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Soldado de la vida

Llegó a encontrarse a sí mismo tan cansado de sentir, a preguntarse si la única forma de parar era dejar de sentir por completo. De crearse un caparazón de piedra tras una gran puerta de hielo, pues no dejó de estar en guerra, siendo el campo de batalla tanto su mente como su cuerpo. Una parte suya aprendió el amor, y la otra el resentimiento, ambas en lucha a muerte de un interminable duelo que bien le desgarraba en pedazos durante el amargo proceso. Aferrándose en lo positivo y en lo que creyó correcto intentó enterrar en vano a las sombras que acechaban desde dentro.

Pero nunca se van, siempre vuelven, siempre terminan alcanzando tanto al loco como al cuerdo. La cara y cruz, pensó por momentos, de todo viaje por este sueño. Que no es cuestión de combatir los demonios, sino de aprender a convivir con ellos para así aprender de sus lecciones primero.

Y como aspas de molino sacudidas por repentino viento comprendió los ciclos de la experiencia por los túneles del tiempo. Deambulando en ellos, desconociendo, que no es necesario dejar de estar vivo para llegar a sentirse muerto, pero ahora sabe que a veces se debe morir para volver a nacer de nuevo.

En este camino tan complejo, en este tránsito de la vida, aseguraron los últimos que le vieron que su corazón aún latía. Que continuaba luchando, creciendo...

Pero algo en él cambiado había, ahora volaba en alas de fuego.

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