No importa lo previsto y detallado de una planificación o cada una de las situaciones que mentalmente se puedan recrear acerca de lo posible que pueda ocurrir. Todo puede torcerse a un nivel inimaginable sin verse venir en cualquier momento, en cualquier instante. Era algo que en esa noche tan diferente de todas las demás experimentaban de una forma única llevándoles a límites insospechados.
Nada
les había preparado para afrontar una terrible verdad que les estaba
siendo mostrada de forma cruda, sin presentaciones. En un mundo
decadente, viejos mitos y leyendas olvidadas estaban cobrando vida, haciendo de los peores terrores ya conocidos meras
historias para niños. Como si un nuevo tablero de un macabro juego emergiera junto a nuevas piezas, superponiéndose a uno mucho
más viejo de fichas menores y desgastadas.
A
una de esas piezas le seguía una marabunta de intensos y constantes
crujidos. Se abría paso a través de duras y pesadas ramas, así
como de gruesos troncos cuando aparecían en su camino, como si aquel
frondoso bosque no fuera más que un conglomerado de finas cañas.
Había
cambiado de dirección de forma súbita y ahora era otro el destino
al que dirigirse, sin importar lo que se interpusiera, como una
estampida de enormes animales llevándoselo todo por delante. Si
cualquiera hubiera sido lo suficientemente desafortunado como para
topárselo se habría encontrado con una montaña de músculos
parcialmente ensangrentada y un par de enormes ojos, muy abiertos,
que mostraban una mirada fría e inquietante, acompañada de una
determinación fuera de lo común a través de movimientos lejos de
la brusquedad o torpeza que podrían esperarse de algo de tal
monstruosa apariencia. Arrancó con sus enormes manos unas últimas
ramas para dar al fin con un pequeño descampado. Justo enfrente, no
demasiado lejos, atisbó al fin su objetivo.
Es
de muy pocos conocido el odio existente de los demonios hacia todo lo
relacionado con la nigromancia, especialmente cuanto más aberrantes
son las creaciones. Ver a humanos jugar con lo que hay más allá de
la línea que separa la vida de la muerte bien podría ser juzgado
como algo diabólico, pero nada más lejos de la realidad, es visto
por estos como una práctica débil donde solo se juega
con carne en putrefacción y almas parasitarias de baja vibración
(las únicas que se han conseguido atraer en estas artes), desechos
de energía espiritual de aquellos que permanecen atados al mundo
material después de exhalar el último aliento.
Tras
toda una larga historia de experimentaciones que no llegarían a ningún
puerto más que al sufrimiento de muchos, a fallidos intentos de
horribles consecuencias de crear algún tipo de sirviente o soldado
duradero así como de traer de vuelta a un fallecido en sus plenas
facultades, se encontró al fin una utilidad para aquellas retorcidas
conjuraciones, el uso de las mismas como cebo para atraer a
presencias demoníacas. Eso parecía fallar muy poco, para la
desgracia en la mayor parte de las ocasiones de los mismos que las
intentaban convocar. Pero todo ello no pertenecía más que a relatos
de libros viejos y perdidos. Esa noche, lo que estaba en esas olvidadas
páginas y narrado con variaciones dependiendo del ejemplar que se
tuviera delante, estaba cobrando vida.
Lo
que salió al fin de aquel hueco de entre los árboles bien podría
hacerse pasar por un hombre de gran estatura, si no fuera por las
fuertes piernas peludas e invertidas terminadas en pezuña propias de
una cabra, y una perturbadora cabeza propia del mismo animal coronada
por un par de retorcidos cuernos haciendo honor a su corpulencia.
