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Crónicas de Aodren: La Torre del Silencio

El sonido del trote del caballo unido al de los cascos pisando hierbas algo secas junto a pequeñas piedras diseminadas por el camino le calmaban, por fin tenía un instante de descanso mientras el amanecer se abría paso suavemente entre las hojas de los árboles desde el lado izquierdo de la ruta.


La lluvia hacía rato que había cesado, y diminutos y hermosos destellos de luz salían de entre las ramas debido al reflejo de gotas de agua que, perezosas, aún se resistían a emprender el viaje hacia la húmeda tierra. El fresco aire y el olor a campo siendo alimentado por el líquido de la vida impregnaba sus pulmones y sus sentidos, cerrando los ojos durante unos instantes y dejándose llevar por un estado meditativo de cierta paz. Un tiempo en el que su mente alcanzó de forma intermitente pensamientos en blanco que eran interrumpidos por diversas cavilaciones que ascendían a su consciencia como troncos imposibles de hundir en mar abierto.

Todo pasó de forma paulatina a un segundo plano en cuanto una algarabía fue apoderándose del ambiente. Abrió los ojos y contempló con lucidez a lo lejos un grupo de personas, campesinos a juzgar por sus indumentarias, que parecían festejar algo en un amplio descampado vallado y de amarillenta hierba que les llegaba algo por debajo de las rodillas. En derredor se levantaban un grupo de casas de campo de humilde construcción, y más allá, al fondo y no demasiado separada de la última de ellas, una colina arropada por verdes y pequeñas hierbas.



No le cabía duda, había llegado a su destino, aquel era el lugar que había contemplado su hermana. Sin embargo su visión de clarividencia debió ser de otro tiempo, porque sobre aquella pequeña montaña, que no estaba desnuda, ascendía hacia el cielo una torre de piedra con paredes marcadas por la inclemencia del tiempo desde que generaciones pasadas de los allí presentes ni siquiera hubieran nacido.

Continuó por el camino sin cambiar su marcha hasta sobrepasar el jolgorio, pasando prácticamente desapercibido y adentrándose luego en las desiertas y empedradas calles. El pueblo entero parecía encontrarse reunido allí al no toparse con nadie más, cosa que cambió al pasar justo por la última casa que daba de cara a la elevación del terreno. Sentada junto a su puerta entreabierta se encontraba una mujer de mediana edad cabizbaja de negro y rizado cabello que parecía sollozar amargamente.

La muchacha advirtió el trote del caballo cuando ya el noble animal estuvo casi a su altura, e intentó ocultar con poco éxito su desdicha mientras se levantaba rápidamente para acercarse a saludar al extraño viajero. Su pelo era precioso, largo, y unos ojos de color claro miraron con curiosidad al forastero.

—Buenos días, señor, ¿qué le trae por nuestro humilde pueblo?
—Buenos días —respondió tras una reverencia inclinándose ligeramente desde el caballo con su mano derecha en el pecho—, mi nombre es Aodren —señaló a continuación con la misma mano hacia la colina—, ¿podríais decirme si vive alguien en esa torre?

La mujer tardó unos instantes intentando digerir una pregunta inesperada.

—Sí, la dama protectora vive en ella, ¿por qué lo preguntáis?
—¿La dama protectora?
—Así es.
—¿A quién y de qué protege, si no es demasiada intromisión?
—A nosotros, al pueblo —una lágrima se deslizó por su mejilla izquierda mientras casi al mismo tiempo bajaba su mirada al suelo, dejando caer sus cabellos frente a su rostro—. Nos protege de cosas peores que la muerte, son tiempos difíciles. Discúlpeme, debo marchar ya.
—¿Se encuentra bien?
—Adiós.

La joven se dio la vuelta en dirección a la que parecía su casa. Terminó de cerrar la puerta desde fuera y continuó sus pasos perdiéndose de vista al entrar en una de las calles contiguas con una terrible amargura que ya no se molestaba en ocultar. El brujo, extrañado por la situación, pensó que quizá iría a reunirse con el resto de la gente. Volviendo sus ojos hacia la colina puso rumbo hacia ella.

