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Quod fuimus, estis; quod sumus, vos eritis

Todo empezó como pequeños paseos nocturnos como una forma de evadirse durante esas noches que tenía libres. La caída del sol cubre todo por un manto de magia haciéndole capaz de permanecer hipnotizado por las luces de cada rincón de la ciudad, cada una de ellas testigo mudo de la vida de incontables personas, de fragmentos de historia, y al mismo tiempo pequeños faros que alumbran donde de forma natural debería reinar la más absoluta negrura entre los retazos urbanos de características cambiantes, dependiendo estos últimos de la ciudad en la que se encuentre.

La medianoche vacía de vida las calles al igual que las carreteras que le guían por el mar de destellos y oscuridad. Solo con sus pensamientos, en dichas vías de asfalto que le terminan conectando con otras que le llevan a zonas cada vez más apartadas. El color propio del ébano comienza a teñir su casco, su cazadora, sus guantes de duro cuero, cual criatura de la noche buscando mimetizarse y fundirse con el ambiente al que poco a poco se siente pertenecer, pero no es una sensación nueva, de alguna forma es como si volviera a casa.

Las distancias recorridas aumentan, y también la velocidad, la sensación de riesgo, y las sombras que se arremolinan ahogando la única luz próxima existente, la del faro de su moto. Cuanto más rápido pasan las líneas continuas y discontinuas más deja de existir el tiempo y con él todo flujo de la mente, una intensidad del presente que hace que nada exista salvo lo reflejado en el visor, tras el cual ya parece dejar de existir persona alguna. Le resulta extraño no recordar el último amanecer que presenció, el último calor de una mañana, ni siquiera el haberse bajado de la moto alguna vez.

La advertencia innata del miedo o la sensación de grave riesgo ante cada curva o complicación en la ruta no logra superar la adicción al subidón de adrenalina. No hay preguntas, no hay búsqueda alguna, solo se sumerge en el simple hecho de montar y conducir sin importar el rumbo o el destino, a horas intempestivas, amparado por la oscuridad para pasar desapercibido y sin poner en riesgo la vida de otros aparte de la suya propia, pues de algo sí es consciente, cada día necesita más velocidad. Una fascinación por un viaje de una única dirección que bien pone su autodestrucción sobre la mesa, junto a su moto como única y fiel compañera, la cual se ha convertido en una extensión de su cuerpo bañado por las sombras.

Después de incontables cortes al viento a lo largo de un número de años incapaz de contar, durante otra de sus salidas un irrefrenable impulso le hace aminorar la marcha al llegar a una de tantas curvas sin ni siquiera aparecer de forma clara a su vista. Sin saber porqué ya tiene conocimiento de que alcanza un lugar diferente a todos los demás.

Allí un gran árbol se va manifestando de entre la más oscura de las noches, un gran árbol custodio de lo que le hará recordar. A los pies de su grueso y fuerte tronco una pequeña cruz y varios conjuntos de pequeños ramos y flores hacen salir del trance al viajero errante. Un letrero de igualmente pequeño tamaño se materializa apenas visible junto a las humildes ofrendas, lo justo para resultarle visible un nombre en él escrito, el suyo propio. Ahora recuerda su naturaleza. 

No ha dejado de ser un motorista, un motorista fantasma.

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