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Ecos de un mundo fragmentado

Desde una perspectiva a gran altura observé en sucesión y durante breves instantes unos parajes terriblemente áridos y otros completamente congelados. Parecían de otro mundo, propios de límites de temperatura más allá de cualquier extremo imaginable. En ellos se me mostraban las consecuencias de un evento cósmico de naturaleza desconocida que estaba causando que nuestro planeta dejara de existir tal y como lo conocíamos, desencadenando un apocalipsis bíblico.

A continuación me vi deambulando durante la noche entre las calles de una gran ciudad moderna en ruinas, bajo una extraña luminosidad de origen incierto y débil intensidad, pero suficiente para ver bien a una distancia más que prudente. Desde detrás de un contenedor me salió al paso una persona que llevaba un carrito de supermercado lleno de objetos que no llegué a identificar. Se asustó con mi presencia y me apuntó al momento con un arma, algo que me hizo reaccionar enseguida levantando las manos en señal de no representar ninguna amenaza mientras le aseguraba que solo estaba de paso. Tardó un poco en bajar el arma, no sin grandes titubeos, y sin que el nerviosismo y el terror marcados en su rostro decayeran un ápice, hecho que me dio a entender que quizá yo no era lo único con lo que se había topado durante esa noche. Al distanciarme lentamente unos metros escuché unos ruidos provenientes a mi izquierda y desde detrás de mí que identifiqué con el frenazo de un vehículo. Instintivamente me oculté en otro contenedor cercano para cubrirme. Capté el sonido de la puerta de una furgoneta abrirse con brusquedad, y varias personas hablar con palabras ininteligibles. Luego, el estruendo de numerosos disparos, que acabaron con el de un peso inerte que cayó a plomo en el suelo. No quise arriesgarme a ver lo que estaba ocurriendo y procuré alejarme en silencio cuanto antes.

Mis recuerdos me conectan posteriormente con estar dentro de una especie de estación o refugio de grandes dimensiones, detrás de los enormes muros de los vestigios de una estructura enorme, donde gran parte de sus límites derruidos se habían bloqueado con rejas y chapas de metal en muy mal estado. El vaivén de personas allí dentro era considerable, aunque reinaba mayormente el silencio. Todos llevaban ropas y accesorios muy desgastados y de tan distinto origen que se notaba que eran o bien improvisados, o bien encontrados entre los restos de aquel mundo decadente y anárquico.

Andaba por unos pasillos de paredes de hormigón que conectaban con una pequeña plaza central, cuando pasé cerca de un grupo que me transmitió cierta confianza. En él hablaban sobre su plan de salir pronto de allí en su nave, aunque dudaban de si podrían necesitar más ayuda para sus propósitos, los cuales me eran totalmente ajenos. De los tres o cuatro miembros solo recuerdo a dos, una mujer algo mayor de cabello largo y canoso recogido en una larga coleta, y una enérgica y atractiva joven de piel muy morena, de pelo azabache largo y rizado, con una cinta de tela negra cubriendo la parte superior de su frente. Me acerqué y les solicité unirme a ellos con la firme intención de colaborar en todo lo posible, y me especificaron que su intención era partir para ayudar a los más necesitados en otros lugares habitables, especialmente a niños. No era difícil el pensar que en el mundo tan brutal en el que se había convertido el planeta, los más vulnerables a destinos terribles eran ellos.

Acepté de buen grado participar en la labor a la que pretendían dedicarse, aunque de forma completamente egoísta, pues mi endurecida mente solo quería encontrar un grupo de personas adecuado en el cual tener más opciones de sobrevivir y con el cual salir de allí hacia otros posibles destinos mejores, el resto de cuestiones me era absolutamente indiferente. Sin embargo, la humanidad que parecían demostrar en su forma de ser y en sus objetivos, me fueron devolviendo un poco la fe en la existencia de algo de luz en aquel cerco de tinieblas perpetuo que impregnaba el mundo. Pensaba en ello mientras me dirigía a unas duchas públicas que había allí en una planta más baja, pues generosamente me habían dado unas ropas nuevas, y antes de usarlas creí adecuado quitarme de encima toda la suciedad que arrastraba desde dios sabe cuándo, como si de un ritual para comenzar una nueva vida se tratase. Las instalaciones allí funcionaban a pesar de tener aspecto de estar a punto de caerse a pedazos, y el hecho de que existiera agua a disposición junto con algo de jabón era ya todo un milagro. La estancia era enorme, con unas diez duchas en cada una de las paredes, pegadas una al lado de la otra. Me encontraba completamente solo rodeado del intenso color de la herrumbre que lo impregnaba todo, y unos pequeños rayos de luz fuertemente anaranjados que provenían de unas rendijas de ventilación que daban al exterior. No es que fuera un atardecer, la naturaleza de la luz se había deformado sin importar la hora del día que fuese desde que aquel apocalipsis comenzara.

Al poco de haber empezado a ducharme, algo de jabón me terminó entrando en los ojos justo antes de sentir unos suaves golpes en la espalda. Alguien más me acechaba, esperando a un instante de vulnerabilidad. Me di la vuelta intentando escudriñar el entorno sin éxito mientras adoptaba una postura corporal defensiva preparándome para un encuentro cuerpo a cuerpo. La sensación de amenaza se intensificó, y una terrible carcajada desde una de las esquinas me confirmó que era la presa de alguien, o de algo. Me desplacé al centro de la estancia cambiando a una postura más agresiva de ataque, dispuesto a luchar a pesar de apenas poder abrir los ojos, y solo recuerdo tener unos fuertes forcejeos con una presencia que no tardó en doblegarme.