Solo
se detuvo durante unos segundos antes de continuar hacia una
criatura, si se la podía llamar así, que le superaba en tamaño, la
misma que despedía una perturbación en el ambiente que solo él
pudo captar desde tan lejos. Observó como ésta se acercaba torpe y
lentamente a un enorme charco de sangre que destacaba de forma
ineludible sobre el manto de nieve. Aquella masa de carne putrefacta,
creada por la unión de partes de cuerpos tanto humanos como animales
le resultó apenas reconocible, a excepción de las dos prominentes y
horribles cabezas de bovino con una considerable falta de carne en
ellas y miradas perdidas en la nada a través de neblinosos glóbulos
oculares. Al acercarse algo más, un par de destellos propios de un
efímero reflejo de luz sobre acero le reveló otros detalles. Los
deformados brazos que salían de los dos torsos, unidos entre jirones
de podredumbre, portaban hachas de enorme tamaño que no le
provocaron intimidación alguna.
Reanudó
la carrera. Ni siquiera sus poderosas pisadas producieron sonido a
través de aquel silencio antinatural que lo asfixiaba todo, bajo el
baño de una luz plateada ligeramente palpitante de una luna oscura
propia de otro mundo que se había proclamado reina de aquella noche,
robando el brillo de todas las estrellas. Cargó con la única y
clara intención que lo poseía hacía largo rato, destripar y rasgar
en pedazos aquella inmundicia andante, aquel insulto a las fuerzas
que moran más allá del plano del que ahora era un mero visitante y
del que poco aprecio guardaba. Luego buscaría a los responsables
para hacerles llegar un destino quizá peor, o incluso entretenerse
con quien encontrara por el camino.
Para
cualquier mortal la visión de aquella aberración sería suficiente
para inducir un estado de terror y locura que inhabilitaría
cualquier respuesta, aunque existía una pequeña probabilidad para
ello si hubiera cerca un hechicero de cierto poder, que siendo lo
suficientemente rápido fuera capaz de proteger la mente de los
presentes mediante un sortilegio, siendo esto a costa de su propio
estado mental por un periodo de tiempo desconocido. Para un demonio,
sin embargo, el miedo no existe, al igual que principio de moralidad
alguno, o empatía, entre muchas otras cosas. Ve a todo ser viviente
(y no tan viviente) como una mera pieza a la que poder usar o
manipular a su antojo dependiendo de sus metas y motivaciones, generalmente siempre oscuras.
De
un salto descomunal la bestia endemoniada se lanzó de lleno hacia su
oponente, que emitía tajos con ambas hachas de forma ciega y
aleatoria como si oliera la cercanía de algo a lo que poder
atortujar. Le resultó fácil esquivar sus torpes movimientos y
clavar sus toscas manos en el cuello derecho, empezando a retorcerlo
y tirar de él mientras se tensaban sus fuertes brazos, sin cambiar
la mirada de ojos abiertos rezumadora de una tenebrosidad incapaz de
ser descrita.
La
putrefacta cabeza que intentaba arrancar, casi ya despegada del
desmejorado torso que la sostenía, comenzó a berrear de una forma
estremecedora y gutural mientras mostraba intensos espasmos que se
trasladaron en pocos instantes al resto del cuerpo de la abominación.
Ello unido a un desagradable y espeso líquido entre verdoso y
amarillento que exhumaba por cada uno de sus orificios de carne
faltante, que no eran pocos, le hizo perder el agarre y el equilibrio
al atacante y caer en peso de espaldas.
Poco
antes de tocar el suelo los destellos de luz que había visto
anteriormente volvieron a su campo de visión, esta vez más grandes,
esta vez mucho más cerca. En un alarde de fuerza repentina e
inusitada la aberración alzó en sincronía ambas hachas y lanzó un
potente tajo con ellas, ya no de forma ciega o aleatoria, pues aunque
una de las cabezas yacía inanimada colgando sobre el pecho derecho
por hiladas de gruesas venas de colores marrones y negruzcos junto a
grumos extraños y pestilentes, la otra seguía sobre sus hombros, en
el torso izquierdo, y lo miraba directamente.
