Ir al contenido principal

La llamada de Erebus

Aquella visita le sacó repentinamente de su trance, rompiendo el sonido del timbre la tranquilidad en la que se había sumergido después de un día agotador. Dejó caer con desgana el libro sobre la cama y se encaminó hacia el pasillo, atravesando el agradable entorno creado por las luces de ambientación nocturna ya dispuestas desde no hacía mucho. Abrió la puerta maldiciéndose un segundo y medio más tarde por hacerlo con una inusitada confianza sin haber ojeado antes por la mirilla, pero se preparó enseguida para encarar de muy mala gana a quienquiera que estuviera al otro lado. Justo cuando iba a dirigir su mirada al rostro del enigmático perturbador de su paz, la luz de la zona común del edificio se desvaneció, quedándose solo frente a una silueta inmóvil y demasiado ténue como para ser reconocida.

Pasaron unos incómodos y tensos segundos hasta que una voz surgiera de aquella sombra saludándolo, acción que le permitiría averiguar por fin que se trataba de su amiga, a pesar de ser un tono muy poco efusivo, casi sin emoción alguna. "Pasaba por la ciudad cuando he visto esto y he pensado que te gustaría", le dijo mientras dejaba cerca de la puerta un paquete con forma rectangular y algo grueso envuelto en papel de regalo, como si quisiera evitar las suaves ráfagas de luz del interior de la casa. Se disculpó por no poder estar más tiempo, con el deseo de encontrarse otro día, y se marchó lentamente sin esperar respuesta alguna adentrándose en la oscuridad. Escuchó sus pasos alejarse hasta que dejaron de oirse repentinamente en la lejanía, como si no hubiera llegado a salir del edificio, y por unos instantes le extrañó el hecho de que pudiera orientarse sin problema alguno en una negrura tan densa con varios pisos hasta llegar abajo.

Recogió el paquete sin darle mayor importancia y cerró la puerta, apoyando su espalda en ella sin sentir el alivio que esperaba, siendo al contrario inundado por una sensación de inquietud de desconocida procedencia. Observó el papel completamente negro que envolvía el inesperado presente y se quedó fijándose en unos extraños símbolos de color blanco que adornaban a modo de mosaico su superficie, como si se sintiera atraído por ellos, y tras un periodo de tiempo que no supo calcular tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar la mirada. Lo dejó allí mismo apoyado en la pared y volvió a cruzar el largo pasillo para meterse de nuevo en la cama, donde esta vez no esperaba una lectura tranquila, sino dejarse llevar por el sueño que ya asediaba su mente. Un último vistazo por la ventana le mostró una panorámica de la calle envuelta en una oscuridad anormal que parecía ahogar e ingullir la débil luz de las farolas. Ni siquiera una estrella, ni un alma, ni un solo sonido propio de la noche bajo aquella burbuja de irrealidad que parecía cubrirlo todo. Volvió sobre sus pasos y apagó las luces ambientales, para a continuación meterse entre las sábanas y hundirse en la almohada esperando la pronta llegada de un profundo descanso. "Qué raro, no suele venir sin antes avisar", fue lo último que pensó acerca de la visita de aquella noche.

Un cúmulo de neblinosos pensamientos inconscientes imposibles de recordar protagonizaron los momentos siguientes al poco de caer dormido, formando sueños que sacudían su mente, hasta que una de esas impresiones, más fuertes que el resto, consiguió sacarlo del mundo onírico despertándolo súbitamente empapado en sudor, en un estado propio del que se ha adentrado en experiencias de pesadilla. Miró el reloj digital y un tres seguido de un cero y un uno iluminaban suavemente la habitación.

Después de aproximadamente un cuarto de hora y varias vueltas en la cama, desesperado por no poder volver a reanudar la posibilidad del deseado descanso, decidió encender la lamparilla y continuar la lectura hasta que regresara el sueño que le había abandonado.

Al sujetar y abrir el libro sobre su pecho, dispuesto a navegar en aquel mar de palabras, se vio interrumpido justo antes de siquiera terminar la primera línea. Sorprendido, algo captó su atención. En el sillón situado en una de las esquinas de enfrente, bien colocado, estaba el paquete envuelto en su negro papel de extraños símbolos. Durante unos momentos juró haberlo dejado en la entrada, pero supuso que el cansancio de aquel día le estaba jugando malas pasadas. Intentó comenzar de nuevo a leer, pero aquel paquete parecía llamarlo. Abandonó el esfuerzo de concentrarse en las páginas que tenía delante y dejó caer el libro a un lado para levantarse y dirigirse hacia el regalo como si estuviera bajo el efecto de una potente hipnosis.

