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Crónicas de Aodren: Lizbeth y la bruja de Aergoth

Apenas podía mantenerse en pie. Le fallaba la respiración, una densa y grisácea niebla lo cubría todo a su alrededor y no recordaba cómo había llegado hasta allí. Varios cuerpos caídos salpicaban el árido suelo y poco tardó en darse cuenta de ellos. Uno aún intentaba moverse torpemente mientras balbuceaba palabras en un idioma que era incapaz de comprender.

La voz de una mujer que parecía no venir de muy lejos atrajo su atención cuando a punto estuvo de caer en un profundo sueño del que quizá no volvería a despertar. A duras penas consiguió con su brazo derecho realizar unos sencillos movimientos que pudieron conjurar a su alrededor una especie de protección lumínica apenas visible, apartando paulatinamente la espesa niebla que nublaba cada vez más su visión y que penetraba en sus pulmones ahogando su propio ser. Era, sin duda alguna, una sacerdotisa.

Avanzando con cortos y difíciles pasos, intentó dirigirse hacia aquella voz femenina que parecía quejarse de algún tipo de dolor mientras la niebla se apartaba más y más. Mientras tanto su mirada se posaba en los cuerpos adyacentes, todos de hombres de mediana edad y sin apenas síntomas de vida alguna exceptuando a algún pobre desgraciado que deliraba con los ojos completamente en blanco sin moverse del suelo.


Cada vez sentía estar más cerca por lo que lograba escuchar. Se paró durante unos instantes y haciendo unos movimientos parecidos a los de momentos antes (esta vez con las dos manos al mismo tiempo), sacó algo más de fuerza de su interior y potenció el conjuro que la rodeaba. Se terminó de despejar todo un gran terreno en derredor pudiendo alcanzar más con su vista, dando justo enfrente y un poco a su izquierda con el cuerpo tumbado de una mujer, la cual se fue incorporando lentamente. Parecía estar completamente desorientada por la expresión de su rostro, pero este cambió de repente al fijarse su mirada en la larga y negra cabellera de la joven que había acudido hasta ella. 

—¡Maldita seas!, ¿viajabas oculta entre ellos? —gritó mientras intentaba ponerse en pie y sacaba una pequeña daga del cinturón desde su espalda y recogía una extraña vara que yacía a su lado.

El extraño, desgastado y oscuro ropaje que llevaba no le pasó desapercibido, detalles que junto a la forma de la vara hizo que de forma rápida la sacerdotisa recuperara la memoria. Recordó su misión. Recordó el porqué estaba allí.

Mientras veía cómo la portadora de aquellas armas cargaba hacia su encuentro, sintió, impropio de ella, estar a punto de entrar presa de un pánico terrible. Echó a correr hacia atrás sacando fuerzas de donde no las tenía, haciendo que su haz de luz protectora se debilitara mientras el ensordecedor grito de rabia de la otra mujer penetraba sus oídos acercándose cada vez más. Sin duda algún hechizo de miedo había caído presa de su ser lanzado por la otra oscura hechicera mientras ésta había estado volviendo a levantarse.

No tuvo que correr mucho sin tardar en volver a recuperar y despejarse su mente, especialmente gracias al haber hecho desaparecer la mayor parte de la niebla con la fulgurante conjuración de hacía apenas unos minutos antes, una niebla que ayudaba a intensificar la magia de la bruja que estaba decidida a poner fin a su existencia y no de forma rápida precisamente. 

Se dio la vuelta y con unos rápidos movimientos de sus manos hicieron que unos enormes e intensos destellos de luz golpearan a su perseguidora, haciendo que repentinamente empezara a retorcerse de dolor mientras soltaba su daga y la oscura vara. A ésta le pareció ver a espaldas de la sacerdotisa una nube blanquecina que empezaba a formarse y de la cual poco a poco sobresalía lo que identificó como el rostro de un enorme dragón. Ahora era su turno de sufrir los hechizos de la ilusión.

—Condenada seas. Ya has causado suficiente daño destrozando las almas y los corazones que te has encontrado y que has intentado cautivar con tus malas artes, el de mi hermano entre ellos —habló la devota.
—¿De quién me estás hablando?, ¿quién eres? —sollozó la otra.

Un pesado silencio cayó en el ambiente. El rostro de la sacerdotisa parecía desprender una ira que llevaba contenida desde hacía tanto tiempo del que ni siquiera llegaría a recordar.

A la misma vez que aumentaba la intensidad del brillo de sus ojos, así lo hacía el cuerpo de la bruja, el cual empezó a desintegrarse lentamente emitiendo un fulgor de increíble intensidad. Los desgarradores alaridos parecían testimoniar un sufrimiento inaguantable para cualquier mortal, como si su propia alma fuera desgarrada a pedazos. En realidad, el daño no se lo estaba causando la joven devota. El dolor que sufría era el mismo que había causado a sus víctimas, el cual ahora le era devuelto. En su visión a través del hechizo de ilusión del cual era presa, era devorada por el enorme dragón que había creído ver aparecer.

(ilustración por dendorrity)

Justo antes del instante de su muerte final, un grito transportando unas palabras llegó a sus oídos, un grito proveniente de la sacerdotisa, un grito tan fuerte que eclipsó a sus propios alaridos.

—Soy Lizbeth, ¡Aodren te envía recuerdos!

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