No
hubo oportunidad para reaccionar incluso para un ser como él. Un
tremendo chasquido precedió a un brote de sangre, pero no lo
acompañó reacción de dolor alguna. El demonio dio la
vuelta sobre sí mismo hacia su lado derecho pareciendo ignorar que
su antebrazo izquierdo había sido cercenado de cuajo para luego
incorporarse rápidamente.
No
tardó en cargar de nuevo extendiendo esta vez el brazo derecho hasta
incrustarlo en el abdomen izquierdo de su oponente, estrujando su
interior a través de masas gelatinosas de órganos putrefactos.
Continuó hurgando con dificultad durante breves instantes a causa de
los violentos espamos de aquel engendro hasta que dio con lo que
buscaba, la columna vertebral. La agarró firmemente y la torció
hasta romperla, comenzando a tirar hasta arrancarla a través de
desagradables sonidos de desgarro, crujidos y filtración de oscuros
líquidos entre intentos de horribles berridos, llevándose con ella
el cráneo de la cabeza que la unía dejando atrás toda la carne
deshecha que la cubría. Dio unos pasos hacia atrás mientras
observaba como al instante su oponente comenzó a tambalearse hasta
caer hacia atrás, siendo ya nada más que una visión horrible e
inanimada.
Aquella
pila de calamidad parecía una materialización de lo peor de la
humanidad, como si la corrupción, la mentira, el abuso, y los actos más horribles
se hubieran encarnado en una forma tan retorcida como esos propios
orígenes. Pero ese pensamiento no se paseaba por la mente del
impasible demonio, sino en otra muy diferente que permanecía
expectante.
Desde
lo más alto, entre la negrura del cielo, el ángel oscuro que había
sido enviado para adelantarse en la búsqueda de Aodren había estado
observando atentamente el comportamiento del demonio desde que llegó, sin quitarle la vista de encima,
ya apenas empezado el enfrentamiento. Intentaba calcular las
probabilidades de que en realidad el astado fuera el brujo después
de haber conseguido terminar la poderosa invocación que había
captado su grupo.
Habría
intervenido al verse en ventaja contra un oponente ahora desgastado y
falto de un brazo de no ser por otra presencia que también había
detectado que merodeaba por entre los árboles del fondo, sabiendo
que esta también le observaba tanto a él como a todo lo que allí
estaba pasando. Ambas entidades parecieron formar una realidad
superpuesta e imperceptible, con una vigilancia mútua que creaba un
hilo tensado hasta su límite.
La
extrema desconfianza le hizo mantenerse a una distancia más que
prudente esperando el siguiente movimiento en el tablero. Allí
abajo, el vencedor que se encontraba en un estado contemplativo y
extraño giró a su izquierda dejando caer el cráneo que aún
sujetaba, alzando la vista justo hacia donde se encontraba aquel
portador de negras alas, para sorpresa de este último. Era imposible
que le hubiera detectado, pero allí estaba, mirándole fíjamente
como si de un autómata se tratase. Se aseguró de que estaba siendo
observado viendo como le seguía con la mirada mientras cambiaba de
posición volando con cierta suavidad, evitando movimientos demasiado bruscos. La pregunta del por qué y desde
cuándo supo que estaba allí comenzó a carcomerle.
La
pieza que aún no había salido de su posición de inicio entró en
juego. Dio unos pasos al frente saliendo de entre los tupidos árboles
que la mantenían parcialmente oculta acercándose al demonio desde
su espalda, pasando casi a su lado hasta quedar ligeramente por
delante de él, quien parecía ignorar su presencia por completo.
Los
sentidos del ángel negro cambiaron su posición de relajación por
una de mayor alerta, captó al instante como aquello sin identificar
le miraba de la misma forma, solo que con una mayor determinación
aun sin distinguir ojos ni detalle alguno, fue una sensación que
penetró en él perturbándolo enormemente. ¿Cómo era posible que
no pudiera distinguirlo mientras que al demonio sí?, ¿y la falta de
reacción de este último?, estas y otras tantas preguntas formaron
un mar de tormento sin ningún faro de respuesta a la vista.
Mientras, allí seguían, observándole como estatuas.
