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El hombre que susurraba a los dragones

Llueve de forma torrencial, lo que no es impedimento para que un caballero surja de entre los ventanales de uno de los balcones de su fortaleza en busca de su luna. Esta vez a lomos de un dragón negro, desde el cual instantes después rasga un cielo apenas visible, de no ser por los instantes en los que el reflejo de algún relámpago hace acto de presencia iluminando tanto las escamas negro azabache de la criatura como las oscuras piezas de su armadura. 


—Bonita noche, ¿no te parece? —dice el jinete a su fiel montura. 

La criatura gira levemente su cuello y le dirige una mirada. No emite sonido o palabra alguna, pero ambos parecen entenderse con solo mirarse. Vuelve a hablarle de nuevo.

—Lo sé, sé que ella ya se ha ido, pero la seguiré buscando sin flaquear en mi empeño. Al menos su esencia puede haber quedado impregnada en la zona. Demos un pequeño paseo, viejo amigo. Volveremos pronto. 


Un oscuro guantelete cae sobre el lomo del dragón acariciándolo de forma suave. Pocos segundos después, a lo que parece ser una señal de su compañero, el vuelo cambia de dirección y baja empicado para zigzagear un poco y volver a estabilizarse. El jinete suspira profundamente.

—Dulce pero amarga lluvia. El cielo llora tu marcha, luna mía —habla en voz baja mientras extiende sus brazos y otea el horizonte con su mirada a través de la oscura visera de su yelmo, cuyos penetrantes ojos brillan por milésimas de segundo ante los atronadores y brillantes relámpagos que a lo lejos parecen rasgar a cámara lenta las nubes con una furia inusitada, intentando abrirse paso ante ellas, para luego alcanzar algún objetivo invisible bajo la bruma que cubre la llanura que se extiende bajo ellos.

Largo rato después montura y jinete están de vuelta en el castillo. La criatura se sacude enérgicamente poco después de que su acompañante saltara de su lomo ágilmente. Ambos se dirigen una mirada cómplice. 

—¿Qué opinas?, ¿reforzamos la guardia de las murallas? —la mandíbula del dragón se entreabre ligeramente mientras la ilumina un suave color anaranjado desde su interior, como un fuego proveniente de su garganta. Se está riendo.

—Sí amigo mío —vuelve a hablar el caballero después de soltar una sonora carcajada—, ya sé que ha entrado en mi corazón, pero también sé que quiere entrar aquí. Se lo pondremos interesante, serán unas batallas dignas para almas como la suya y la mía, quizá destinadas a encontrarse —sonríe mientras termina la frase.

Ha desenvainado su espada y ojeando la hoja, contempla en ella el rostro de su amada. Vuelve a bajar el arma y le dirige a su dragón una mirada brillante repleta de vida, felicidad y vigor, como jamás nunca había visto su oscuro y escamado compañero.

—Sí, definitivamente, estábamos destinados a encontrarnos. Y créeme, el cielo se iluminará y la propia tierra temblará cuando nos encontremos y estemos juntos de nuevo. 

Momentos después envaina su espada lentamente, se quita su yelmo y a pequeños pasos, se pierde paulatinamente bajo las sombras que los candelabros encendidos crean dentro de la habitación que da al balcón.

Entre tanta negrura nocturna y oscuridad un ligero destello hace acto de presencia, una lágrima que recorre una de sus mejillas. Él sabe que ese encuentro nunca llegará, pero la simple esperanza de pensar en ello es lo único que mantiene su corazón con vida.

Un corazón destinado a apagarse, una llama condenada a extinguirse.

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