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De mi mente

A las cinco y donde siempre,
solía esperar a tu llegada,
a las cinco y donde siempre,
solía ver como te acercabas.

En aquellos atardeceres,
se reunían nuestras pisadas,
con un silencio hecho regente,
que siendo agradable nos abrazaba.

Y besando con suavidad tu frente,
rincones del parque nos aguardaban,
entretanto una inesperada lluvia,
hacía que tú guardaras las gafas.

Y todos corrían a guarecerse,
mientras paseábamos como si nada,
a las cinco y donde siempre,
la felicidad fue una vez soñada.

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