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Crónicas de Aodren: Cacería de la Luna Negra (II)

Las anaranjadas luminarias ofrecían con su danza cierta calidez tanto física como emocional, extendiendo la falsa ilusión alrededor del pequeño grupo de casas de la existencia de cierta protección ante las sombras que caminan en la noche. La misma falsa ilusión con la que los niños se arroparon bajo las sábanas en sus camas, la misma con la que padres y madres comprobaron puertas y ventanas antes de dormir.


Todos acabaron durmiendo tranquilos siendo visitados por agradables sueños. Todos excepto los que se encontraban en un destartalado edificio cuyas luces permanecieron encendidas, donde extrañas y desconocidas voces conspiraban a través de rostros encapuchados entre mesas sucias y marcadas de restos de comida y bebida. 

No fueron las antorchas, ni las sábanas, ni las puertas ni ventanas las que se interpusieron ante el horror indescriptible. En el interior del no muy lejano bosque, tras densas capas de una niebla sobrenatural, tres figuras arrodilladas en la fría nieve luchaban por mantener la cordura.



—Esta pestilencia, apenas puedo respirar —el dulce rostro de Gwenn se retorció en una mezcla de terror y desesperación, expresión que pasó desapercibida al cubrirla su castaño cabello— , ¡no vamos a salir de aquí!
—Es muy probable, pero no pienso morir aquí de rodillas —habló Ceneo mientras intentó torpemente apoyarse con su mano izquierda en la empuñadura de la enorme espada que yació en el suelo instantes antes—. Aunque he de reconocer que caer ante semejante aberración no es forma de acabar los días de un guerrero.

Entre ellos se encontraba el hechicero, cabizbajo y aparentemente más debilitado. Hecho que acabó siendo confirmado por una enorme mancha de sangre que había ido creciendo sin descanso bajo su mano izquierda, como una pequeña marea roja derramada sin control. Sus compañeros contemplaron la escena y la respuesta no se hizo esperar.

—¡Eh!, ¿qué ocurre...?

Ceneo adelantó su brazo para sujetar el hombro de su viejo amigo y observar mejor lo que estaba sucediendo, pero justo antes de tocarle se vio sorprendido al verse sujetado por él en un movimiento rápido y brusco con una fuerza inusitada, menos aún por alguien que supuestamente estaba en sus últimas fuerzas. 

—Largaos, largaos de aquí cuanto antes —habló Aodren mientras lo miraba fijamente para luego soltar su brazo instantes después. Lo sujetó con tanta fuerza que una ligera marca apareció en la muñeca del guerrero.

Ceneo habría vacilado, habría creído que el brujo había perdido la cabeza de no ser por el escalofrío que le recorrió la espalda al contemplar un brillo rojizo en la profundidad de sus ojos que comenzaba a nacer, un brillo que le resultaba familiar. La última vez que lo había contemplado, largo tiempo atrás, llevó a la desaparición del ocultista durante días para luego descubrirse extrañas mutilaciones (en vano investigadas) cerca de unas guaridas de supuestos bandidos que aterrorizaban la zona.

Aodren intentó incorporarse un poco mientras con su mano izquierda apartaba parte del reguero de sangre que empapaba la nieve, dejando entrever bajo ella un extraño pentagrama escrito en la blanca superficie y un profundo corte en su antebrazo. Una nube de preguntas bombardeó la mente de Ceneo, ¿se hizo él mismo el corte?, ¿y el símbolo?, ¿tanto tiempo había pasado?, quizá entre el terror y el estado de shock del momento él tuvo la suficiente sangre fría para recomponerse y haber puesto algo en marcha mientras los demás apenas luchaban por reaccionar.

De repente no supo qué le empezó a causar más temor, si la horrible y deforme criatura que ya estaba practicamente encima de ellos o el propio hechicero.

—¡Largaos ya! —el grito de Aodren interrumpió sus cabilaciones mentales trayéndole de nuevo al presente. Su voz fue extraña, diferente, sembró dudas en los presentes de si era él quien hablaba realmente, pero allí era obvio que no había nadie más. O eso creyeron.

Un fuerte brazo sujetó a la estupefacta Gwenn, sobresaltándola, y empezó a arrastrarla hacia atrás empujándola a correr.

—¡Vámonos, ya!
—¡Eh!, ¿qué está ocurriendo?, ¡suéltame, bruto! —tras unos pasos forzados consiguió zafarse del fornido brazo e intentó volver, pero Ceneo reaccionó rápido lanzando su espada no con poca dificultad haciendo que la empuñadura golpeara uno de sus pies, haciéndola perder el equilibrio y caer. Llegó hasta ella sujetándola y levantándola de nuevo. La muchacha lo encaró.
—¡Qué cojones te pasa!, ¡no pienso dejarle!
—¡Mírale! —gritó mientras recuperaba el mandoble ajustándoselo en la espalda y al mismo tiempo señalando a Aodren con su otra mano, quien con la mirada perdida parecía hablar en voz alta en un idioma ininteligible—, ¡está intentando traer a algo, y cuando ese algo esté aquí más nos valdrá estar muy lejos!
—¿Qué estupideces estás diciendo? ¡Apenas puede mantenerse en pie!, no debe de tener fuerzas para realizar invocación alguna —su rostro se torció—. A menos que...
—¡Exacto! A no ser que use su propio cuerpo como canal y portal de invocación. No sé demasiado sobre su magia, créeme, pero sí lo suficiente.