En cuanto comenzó a ascender por un pequeño y desgastado empedrado que conectaba la última calle con el empinado camino el sol fue quedando detrás de la torre sumiéndolo paulatinamente en una gran sombra proyectada cuesta abajo, momento en el que advirtió que la imagen que transmitía ahora en la penumbra era completamente diferente a la contemplada con la luz incidiendo en sus paredes de piedra. Ahora parecía un enclave amenazante, poseedor de oscuras intenciones, oscuros secretos y quizá, también, oscuros habitantes. Una enorme cabeza de hombre astado construída aparentemente del mismo material que el resto de la edificación le aguardaba justo en la parte superior de la entrada que carecía de puerta alguna.


Algo meditativo, el hechicero la contempló mientras se acercaba intentando dilucidar el origen de su representación. Estando ya casi justo debajo de la efigie se percató de algo que le sacó de su pequeño trance, diversas sombras comenzaron a moverse sobre la superficie del pétreo rostro, como si un cúmulo de sombras de nubes pasaran frente a él a toda velocidad sin dejarse ver en el resto de las paredes. Sintió un fuerte mareo. Detuvo la marcha de su montura y observó a su alrededor en busca de respuestas a lo que estaba presenciando, percatándose con ello de algo mucho más desconcertante. Se había hecho de noche, algo completamente imposible al menos de forma natural. Pocos metros más allá de la torre todo era oscuro, negro, el pueblo había desaparecido y el cielo estaba salpicado de unas extrañas estrellas que palpitaban con vida propia cambiando de tamaño constantemente.

Con un ágil salto bajó del caballo y presto desenfundó su espada mientras con su otra mano estaba ya dispuesto a realizar un conjuro, pero al abrir su boca ninguna palabra salió de ella. Lo intentó una vez más sin éxito alguno, confirmando que se había quedado completamente sin capacidad de habla. Al poco instante después una voz femenina retumbó en su mente.

—Entra, Aodren.

No le pareció un tono de voz amenazante, sin embargo habría pensado mejor la opción de continuar adelante de no haber sido por el temor a verse atrapado en aquella extraña negrura que lo envolvía todo si volvía sobre sus pasos colina abajo. Al fin y al cabo, para eso había ido hasta allí.

Teniendo en cuenta que esa entidad conocía su nombre, el cual muy probablemente no sería el único detalle sobre su persona en su conocimiento, y que estaba muy mermado en cuanto a recursos arcanos se refería, no le quedó más remedio que optar por una postura más diplomática enfundando el arma. Después de haber observado el tipo de bienvenida quedaba muy claro que su espada y sus habilidades de espadachín no le serían de mucha utilidad.

Una docena de pasos más tarde se encontró atravesando un estrecho pasillo iluminado por pequeños candelabros, con las paredes a ambos lados decoradas por cuadros pintados al oleo separados unos metros unos de otros sobre un estampado rojo y finos hilos dorados de cuidado diseño, que al reflejar las luces de las velas parecían como si desprendieran pequeñas chispas de fuego. Se detuvo por algunos instantes para observar algunas de aquellas creaciones artísticas, las cuales denotaban haber sido creadas por alguien con una habilidad muy notable.

Las escenas que aparecían entre aquellos marcos dorados eran cotidianas; el paseo de una pareja cerca de un lago, un grupo de personas charlando en un puesto de mercado, un baile dentro de una lujosa sala, figuras contemplativas en la parte superior de un castillo... Todas ellas eran diferentes entre sí salvo por un detalle que no le pasó desapercibido al hechicero, una de las figuras se repetía y estaba siempre presente en cada una de las obras. Con diferentes vestidos, posturas y situaciones, pero siempre aparecía. Una mujer joven y delgada de piel muy clara, finos y bellos rasgos acompañados de un cabello largo e intensamente rubio, casi blanco.

El pasillo, que parecía interminable, acabó desembocando en una amplia y enorme sala muy pobremente iluminada. Era curioso, pues las proporciones observadas no le encajaban, no era lógico al no haber espacio posible dentro de aquella torre para lo que estaba viendo, ni siquiera para el pasillo que acababa de atravesar. Algo confuso comenzó a mirar a su alrededor buscando detalles entre las sombras, llevándose la desconcertante visión de que el pasillo por el que había entrado había desaparecido completamente. En su lugar solo se alzaba una pared calcada a las del resto que conformaban aquel habitáculo.

