Las crónicas hablan de momentos cíclicos que se repiten una y otra vez, pero esta vez es diferente. Un cascarón que se rompe, la puerta de una celda que estalla en mil astillas, pesadas y oxidadas cadenas que caen deshechas. Muchos ejemplos que podrían describir la situación, pero son sólo palabras que no alcanzan a dar una idea de lo que ocurre.
El ente se retuerce en un cúmulo de sombras que parecen agitarse con fuerza a su alrededor. Su forma, similar a la de un lobo, deja entrever el brillo de lo que parecen ser unos colmillos. De su boca caen pequeños hilos de saliva que se deslizan suavemente como si el tiempo se detuviera por momentos y jamás quisieran alcanzar el suelo. La criatura está hambrienta. Hambrienta de sentimientos, de vivencias, de pensamientos más allá de los suyos propios.
Sonríe, o al menos eso parece al verse la mueca de su boca. Sus ojos están vacíos, mostrando un negro más oscuro que la propia noche sin luna ni estrellas, mientras el pelaje negro azabache que recubre su cuerpo es mecido por una brisa nocturna casi helada capaz de congelar al corazón más bravo.
De repente un sonido brusco y metálico se abre paso a través del silencio reinante, como si un cuchillo rasgara una fina y delicada tela. Son grilletes, simbólicas ataduras que caen y se deshacen como hojas muertas arrastradas por la crecida de un portentoso río.
Pero no todo es oscuridad. Una luz, cegadora como ninguna, ilumina paulatinamente todo lo circundante.
Es un nuevo amanecer. Pero no del Sol, si no del propio corazón de la bestia.
La bestia tiene corazón y su luz es cegadora como ninguna?
ResponderEliminarAsí es. Aunque es una luz que proviene de su interior y sólo ve ella, una luz simbólica por llamarlo de alguna manera. Similar a cuando algo nos hace verlo todo de otra forma, ya sea una vivencia personal o algún pensamiento que nos ilumina en algún aspecto. De ahí la frase final, el nuevo amanecer en lo más profundo de su ser.
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