Echaron a correr no sin arrepentimiento y sentimiento de culpa. Especialmente por parte de ella, con humedecidos ojos, buscando un camino entre los árboles que poder seguir para mantenerse a salvo durante un tiempo, sin tratar de evitar los molestos rasguños que las ramas secas les causaban en las extremidades. ¿Pero mantenerse a salvo de qué?, ¿por cuánto tiempo?, ¿qué le ocurriría a Aodren?

Avanzaron durante un tiempo que les fue difícil calcular, asediados por el frío que penetraba en sus huesos y la densa niebla, acompañados únicamente por el crujir de sus pisadas sobre piedras y ramas secas. Unos inhumanos alaridos se dejaron escuchar lejos a sus espaldas helando la poca sangre caliente que les quedaba. Siguieron adelante, siguieron con tal de no cruzarse con lo que quiera que fuera habían dejado atrás.

Con la mente algo nublada, Ceneo percibió como su visión se tornaba borrosa y sus músculos apenas le respondían. Gwenn era quien casi le arrastraba a él ahora, desde que instantes antes hubieran hecho una pequeña parada para romperse ella parte de sus ropajes y vendarle la herida de la mano al guerrero.

—Tenemos que continuar, tenemos que avisar a los demás. No debe de faltar mucho —le susurró ella en vano, sabiendo ambos que era imposible saber hasta qué punto quedaba aún camino por delante, ni siquiera si era la dirección correcta.
—Hazme un favor —respondió él mientras sonreía ligeramente, casi con ternura, observando su mano delicadamente vendada y luego cruzando sus ojos con los de ella—, déjame aquí y sigue tú adelante. Los demás necesitan saber lo que está ocurriendo, lo que hemos visto. Ya me las apañaré —apretó su puño con grandes dificultades, como si quisiera comprobar la fuerza de su mano herida haciendo crujir ligeramente las tiras de cuero con ello. Gwenn suspiró fuertemente después de observar lo mismo.
—Mejor hazme tú un favor a mí, ¿vale?, cállate.

Cierto viento no tardó en empezar a aullar ligeramente, acompañando sus cada vez más esforzados pasos, al crujir de ramas y hojas muertas, cosas que eran lo único que veían cabizbajos mientras avanzaban haciéndoles preguntarse a sí mismos si no estarían ellos igual de muertos en muy poco tiempo.

Poco menos de una docena de lastimeros pasos después, que hicieron gala de un estado físico más que lamentable, un estridente y ensordecedor ruido rasgó de repente el aire proveniendo aparentemente del mismísimo cielo, como si una de las trompetas del apocalipsis se tratase. Alzaron a la misma vez la mirada al firmamento y contemplaron con asombro una brecha abrirse entre unas nubes que no recordaron haber visto antes. 

Desde dicha abertura unos extraños rayos de luz no demasiado brillantes dejaron entrever a cuatro figuras oscuras que se precipitaron rápidamente hacia ellos desde lo lejos, camuflándose por momentos durante el descenso con la oscuridad de la noche.  En esos instantes en los que les perdían la pista visualmente sus corazones se encogían aún más, haciendo más perturbadora si cabe la experiencia que estaban presenciando.

Tras unos segundos que parecieron eternos, las figuras se fueron materializando frente a ellos. Si no los hubieran visto comenzar el descenso habrían jurado que salieron de la nada. Se acercaron lo suficiente para ser contemplados con cierto detalle mientras la niebla que poblaba el bosque se disipaba lentamente a su alrededor. 

Dos hombres y una mujer, de rasgos finos, piel pálida y oscuros cabellos, portadores de extrañas armaduras del mismo color aparentemente hechas de cuero, se pararon ante los extenuados mostrando un aura de extraña oscuridad latente en derredor. Salían un par de alas a sus espaldas, visión que habría delatado su identidad como supuestos ángeles de no ser por que éstas estaban formadas por plumas negras, así como un terrorífico detalle que no pasó desapercibido al tenerlos justo delante que les terminó por congelar el mismísimo corazón. Sus ojos eran completamente negros. 


¿Acaso habían perdido la cordura y estaban contemplando una ilusión?, ¿o ya estaban muertos y venían a buscar sus almas para llevarlas al purgatorio? Las preguntas visitaron sus mentes mientras uno de ellos, el más alto, no tardó en adelantarse y hablar pausada pero enérgicamente.

—¿Dónde está?

 La reacción tardó en llegar. Gwenn estaba desencajada, Ceneo tomó cierta iniciativa.

