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Paisajes de liminalidad

Siempre ha estado enamorado de la noche y de las luces de cálidos colores que proyectan la ciudad, construyendo una atmósfera única donde la mente parece teletransportarse a un lugar de sensaciones completamente diferentes a las sentidas durante la normalidad del día. Una alteración de la realidad que aumenta cuando a través de la lluvia y el cristal aparecen efectos ópticos propios de la intromisión de pequeños fragmentos de un mundo onírico que nos rodea constantemente, pero que solo en esos instantes se hace perceptible a los sentidos. La asfixiante jungla de cemento se convierte durante unos momentos en un laberinto extraño y melancólico, y la mente, junto a la imaginación, pierden sus limitaciones.

Sin embargo en aquella ocasión algo sería diferente encontrándose tan cerca de edificios tan altos, y de tantas plantas, que por el simple hecho de intentar contarlas asomaban pequeños latigazos de vértigo. Bien es cierto que ya había llevado sus pasos entre ciudades mucho más grandes en otros momentos de su vida, pero flotaba en el ambiente algo invisible y torcido que no supo identificar.

Desde la calle desierta fue observando las paredes de aquellos titanes que querían robar el espacio que les corresponde por derecho a las nubes, poblados por las muchas luces que eran las ventanas tras las cuales se hayaba un universo único, o varios, dependiendo de las consciencias que vivieran tras ellas. Trató de imaginarse qué estarían haciendo tras cada uno de aquellos espacios luminosos de diferentes colores, ritmos e intensidades, y las posibilidades, al igual que lo eran el número de esos diminutos huecos luminosos que trataba de abarcar con la mirada, eran infinitas. Y cada uno de ellos, entendió, estaba completamente aislado del resto.

Al pasar por un rincón donde la iluminación de la calle era menos intrusiva, alzó la vista al cielo y contempló las pocas estrellas que pudieron a duras penas asomarse. Cada estrella, recordó, podía ser protagonista de su propio cúmulo de mundos y de posible vida, pero a pesar de que desde nuestra perspectiva mediante la observación y las constelaciones parecen estar relativamente cerca, las separan distancias insalvables. Ese mismo tipo de distancia la sintió entre cada una de las ventanas, aún estando a unos pocos metros unas de otras.

Se vio superado por aquella sensación de acinamiento y aislamiento combinados, impactando tan profundamente en él que tuvo la impresión de ser tragado por la inmensidad de un vacío nunca experimentado antes, un vacío que se arrastraba siendo vomitado por las sombras de la noche para atraparlo y engullirlo en la nada más absoluta.

Se sintió cual cometa errante que finaliza su último viaje en su caída hacia el sol. Jamás había estado rodeado de tanga gente y sentido tanta soledad.

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