Volvió a girarse esta vez mucho más rápido y su mirada dio con una pequeña silla en el centro de la sala, diseñada de forma elegante con formas moldeadas en una madera aparentemente muy vieja y desgastada. Una silla que no estaba allí instantes antes, como tampoco lo estaba la figura que en ella estaba sentada dándole la espalda, una mujer de piel muy clara, rasgos finos y bellos, y un rubio cabello. La misma mujer que aparecía constantemente en cada uno de los cuadros. La figura femenina le miró por encima de su hombro derecho y habló, pero sin mover los labios ni articular palabra alguna, pues su voz resonó en la mente de Aodren.

—Al fin has venido, te veo algo tenso.

El brujo intentó usar su garganta pero le ocurrió lo mismo que instantes antes de entrar en aquel lugar, era incapaz de articular palabra alguna.

—Concéntrate y haz un pequeño esfuerzo, háblame con tu mente, transmíteme tus palabras con el pensamiento —le dijo la enigmática presencia.
—Como comprenderás —comunicó él por fin— no me siento cómodo ante alguien que no conozco pero que parece conocerme, en un lugar como este y después de anular por completo mi capacidad de conjuración —mintió—. ¿Eres tú quien llaman la dama protectora?, me pregunto de qué conoces mi nombre.
—Eres uno de los ocultistas más perseguidos, un hechicero errante de quien nadie sabe sus propósitos pero sí sus oscuras artes, y una difusa historia que cabalga entre la realidad y la leyenda. También conozco a Lizbeth, ¿no ha sido su visión la que te ha traído hasta aquí?
—¿Cómo puedes saber eso? —frunció el ceño.
—Yo también tengo mis habilidades, brujo.
—Me consta, no he hecho más que ver manipulaciones de la realidad al acercarme a esta torre.
—¿Qué te ha parecido? —sonrió ella—, una conjuración realmente poderosa y fascinante. Pero ese tipo de magia no me pertenece, si es lo que estás pensando. Ya estaba aquí cuando llegué, hace mucho tiempo.
—Explícate.
—Al llegar a estas tierras y descubrir este lugar hablé con los lugareños e indagué en viejos libros de una biblioteca que reside en una de estas salas —se levantó mirando hacia el hechicero y señaló hacia una de las paredes como si hubiera alguna puerta hacia más habitáculos, pero sin embargo solo se veían filas de grandes piedras unas encima de las otras, ninguna salida a la vista de forma aparente—. En ambas fuentes, especialmente en uno de los libros, di con la historia de un mago escrita supuestamente de su propio puño y letra. Tenía un poder inimaginable, había participado en batallas que ya se han olvidado y presenciado cosas que no se podrían describir en ninguna de las lenguas de este mundo. Llegó aquí durante un peregrinaje en busca de un lugar donde descansar y terminar sus días, pues estaba cansado de todo, cansado de vivir, de ver tanta muerte, consumido física y mentalmente por su uso de tanto poder durante tanto tiempo. Sin embargo aún le quedaba algo de viento arcano en sus venas, restos de poder que usó para ayudar a los que le consultasen junto a sus avanzados conocimientos de alquimia mientras se retiraba a esta torre para seguir estudiando los misterios de la propia existencia. Un día algo ocurrió que alteró aquella paz, detalles que no he conseguido encontrar ya que no se mencionan ni nadie los conoce con seguridad, hartándome de oír una historia diferente salir de cada boca. Lo que sí es seguro es que el pueblo entero se unió e intentó ingénuamente ir a por él, con rabia, furia, antorchas y orcas en sus manos. El arcanista, en lugar de hacerles frente, lanzó un conjuro sobre esta torre durante la misma noche que pretendían asediarla. Un conjuro que deformaría parcialmente el espacio y el tiempo para desorientar a todo aquel que se atreviera a entrar. Consiguió escapar, o al menos eso creo, puesto que se esfumó completamente al no ser encontrado ni vuelto a ver jamás. Pero su torre, junto con sus laberínticas perturbaciones, quedaron en pie. Con el paso del tiempo dichas disformidades fueron menguando sin desaparecer del todo.
—Una historia apasionante. Pero no veo dónde encajas tú en todo esto.
—Adopté esta torre como refugio. Soplan tiempos difíciles, y cosas peores que la muerte acechan en el umbral de la realidad, solo procuro ofrecer oportunidades de supervivencia a estas personas.
—Algo que tú debes de buscar también, ¿no es así? ¿De qué proteges a esta gente?, y no menos importante, ¿a qué precio?
—No estás siendo sincero conmigo, Aodren, conoces la visión de tu hermana, sabes que soy una niña de cristal.
—Eso no es posible.
—¿Tan seguro estás? Sabes que los niños de cristal nacemos con una sensibilidad más allá de límites conocidos, tanto que somos tratados como unos auténticos extraños entre el resto de las personas. Temidos, repudiados, apartados, abusados... Muchos de esos niños mueren, bien asesinados o buscando ellos mismos dicho destino. Unos pocos de esos que cruzan ese umbral vuelven, nadie sabe cómo ni por qué, ni siquiera ellos mismos, pero vuelven. Y lo hacen con ciertas habilidades, a veces para bien, a veces para mal.
—Responde a mis preguntas.
—No me pongas esa cara, ¿no te suena nada de lo que te digo? Tú también eres un niño de cristal, o al menos lo fuiste, eres un caso único ya que llegaste a desarrollar ciertas habilidades sin morir en el proceso. ¿O realmente lo hiciste cuando te rompieron el corazón largo tiempo atrás, antes de caer en esa historia de la maldición y la posesión?, ¿es que quizá, acaso, estás realmente muerto por dentro desde entonces? No es una muerte física como tal, pero quién sabe, tampoco son tan distintas.