Decidió
descender un poco llevando un gesto de rabia consigo. Necesitaba ver,
necesitaba saber. Sin embargo después de unos instantes algo no
empezó a ir bien, la presencia se tornaba cada vez más difusa
conforme más se acercaba a ella. Llegó un momento en el que ya no
era él quien continuaba descendiendo en diagonal, sino un intenso
sentimiento de curiosidad que lo había poseído, el mismo que le
estaba haciendo perder el control sobre sí mismo haciéndole sentir
caer por un oscuro pozo en cuyo final yacía algo terrible. Pero
necesitaba ver, necesitaba saber. Y se acercó más, y más, hasta
que de forma torpe y repentina el contacto de sus pies con el suelo
le hizo tambalearse, mirando sorprendido hacia los huecos de sus pies
entre la nieve sacándolo del leve estado hipnótico al que parecía
haberse visto arrojado.
Alzó
la vista al frente y la visión le impactó poniendo tenso cada
músculo de su cuerpo. La borrosa e indefinida silueta ya no estaba
allí, en su lugar le contemplaba un ser que parecía cargar con la
conjunción de dos mundos muy distintos. Sobre un cuerpo desnudo,
humano, de complexión normal sin demasiada corpulencia, una cabeza
mostraba signos de una imposible convivencia de fuerzas.
Por
un lado, muy similar al demonio que aún permanecía mirándole desde
el mismo sitio sin mostrar reacción alguna, le sobresalían de la parte
superior del cráneo un par de robustos cuernos de carnero, aunque
estos se enroscaban hacia abajo sobre sí mismos. Por el otro, más
cerca de la frente, dos enormes astas de ciervo prolongadas hacia arriba en casi perfecta simetría. Con estos últimos parecía
encajar parte del rostro, predominantemente humano pero con rasgos y
ojos propios del mismo animal que transmitían una
mirada lejos de ser pacífica y tranquila. A través de un destello
rojizo y perturbador penetraban haciendo sentir al observado que
estaban siendo oteados sus rincones más ocultos.
En aquel ser, en resumidas cuentas, parecía cohabitar una fuerza diabólica y una encarnación de la propia naturaleza.
El
ángel, profundamente confuso, se dio cuenta mientras lo analizaba
que en ocasiones tras un simple parpadeo su cuerpo humano bien se le
mostraba masculino, mientras que en otras, femenino. Mientras
cavilaba sobre si solo estaba contemplando una retorcida ilusión, el
portador de plumas negras decidió hablarle sin perder la firmeza.
—¿Qué
clase de demonio tengo frente a mí?
—¿Demonio?
—su voz sonaba
doble, como si un hombre y una mujer hablaran a la misma
vez—,
aquello
a lo que
teméis lo veis
por todas partes.
—¿Qué es lo que eres?
—Soy
quien has venido a buscar, pero a la misma vez soy
algo más —respondió
mientras se observaba
la palma de
sus manos—. Intenté
traer algo en un momento de desesperación, confiaba
en controlarlo aún
existiendo el riesgo de que lo que anda siempre vigilante intentara
colarse por ese canal abierto. Eso que tú y los tuyos querríais
aseguraros de que se manifestara de pleno
—realizó
un repentino y
rápido movimiento con
ambos brazos, ascendiendo sus manos con
fuerza como si levantara
un enorme
peso invisible. Se crearon mudos crujidos bajo los pies de su
interlocutor de los que nacieron gruesas
raíces que le inmovilizaron por completo, no
sin cierta dificultad—.
Sin embargo —continuó—
la semilla druídica
implantada en mí
ha debido de reaccionar, manifestándose, deteniendo parte de la
posesión que ya se
abría paso.
Una
carcajada salió de la boca del ángel, retorciendo el ambiente.
—Eres
algo fascinante.
Compadezco
el limbo en el que te encuentras —mencionó
sin parecer importarle demasiado su propia
situación.
