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Mapas de otros mundos

Han pasado ya un buen número de años desde que por primera vez comencé a verter un pequeño torrente de inspiración de diversas formas en este humilde rincón, donde cada gota, salvo pequeñas excepciones, proceden del mar de mi mente en el que navegan fragmentos de mi experiencia e imaginación, esos buques fabricados por sentimientos que naufragan y vuelven a zarpar una y otra vez. 

El rumbo de conocer ese misterioso, inescrutable y difuso océano que es uno mismo ha permanecido invariable, desde a través de simples relatos o desahogos emocionales y reflexivos, hasta la creación de cartas extraviadas con forma de barcos de papel lanzados a la deriva. En ellos viajan las alegrías más profundas, los sueños e instantes más bohemios, las lluvias de tenebrosa oscuridad, las decepciones más amargas... En ocasiones he pensado que he escrito menos de lo que hubiera deseado, pero forzar las cosas y no dejar que fluyan con naturalidad es algo que nunca ha formado parte de mi, para bien o para mal. 

Al mirar tiempo atrás me siento a menudo casi irreconocible, un proceso quizá normal cuando evolucionamos, pero quizá no por haber cambiado de forma drástica sino más bien por el avance de ser más consciente y conocerse mejor a uno mismo, requisitos indispensables para pulir la personalidad. Es la sensación de saber que se habría actuado de forma diferente en infinidad de situaciones, que quizá se habría tolerado un menor daño, cometido menos errores... Es el viaje que ya he mencionado en más de una ocasión, esa escalera en espiral que desciende hacia el yo más profundo y real.

Mientras tanto el presente es lo único que realmente se lleva en la maleta, y que al abrirla e intentar sujetarlo éste se desliza como fina arena entre los dedos de nuestras manos. Un presente que no en pocas ocasiones se oculta tras capas de obstáculos forjados por nuestra mente y nuestra psicología, como salas llenas de espejos con falsos reflejos, o islas aparentemente paradisiacas que llaman con cantos de sirena, cual oasis repentino en medio del más seco de los desiertos. Y qué decir de cuando aborda la duda, en momentos, de si realmente se está en uno de esos lugares o realmente se anda el verdadero camino personal. Es de esos instantes donde a veces creo que surgen los torrentes de inspiración, como si cada uno de ellos fuera una bengala lanzada a la oscuridad para ver mejor por donde nos encontramos y volver a encauzar el rumbo, mientras que en otros se materializan para reafirmar los propios pasos, dejar constancia de algo que ya se cree luminoso y del cual a duras penas se arman las palabras adecuadas para describirlo. 

Son fragmentos expuestos de uno mismo, aunque en ocasiones también me ha llegado la sensación de ser retazos captados al sintonizar algo ajeno, con algún lugar fuera de las reglas del espacio y del tiempo, como una biblioteca onírica que guarda las vivencias y los sentimientos de cada ser humano a lo largo de la historia. Estanterías donde el pasado, el presente y el futuro se dan la mano y hablan juntos. 

¿Y qué hay de los rumbos que se habría deseado que fueran diferentes?, parte de esos deseos diría que acompañan siempre, ¿cómo saber a fin de cuentas lo que está en nuestras manos y lo que no depende de nosotros de forma exacta y concreta?, la línea que separa ambas cosas puede llegar a ser tan difusa... Hay días que creo haberme quedado en alguno de esos cruces, y no deja de ser cierto que partes de mi estarán ahí para siempre, desperdigadas en lo que pudo haber sido de otra manera. ¿Acaso hay cosas que pueden superarse?, ¿o solo se puede aspirar a convivir con ello?, somos al fin y al cabo como estatuas de mármol viviente esculpidas por el cincel de lo que hacemos, y por el martillo de lo que otros han hecho. 

Intentar conocerse y dominarse a uno mismo es buscar el mayor control posible sobre la primera herramienta y sobre los efectos de la segunda en esa escultura que irá siendo resultante a través de las cuerdas del destino, las mismas que tejen la conexión de unas efigies con otras usando el famoso hilo rojo del que habla la leyenda, aquellas personas destinadas a encontrarse o mantener un vínculo sin importar el espacio y el tiempo. Aunque diría que todos estamos conectados a diferentes niveles de una u otra manera.

Somos los hijos de la historia.



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