Poseído por una ansiosa curiosidad que hasta el momento no había tenido, comenzó a despojarlo de su envoltorio, no tardando en mostrarse ante él lo que escondía. En una pieza de madera, exquisitamente tallado, se hizo ver un cuadro vertical en el que se asomaba parte del torso y el rostro de un buda mirando ligeramente hacia abajo, con ojos cerrados que acompañaban una expresión de infinita calma sobre una piel plateada propia del reflejo de la luna. Tras él, yacía un fondo completamente negro. Vestía un sombrero y una toga de colores dorados, con pequeños trozos de cristal que reflejaban la luz de diferentes formas dando la impresión de no representar el lujo o joyas de algún tipo, sino pequeñas ventanas de agradable luminosidad. Maravillado por aquella sencilla pero magnífica obra de arte, la colgó en el centro de la pared con un pequeño colgador que improvisó al momento, justo frente a la cama, y volvió a meterse en esta última para esta vez sí caer rendido.

Fueron pasando los días, y a pesar de que no volvió a repetirse una noche tan extraña, la calidad de su descanso durante la noche fue empeorando paulatinamente. Algunas mañanas, al despertar, creía recordar que había estado en plena madrugada sentado sobre la cama contemplando el cuadro en plena oscuridad, como en un estado de sonambulismo, pero creyendo que solo se trataba de sueños no le llegó a dar mayores vueltas al asunto.

Cansado de recuperar parte de su estado mental a base de pequeñas y fragmentadas cabezadas a lo largo del día, acudió a un amigo de confianza que poseía conocimientos médicos, quien le recomendó unas infusiones de cierta planta que le ayudarían a reconciliarse con el ciclo natural de descanso. El remedio le funcionó durante la primera y segunda noche, mejorando notablemente las horas seguidas que conseguía dormir y la calidad de estas, pero en la tercera ocurrió algo distinto. Los sueños volvieron a ser perturbadores, y esta vez, eran mucho más retorcidos y lúcidos.

En uno de ellos se vio andando sin rumbo dentro de las habitaciones de un edificio desconocido, habitaciones vacías de colores rojizos conectadas por pasillos del mismo color que no llevaban a ninguna parte. De repente, apareció alguien de espaldas a lo lejos, inmóvil y en una postura un tanto anormal. Se fue acercando para interactuar con dicha persona, dándose esta la vuelta al tenerle ya a pocos pasos, y comprobó horrorizado que su rostro retorcido carecía de ojos. La boca de aquel ser se abrió entre estruendosos gritos insoportables a la vez que alzaba los brazos intentando atraparle. Echó a correr atravesando aquel laberíntico lugar dándose cuenta, aterrado, que en cada habitación nueva con la que se cruzaba aparecían más sujetos de aquellas mismas características y actitud persecutoria hacia él, hombres y mujeres de diversas fisionomías y mediana edad que compartían el tener cavidades oculares vacías. Y todos y cada uno de ellos gritaban, sumándose un alarido sobre el otro haciendo aún más perturbadora si cabe la situación. Cuando ya parecía estar al borde del precipio de los límites del horror más indescriptible atenazando su mente, y que ya apenas le quedaban posibilidades para escapar, se despertó.

Al tener el cuadro del buda justo enfrente de su cama, fue lo primero que contempló, y lejos de abandonarle la sensación de estar aterrorizado, dicho sentimiento se incrementó acelerando su pulso vertiginosamente al darse cuenta de que los ojos del buda estaban abiertos, y le miraban fijamente.

Apoyado en la cama parpadeó intensamente durante unos largos segundos que se le hicieron eternos, para luego mirar el cuadro de nuevo. En ese instante se le mostró como siempre, con su rostro plateado en calma junto a sus ojos cerrados. "No he debido despertar del todo", pensó levantándose y dando una vuelta por el cuarto. Asomándose por la ventana se percató, para su sorpresa, como aquella noche le resultaba familiar, volvía a ser anormalmente oscura, una negrura tan espesa que se tragaba a las mismísimas estrellas, apenas podía contemplar las luces de la acera de enfrente. El reflejo plateado del buda le había hecho pensar que la luna había salido, pero no había ni rastro de ella en el firmamento.