—Mi
mente arde a un nivel
lejos de la comprensión —las
raíces apretaron a su
presa más fuerte aún.
Aodren, o quien quiera que estuviera más allí, ya
no le observaba directamente desde hacía rato, parecía
hablar
más para sí
mismo que para él, como si
este fuera algo insignificante—,
en mi interior yace una guerra
espiritual que no estoy
seguro de poder contener.
Pero volviendo a lo que
nos ocupa, no puedo retenerte durante
demasiado tiempo,
y no
puedo dejarte
marchar. Eres
una
potencial amenaza
para
quienes me acompañaron hasta aquí, por
lo tanto eres un problema.
Por
alguna extraña razón tampoco
puedo acabar contigo
—realizó
una pequeña pausa observando de nuevo sus manos—.
Aunque
él sí.
Se
apartó ligeramente y permitió avanzar al mismo
demonio que había
permanecido todo el tiempo a
su espalda en la misma
posición sin reaccionar.
Ahora
el
andar y mantenerse en
pie lo hacía con
una considerable
dificultad. Al
igual que hiciera en su anterior
encuentro, aunque con
más calma y lentitud, aquella
bestia extendió su brazo derecho incrustándolo en el pecho de su
indefensa e inmovilizada víctima,
la cual aún
mantenía viva una expresión de extraña fascinación. No
tuvo
más tiempo
para plantearse
preguntas sobre lo que estaba presenciando.
Su
grito rasgó un cielo que volvía paulatinamente
a estar estrellado,
dando paso a un desgarrado
alarido de dolor.
Mientras
la bestia
estrujaba con desprecio
un
corazón negro que no
tardó en ser extraído
como si de una fruta se tratase,
Aodren
comenzó a realizar ciertos movimientos con sus manos en
dirección a la enorme
bestia formando algo
similar a una cruz invertida en el aire.
Para cuando aquel oscuro y deshecho
fragmento tocaba
el suelo fundiendo al
instante la nieve a su
alrededor, el cuerpo del demonio comenzó a arder y a desintegrarse
violentamente dejando solo una pila de humeantes
y sucios huesos. Tampoco
reaccionó en esos últimos instantes, dejando tras de sí el
olor a carne quemada.
Ese
último hechizo solo
se podía
realizar si se cumplían
dos condiciones, un
objetivo enormemente debilitado que
permanece bajo la posesión del conjurador. Realizarlo le
consumió las pocas fuerzas que le quedaban,
dejándolo desfallecido.
La parte druídica y demoníaca que luchaban en su interior por
hacerse con el control comenzaban a abandonarle a
través de la misma puerta por la que habían entrado en él, una
puerta
que ahora una vez
abierta le mostraba nuevas visiones, pero que jamás
volvería a cerrarse.
Su
parte humana volvía, y con ello las mismas
heridas, pero
empeoradas,
y un estado mental severamente afectado. Su sangre roja emanó
de nuevo, empapando
el manto
blanco de su
alrededor esta vez más rápido que antes de consumar la segunda
conjuración,
poco
después de pedirles a
los demás que se fueran.
La
realidad sobre los hechos que habían llevado a lo ocurrido esa noche volvió
poco a poco a su memoria. Su
obsesión por estudiar, capturar y doblegar a un ángel negro para
obtener más conocimiento de ellos le llevó a urdir un plan. Ni
siquiera sabía si su existencia era cierta más allá de lecturas de
viejos y olvidados libros de dudoso origen, de los que lo único que
había sacado en claro era que supuestamente vigilaban las grandes
perturbaciones en los tejidos de múltiples realidades y aparecían en la fuente de estas con pretensiones desconocidas. Pensó atraerles realizando una invocación de cierto poder, trayendo a un hombre bestia, sin preveer la posibilidad de perder su control en tan corto espacio de tiempo.
