinadas que tuve por seguro que si alguien caía allí por accidente, le sería imposible subir y escapar de ese lugar.

Después de intentar ojear el fondo alcé la vista, y justo al otro lado del borde de aquella enorme fosa mortal encontré a un grupo de figuras algo borrosas que fueron cobrando ligeramente cierta nitidez. Eran un grupo de personas, las cuales llevaban en las manos lo que parecían ser pequeños animales, crías de perros y algunos conejos.

No tardé en darme cuenta de lo que pretendían hacer con ellos. Miré horrorizado cómo dejaban caer a aquellas criaturas por el barranco mientras me tumbaba a toda prisa acercándome a la parte del borde que estaba más cerca de mi (aterrado por la posibilidad de llegar a caerme) para, al contrario de lo que yo deseaba, ver con detalle cómo caían hacia una oscuridad y profundidad incierta.

-No saldrán de ahí, ¿verdad? -pregunté en voz alta aún creyendo que no había nadie conmigo cerca.
-No. Morirán ahí abajo -me respondió alguien de repente justo detrás de mi.


Me levanté enseguida y miré hacia donde provenía esa voz. Un hombre de mediana edad me miraba mientras andaba por el mismo camino de tierra por el que yo había venido. De repente aceleró su paso hacia delante sin dejar de mirarme, algo que por un momento me perturbó bastante ya que su cabeza parecía no moverse absolutamente nada. Pero sí, miró hacia al frente a los pocos instantes después y yo dirigí mi mirada hacia el mismo sitio esperando encontrar algo allí.

Era un perro. Correteaba suelto de un lado al otro del camino, con una correa atada al cuello de color rojo que se extendía metros atrás y que parecía bailar alocadamente sin nadie que la sujetara. La voz de una chica gritando palabras que no pude entender me llegó a lo lejos. La identifiqué como la dueña de aquel animal, el cual veía ahora en brazos de aquel hombre. Intentaba robarlo, o al menos eso era lo que creía.

Eché a correr detrás suya hasta que llegué a perderlo de vista. Las piernas me pesaban cada vez más, deteniéndome durante un momento para luego dar unos pasos viendo cómo enfrente de mi aparecía un árbol enorme partido por la mitad completamente seco. El perro surgió de detrás de él, con la correa roja atada a una de las raíces que sobresalían del suelo.

Lo desaté, y ya con las piernas algo más aliviadas, me dispuse a llevarlo de vuelta conmigo. No tuve que caminar demasiado hasta que una chica apareció delante de mi, la cual supe que era la misma que había gritado momentos antes. Apenas recuerdo su rostro, pero poseía unas facciones delicadas, un cabello largo y oscuro y una complexión medianamente normal, siendo prácticamente de mi estatura.


Le dejé la correa en sus manos y me miró. No veía expresión alguna en ella. 

-Gracias -me dijo.

Pasamos unos instantes uno delante del otro en silencio hasta que hablé.

-¿Conoces a los otros?, ¿sabes lo que están haciendo? -le pregunté haciendo alusión al grupo de personas que había visto dejando caer aquellos animales en el barranco.
-Sí.

Su respuesta fue fría y contundente. A mi de pronto empezó a invadirme un sufrimiento y dolor terribles, notaba cómo las lágrimas brotaban de mis ojos. Sentí como si lo que hubieran experimentando aquellas inocentes criaturas al caer al fondo de aquella oscura fosa me poseyera de alguna forma, como si por unos instantes, yo fuera uno de ellos.

La chica se sobrecogió al verme en aquel estado. Sorprendida, como si estuviera presenciando algo extraño y fuera de lo normal, dirigió su mirada a mi pecho justo antes de hablarme.

-¿Tienes corazón?
-Sí.
-¿Por qué no lo rompes?

Su pregunta me dejó helado. Me paralicé durante un momento y pude ver cómo ella hacía un rápido movimiento para golpearme con fuerza en el pecho con el codo de su brazo derecho. Decididamente quería romperlo, como si supiera que era la razón del sufrimiento que veía, pero quizá lo peor de todo es que yo estaba dispuesto a dejar que lo hiciera.

Pero algo la detuvo. Justo al llegar a mi pecho paró su brazo y luego lo bajó. Nuestras miradas se cruzaron y en ella seguía captando la misma frialdad, la misma inexpresión, como si fuera un auténtico témpano de hielo. Volvió a hablarme.

-Ama. Ama sin reservas. Un corazón herido por el amor puede curarse, pero si creas muros a su alrededor, se volverá un corazón de piedra. Y entonces podrías volverte como ellos, sin poder volver a amar de nuevo.

Aunque no veía expresión alguna en ella pude sentir cómo sus ojos querían llorar, pero de ellos no brotaba ninguna lágrima. Entendí entonces que ya había perdido su corazón y por ello era incapaz de emanar sentimiento alguno.

-O como yo -fueron sus últimas palabras, justo antes de despertarme.

Comentarios

  1. Respuestas
    1. Gracias por dejar algunas palabras Montse, se agradece mucho el detalle y me alegra también que te gustara la lectura.

      Un saludo enorme (-:

      Eliminar

Publicar un comentario