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Una noche cualquiera

Pasó por la puerta con sus pensamientos centrados en la hoja de papel aparentemente importante que llevaba en una de sus manos, dispuesto a tomar la calle hacia la derecha. Justo al girar y continuar unos pocos pasos hacia delante, desapareció la tristeza que emanaban las oscuras baldosas del suelo junto al muerto y frío asfalto. Apareció ella. Cruzaba desde la acera de enfrente para dirigirse hacia el mismo edificio del que había salido él.

Llevaba en sus manos, sujetada a la altura de su pecho, una carpeta de un vivo color azul. Todo brillaba con suma intensidad, parecía una mañana excepcionalmente resplandeciente (¿o acaso era de ella misma de quien provenía aquella luminosidad?). La miró hipnotizado mientras continuaba sus pasos, como hechizado por un encantamiento.

(ilustración por Jenova94)

Volvió a mirar al frente para continuar su camino, pero el movimiento solo duró unos pocos segundos hasta que una fuerza en él irrefrenable le hizo volverse para buscarla de nuevo.

Ella también lo hizo. Se cruzaron sus miradas, y ambos se sonrieron de forma cómplice. Él no podía ver sus propios ojos, pero sí los de ella, y sintió que los suyos expresaban lo mismo. Vió en ellos el brillo de un sentimiento especial, sintonizó un lenguaje que se expresó a un nivel donde las palabras no alcanzan a llegar.

Y despertó. Abrió los ojos en una oscuridad que comenzaba a teñirse de pinceladas de los primeros rayos de luz del amanecer, sintiendo una sensación de felicidad por haberla visto. Aunque fuera solo en un sueño.

¿Pero cómo podía describir la sensación de haber visto a alguien que jamás llegaría a conocer? Tan enigmática es la mente, que parece viajar a otros espacios y otros tiempos mientras se duerme.

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