Necesitó
seguirle el rastro al demonio cuanto
antes y para ello contó
con la ayuda de Ceneo haciéndole creer que iban tras un contrato sin
demasiada importancia pero bien recompensado, otro monstruo a cazar
como otros tantos que ya habían perseguido. Por otra parte contrató
a un practicante de
artes nigrománticas
para que creara un cebo adecuado que pudiera atraer,
desgastar y debilitar al
demonio, así podría
recobrar su control y al
mismo tiempo evitaría que vagara más lejos causando horribles actos
a su paso.
Pero
no importa lo previsto y
detallado de una planificación o cada una de las situaciones que
mentalmente se puedan recrear acerca de lo posible que pueda ocurrir.
Todo puede torcerse a un
nivel inimaginable sin
verse venir en cualquier momento,
en cualquier instante.
Ceneo
avisó a Gwenn para que les acompañara sin él saberlo, apareciendo
en la taberna casi a
última hora. Por otra
parte, algún grupo del
mismo pueblo, cazarecompensas
o conspiradores de poca
monta que viajan constantemente
en busca de víctimas verían
en el brujo
una oportunidad única. De alguna forma se las apañaron para
dejarlos sin sus armas principales, verter alguna clase de veneno
debilitador en la comida o bebida, y ser ayudados por la pieza clave
de aquella confabulación, el traicionero nigromante. Él se
encargaría de rematarlos en el bosque procurándose alguna
recompensa mayor y quién sabe si usar sus cuerpos para oscuros
fines.
Cuando
Aodren empezó a darse cuenta de que nada iba como debería ya era
demasiado tarde, su única opción para arreglar aquel desastre era
un sacrificio que le llevaría al borde de una posible muerte segura,
un camino de no retorno, una
segunda invocación
mucho más peligrosa
al necesitar usar
su propio cuerpo como canal.
Era
consciente de que otra
invocación
en un espacio de tiempo tan corto de diferencia después
de realizar una abriría
más aún la puerta que lleva a otros planos. Con ello, la
entidad que persigue poseerlo estaría más que al acecho y tendría una mejor
oportunidad. Por su mente pasó la idea de acabar consigo mismo si notaba perder demasiado el control. No había otra salida.
¿Cómo
se podían haber torcido tanto las cosas?, se preguntó, ¿cómo pudo
acabar aquello así?, arriesgar cosas
tan importantes, poner
en juego cosas por las que luchaba, todo aquello en lo que amaba,
¿hasta qué punto era dueño de sus propias decisiones?
Se
atormentó por el recuerdo, que ahora le llegaba en forma de flashes y a
modo de consecuencia por haber retomado el control de una criatura tan
despiadada que había estado desatada, de ver y sentir todo el dolor derramado por ésta en el momento que había masacrado a una familia en una casa de campo al
otro lado del bosque. Fue cayendo paulatinamente en un estado de
inconsciencia. Antes de cerrar los ojos pensó que quizá, los que le
vigilan, tienen razón, y deben acabar con él cuanto antes.
La
luna negra comenzaba a desvanecerse disminuyendo su tamaño, la misma
luna cuya aparición anunció la cacería que lleva su nombre y
que no acabó bien para aquellos misteriosos seres alados. El manto
de silencio antinatural que oprimía aquel entorno, a excepción de todo sonido nacido del dolor, el miedo o el
sufrimiento, se diluía, dejando salir a flote el habitual soplar
del viento y algunos animales nocturnos en la distancia, junto a pisadas en la nieve no muy lejos de allí.
Eran las pisadas de Gwenn
y Ceneo, bastante recuperados en apariencia, que cargaban con Erathia por
ambos lados ayudándola a caminar. Los tres portaban rostros
cansados, y desencajados, pues habían presenciado desde una distancia
prudente los últimos instantes de lo que había sucedido en aquella
planicie.
Se
acercaban hacia el moribundo cuerpo, ya todo había terminado. Aunque la cuestión que flotaba en el
ambiente era quién de ellos estaría dispuesto a ayudarle, o
considerarlo como algo demasiado peligroso y fuera de control a lo que se le
necesitaba poner fin allí mismo.
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