Aodren volvió a tener en su mano la espada predispuesto a un desarrollo de los acontecimientos nada predecible. Empezaba a sentirse afectado mentalmente por todo lo que estaba escuchando, procuró mantener firme su cordura como mejor pudo.

Detrás de la mujer comenzaron a materializarse tres pequeñas mesas de metal algo oxidado, y sobre cada una de ellas pudo ver el cuerpo de un hombre. Dos de ellos estaban en un estado de descomposición muy avanzado, mientras que el cuerpo que se encontraba en la mesa central parecía muy joven y haber muerto mucho más recientemente. La mujer se fue acercando a la cabeza de éste lentamente, donde parte de su cráneo estaba abierto.

—A mi vuelta, despertándome como si de un sueño se tratase, traje conmigo habilidades similares a las de tu hermana Lizbeth. Sin embargo a diferencia de ella no las he desarrollado con la práctica y el estudio —se agachó en un movimiento lento y ejerció un fuerte mordisco en la cabeza del desafortunado, dejando ver trozos de masa encefálica entre sus dientes bordeados por espesas manchas de sangre cubriendo casi toda su boca, ocultando ahora la delicada palidez de su rostro al tiempo que sus ojos se inyectaban de sangre. Una diabólica expresión de satisfacción apareció en su semblante mientras volvió a mirar al brujo— sino con la mente de otros.


El brujo se sintió impactado por la escena durante unos instantes. Las facciones de aquel chico le resultaron familiares, el pelo negro y rizado, los ojos claros... Alzó la espada y movió sus pies adoptando una posición de combate.

—¿Qué es esto?, ¿una especie de sacrificio?, ¿es este el precio que les pides?
—¡Vamos! —gritó ella—, sabes muy bien que los también llamados hijos del cristal no somos malvados en esencia, son muchos de los nuestros los que se acaban uniendo a órdenes de caballería, sacerdocio, paladines... Pero otros volvemos de otra forma, Aodren, el mundo con su crueldad nos forja a la hora de volver, somos la justicia que alinea la balanza en este infierno de mundo. Al principio me ocupaba de ladrones, violadores, pero se ve que con el tiempo el miedo hizo que escaseara este tipo de escoria. Solo pido algunos cuerpos cada cierto tiempo, y ellos obtienen mi protección, sobrevivimos ambas partes.
—¡¿Protección contra qué?!

Una sonora carcajada femenina hizo tambalear su mente.