Cuando ya pude ver con normalidad, observé a un tipo que me sacaba varias cabezas de altura, muy corpulento, y de extremidades algo deformes pero desmesuradamente fuertes. Carecía completamente de pelo, incluso de pestañas. Su sombrío rostro, con ojos muy hundidos y separados bajo una frente enorme, transmitía una sensación turbia. Le pregunté qué quería, y me respondió que sabía que pretendía irme en una nave, un método de transporte muy solicitado que desde luego no era nada habitual ni ver ni mucho menos poseer, y por el que muchos estarían dispuestos a matar. Me sugirió la oferta de sabotearla para ser robada por los dos, y que aprovechara el haberme ganado la confianza de aquel grupo para encargarme de ellos en el momento adecuado antes de partir. Y, además, que dejara a alguna mujer viva para, según él, "divertirnos" con ella. Su proposición sin duda era más bien una exigencia, no me fue difícil suponer que una negativa por mi parte significaría mi muerte.

Le hice saber que me parecía una buena idea, que no tenía ningún interés en las personas que acababa de conocer, y en la posibilidad de forjarnos nuestro propio destino. Elogié su forma de luchar y su fortaleza, ganándome su confianza. Nos sentamos y charlamos un poco intercambiando anécdotas que no recuerdo, pero sí el gesto de chocar amigablemente nuestras cabezas como si en un ejercicio de camaradería y falsa empatía me hubiera hecho pasar por un tipo como él, pasando por sus mismas vicisitudes y buscando lo mismo, un socio de tropelías en quien confiar que pueda cubrir las espaldas.

Me despedí diciéndole que iba a volver para poner en marcha el plan, sabiendo nada más levantarme que ya le tenía donde quería. Nada más estar a su espalda, sin aún haberse incorporado, le asesté un golpe brutal directo a su cabeza. Su cráneo emitió un sonido metálico, como si estuviera reforzado de alguna manera. Emitió un animalesco grito desgarrador, y su dolor se volvió casi instantáneamente en ira, dejándole ya predispuesto a despedazarme. Corrí hacia las pequeñas escaleras que conectaban con el piso superior sabiendo que en pocos metros podría alcanzarme. Aquella bestia debió de pensar que seguiría huyendo, pero le esperé lo suficiente desde arriba para saltar sobre él con las piernas por delante pillándole por sorpresa a medio camino de ascenso. Lo lancé con fuerza hacia atrás estampándolo contra la pared, creándose en su cabeza una enorme deformidad aunque sin llegar a fracturarse. Algo aturdido, no emitió ningún grito esa vez, solo un horrible balbuceo mientras sus ojos miraban a ninguna parte y unas babas negruzcas caían de su boca. Le dije en tono irónico que no se preocupase, que le iba a ayudar, y volviendo a subir me lancé de nuevo contra él con un ímpetu aun mayor. Esta vez su cabeza sí se abrió en canal, y la sangre brotó a borbotones junto con parte de su masa encefálica. Se quedó clavado apoyado en la pared, ya no volvería a moverse. Me quedé observándolo durante unos breves momentos que me resultaron propios de un espectáculo dantesco, pero solo el imaginar de lo que aquel ser era capaz y de cuántas víctimas habrían caído en sus manos, me hicieron sentir como si hubiera desechado un despojo.

Mis recuerdos ya se vuelven mucho más difusos e inconexos a partir de ahí. Estuve explorando otra zona de aquel lugar al equivocarme de puerta, una con una manivela similar a la de algunas puertas del interior de algunos barcos, y dar con el exterior del edificio. Daba hacia unos páramos desérticos más propios de un lugar como Marte, que se extendían más allá de donde alcanzaba la vista. Justo antes de volver a entrar divisé no muy a lo lejos a una mujer, de espaldas, que parecía hablar por un dispositivo portátil.

Ya de vuelta con el grupo, me preguntaron curiosos si me había ocurrido algo, pues no me había molestado en limpiar algunos restos de sangre del encuentro anterior. Mientras, los guardias del lugar, que portaban armas que parecían improvisadas y portaban toscas armaduras de chapa que podrían hacerse pasar por prototipos de tiempos primitivos, corrían por los pasillos en busca de algo, o de alguien.

La chica morena me sonrió con una cálida amabilidad y me dijo: «Bueno, ¿te vienes?». Ahora llevaba sobre la cinta negra unas gafas de aviación muy antiguas y algo desgastadas. Asentí intentando devolverle una expresión amable, pero me di cuenta de que hacía mucho que había olvidado cómo se hacían ese tipo de cosas. Seguí sus pasos sin intención de mirar atrás.

Lo último a lo que mi memoria me permite acceder es el estar desde la nave sobrevolando paisajes nocturnos bajo una intensa niebla, ruinas de ciudades que no tenían fin, y algunos pequeños grupos de luces esparcidos a mucha distancia unos de otros por el terreno. La radio de abordo, encendida, transmitía constantemente extrañas voces de distinta condición, género, e incluso idioma, que parecían hablar o dar indicaciones entre graves interferencias y sonidos de estática. Pregunté por ello a la chica de las viejas gafas de aviación, que sentada junto al aparato que emitía aquellas emisiones, parecía tener todos sus sentidos puestos en él. Me comentó que era esencial estar atentos a dichas transmisiones para estar al tanto de lo que ocurría en las zonas por donde íbamos pasando. La mayoría eran imposibles de descifrar, a veces eran indicaciones para ir a ciertos lugares, pero sobre todo, peticiones de ayuda. «Anotamos aquí las coordenadas que conseguimos captar», me dijo mostrándome un viejo cuaderno y mirándome a los ojos esta vez, «así sabemos qué lugares debemos evitar». Pregunté el por qué, y preferiría no haberlo hecho. «Las voces que estás escuchando intentan hacerse pasar por algo que no son, en realidad no pertenecen a seres humanos», me respondió.
 
 

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