Al día siguiente, de vuelta a casa en los momentos finales del atardecer tras salir a practicar algo de deporte e intentar despejarse, se encontró con su amiga. Tras un saludo efusivo y cariñoso por parte de ella le preguntó cómo es que le veía tan decaído, y él le comentó en un tono muy desenfadado las malas noches que estaba pasando a raíz del regalo que le había hecho, sin otorgarle una causalidad seria. Ella, sorprendida, le respondió que no se había pasado por su casa para regalarle nada y que no sabía nada de ningún cuadro de buda, mientras reía pensando que le estaba tomando el pelo. "Venga, déjate de coñas, he de volver a casa, ¡a ver si te dejas ver más!", se despidió amablemente.

Aquella noche, pensativo mientras preparaba su infusión creyendo que quizá los efectos mejorarían con más intentos, reflexionó sobre aquellas últimas palabras que le mencionó la chica, "a ver si te dejas ver más". Cayó en la cuenta que desde que había caído aquel cuadro en su poder, apenas había salido de aquellas paredes. Realizó su rutina de últimos coletazos de un día que ya llegaba a su fin, y se predispuso a esperar el viaje de Morfeo apoyado en su almohada, pero el mundo onírico al que fue arrastrado pocos instantes después resultó tan lúcido y tan perturbador que bien podría pertenecer al reino infernal de una deidad desconocida. Esta vez no habría palabras capaces de describir el terror que atravesó su mente consciente, sin embargo no sería más que un aperitivo para lo que le esperaba nada más despertar.

Abrió los ojos y como de costumbre miró a la pared de enfrente, al cuadro, y en esta ocasión por muchos parpadeos que realizara, no había escapatoria de la realidad de la que ahora formaba parte. El cuadro se mostraba ante él completamente negro, como una ventana al vacío más absoluto, a la nada, sin rastro alguno del buda.

En ese momento giró sus ojos hacia la derecha al percatarse de una silueta humanoide erguida no demasiado lejos de la cama. La figura era esbelta, extremadamente alta y de brazos muy largos. Mientras ascendía la mirada escudriñando aquel intruso, le distinguió una piel plateada, y lucía un sombrero dorado de destellos luminosos muy suaves. Para mayor congoja comprobó que aquel extraño visitante le miraba fíjamente a través de ojos enormes y almendrados sin pupila alguna, que parecían portadores de la misma negrura que había visto consumir a la propia noche y sus estrellas desde la ventana. Destacaban en aquel rostro que además le resultó familiar, era la cara del buda.

En ese momento le invadió un ataque de pánico que alteró tanto su ritmo cardíaco como su respiración a niveles desbocados. Intentó gritar, pero para su desgracia se percató de que no podía mover ni un músculo, se encontraba completamente paralizado. La entidad se acercó a él lentamente con movimientos anormales propios de alguien que está a punto de sufrir un ataque epiléptico, y con sus largos y delgados brazos lo sujetó por las piernas mostrando una fuerza sobrenatural, arrastrándolo fuera de la cama como si llevara un pequeño saco de plumas. Caminó hacia la pared del fondo sin soltarle, y de forma incomprensible se fue introduciendo sin dificultad en el cuadro como quien se cuela por una ventana, mostrando un espectáculo físicamente imposible debido a la diferencia de tamaño, ante la aterrada mirada del desafortunado que llevaba consigo. Una vez traspasado aquel umbral quedó rodeado por el vacío más absoluto. Un lugar más allá del espacio y del tiempo en el que para él, no hubo paz.

Unas semanas más tarde, su cuerpo sería encontrado sin vida en la cama y sin señales de violencia, a excepción de una expresión en su rostro retorcido propia de quien ha contemplado horrores incapaces de ser contenidos por la comprensión y cordura humana, y sus cuencas oculares, vacías, que apuntaban a un lugar de la pared de enfrente, a un cuadro que no era más que una lámina de madera rectangular y algo gruesa, colocada de forma vertical, totalmente pintada de negro. Sus manos, ensangrentadas, sugirieron que aquella terrible lesión había sido provocada por él mismo, a pesar de no encontrarse sus ojos en ningún lugar dentro de la casa.

No se arrojaría más misterio al asunto hasta el momento de su autopsia, cuando sería encontrada una deteriorada nota en su estómago llena de garabatos y unas frases casi ininteligibles, lo único que pudo transcribirse de ellas tras un detallado análisis fue lo siguiente: "He contemplado el Abismo, y este me ha devuelto la mirada, ya viene, ya viene, a todos nos espera un lugar donde no nos hará falta ojos para ver".

Comentarios