—¡De mí! —respondió ella—, ¡les ofrezco una oportunidad de no ver todas sus miserables vidas sesgadas y sus patéticos hogares reducidos a cenizas por mis propias manos! Abraza tu destino de una vez, es tu hora, si aún no has muerto yo puedo ayudarte con ello. Quién sabe de lo que serás capaz al volver, si vuelves...

Volvió a captarse una carcajada y la mujer avanzó lentamente convirtiéndose casi en una aparición translúcida y fantasmal.

—¿Por qué no recordamos nada de dónde hemos estado al volver, Aodren?, ¿a dónde va nuestra consciencia tras la muerte, al igual que cada noche acudimos a dormir abrazando el sueño? Cada noche morimos para nacer de nuevo al día siguiente, y nada más nacer ya comenzamos de nuevo a morir. Es el conocimiento de lo que hay entre un estado y el otro lo que en realidad me obsesiona, intento desentrañar esos misterios experimentando con estos sacrificios...

Se abalanzó hacia él rápidamente al terminar sus delirios. Aodren tuvo tiempo de realizar un pequeño conjuro de protección para que no entrara más en su mente, pues desconocía de lo que sería capaz en combate sabiendo que su espada no le serviría de mucho. Unos dedos en forma de garras casi transparentes buscaron su cuello, ataques que esquivó con cierta agilidad para luego emitir varios tajos que deberían haber cortado las manos agresoras, pero solo atravesaron el aire.

—Sé lo que pretendes —dijo él dando unos saltos hacia atrás intentando obtener cierto tiempo y aliento—, con mi muerte quien tendría más posibilidades de volver sería el demonio que me posee parcialmente. Es a él a quien pretendes traer, ¿crees en serio que él te daría las respuestas?

La mujer se volvió más furiosa y con una tremenda velocidad cual espectro de los muertos se abalanzó con intención de dar por finalizado el encuentro. Un intenso chillido de furia salió de su boca rompiendo en ese instante la comunicación telepática con su adversario, y justo en ese momento una intensa explosión de luz azulada salió de su cabeza al tiempo que se arrodillaba entre gemidos de dolor.

—¡Lizbeth! —gritó—, mi rotura del silencio me ha expuesto, me ataca, pero alguien más está con ella, ¡no es posible...!

Su cuerpo comenzó a perder su aura fantasmal, pareció volver a materializarse en carne y hueso. Aodren alzó de nuevo la espada dispuesto a una última estocada.

—Los cuadros que viste —mencionó ella mientras le miraba directamente a los ojos—, los pinté intentando plasmar recuerdos que nunca he tenido, recuerdos de una vida normal que nunca me dejaron tener. Las personas no cambiarán jamás, atacarán siempre a todo aquel que sea diferente. En realidad me das lástima, Aodren, atrapado entre tu deseo de hacer el bien y tu interior completamente hecho pedazos sumido en gran parte de oscuridad. Solo pretendía liberarte, ahora que la Luna Negra se acerca.
—Yo también pretendo liberarte —respondió él.

No quiso hacer más preguntas. La espada apenas fue vista, emitió un tajo dejando atrás una ráfaga de aire cortante casi tanto como la propia hoja. La cabeza de bello rostro y cabellos dignos de un amanecer rodó por el suelo. Dos lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Y en las de él también.

Se volteó al instante buscando salir de allí cuanto antes y el pasillo por el que había entrado volvía a estar en el mismo lugar. Lo atravesó a toda prisa, sin percatarse de que los cuadros ya no estaban allí.

Cabalgó raudo como el viento bajo el atardecer con un cielo que había vuelto a la normalidad nada más salir, se sentía destrozado y solo deseaba consultar y reencontrarse con su hermana antes de partir a reunirse con Gwenn y Ceneo. Necesitaba recuperarse de lo ocurrido.

Sin embargo aún le quedaría una visión que le hundiría más aún antes de salir del pueblo. Una figura que parecía colgar del primer árbol nada más pasar la última casa para incorporarse al camino de vuelta. Una mujer permanecía ahorcada allí, mecida suavemente por el viento.

La misma mujer de ojos claros y rizado cabello que había conocido al poco de llegar.

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