—¿Quién?
—Aodren —dejó ver una fría sonrisa que bien rivalizaría con el más duro día del invierno—, ¿dónde está?
—¿Quiénes sois? —irrumpió Gwenn repentimanente en un alarde de valentía.
—Quiénes somos no os incumbe —no desvió la mirada al responder. Su lenguaje corporal parecía algo mecánico, extraño, la voz no transmitía sentimiento o emoción alguna—. ¿Dónde está?
—No sabemos de quién nos estás hablando —mencionó el guerrero.

Aquel ángel, demonio, o lo que quiera que fuese pareció oler la mentira antes de que saliera por su boca. Se lanzó a por Ceneo apuntando a su pecho la punta de una enorme alabarda. El tiempo pareció detenerse en unos segundos de muerte inminente.

El sonido de un cuerpo cayendo con fuerza a la nieve, un fuerte choque entre aceros. Justo a continuación un resplandor cegador que les hizo entrecerrar los ojos a los presentes. Un estridente estallido de brillante y cálida luz cubrió lo que debió ser un pecho atravesado. Ceneo se observó atónito, sin un rasguño, mientras Gwenn permaneció algo aturdida en el suelo. El guerrero se había adelantado a la intención de la muchacha de interponerse entre él y el ataque y la había tumbado de un seco golpe en medio del salto evitando que fuera ella la ensartada.

Frente a él se mostró un enorme escudo pavés mientras se iba desvaneciendo el resplandor inicial, dejando cierta luminiscencia que permaneció remanente cerca de ellos. Sujetándolo, una mujer de cabellos rubios enfundada en una armadura pesada del mismo color que los ropajes de los extraños asaltantes. Su expresión dejaba ver cierta extenuación junto a un pequeño hilo de sangre que bajaba por su nariz. Pequeños surcos de tierra y nieve nacían bajo sus escarpes, testigos que daban fe de haberse sometido a una fuerza formidable.

—¡Erathia! —gritó Gwenn sorprendida ya de vuelta en sí misma. ¿De dónde había salido, habría venido con ellos?, se preguntaba.

El ángel oscuro señaló a la mujer de cabellos dorados.

—¿Qué crees que haces?, este no se suponía que era tu deber. Fallas en entregarnos al brujo, y fallas ahora en tu prueba final. Tu condena será servida.

Gwenn y Ceneo se miraron durante un momento sin dar crédito, ¿trabajaba Erathia con aquellas entidades?, ¿desde cuándo? El que parecía liderar aquella incursión sobrenatural hizo un gesto al que estaba a su derecha, algo más fornido y de menor estatura, quien extendió al instante sus alas alzándose en vuelo a una altura considerable y partiendo luego hacia el frente.

—¡Adelántate y búscale, encuéntralo! —le gritó.

La mujer que compartía el aura oscura, portadora de una media melena y permaneciendo algo por detrás se adelantó hasta ponerse a su lado mientras desenvainaba una espada corta con su mano derecha y un mangual del mismo tamaño con la contraria.

—Ella me está bloqueando, no puedo acceder a sus mentes —susurró.
—Bien.

No se equivocó, el aura de luminosidad que resplandecía cerca de Erathia había estado haciendo algo más que proporcionar cierto aliento de curación a los que se encontraban dentro. Ceneo sintió curarse y recobrar sus fuerzas, y Gwenn también. La paladina renegada miró a ambos.

—Ocurra lo que ocurra no os salgáis de mi aura —dijo mientras adoptaba una postura de combate, desenvainando una espada larga de trabajada empuñadura.

No hicieron preguntas, el guerrero preparó su mandoble señalando con él al nocturno firmamento mientras la muchacha de castaño cabello desenvainó dos pequeñas dagas desde cada lado de su cintura, no sin antes dejar caer su arco para liberar algo de peso siendo consciente de que sería completamente inútil a tan corta distancia.

Los asaltantes emitieron una especie de aullido retorciendo sus rostros y abriendo ojos y bocas en proporciones inhumanas, infundiendo una ola de terror en sus contendientes a la misma vez que forjaron desde sus alas una ola de oscuridad que hizo desaparecer todo el escenario natural que los rodeaba, reduciendo  y presionando el aura de luz de la cruzada como una pequeña vela que lucha por mantener su aliento contra el viento durante la noche en la cima de una montaña. Y cargaron, cargaron contra ellos.

La punta de la alabarda buscó a Erathia, particularmente su corazón, dejando en su recorrido un destello plateado en la oscuridad como si de un relámpago en una noche sin luna ni estrellas se tratase. El escudo interceptó sin descanso cada uno de los golpes hasta que un giro inesperado sobre sí mismo del portador de la alabarda le permitió atacar su pierna izquierda con la parte lateral del arma en forma de hacha. El fuerte golpe contra las placas de la armadura no pudo ser absorvido y la guerrera emitió un grito de dolor, desequilibrándose al mismo tiempo a punto de caer de rodillas.

La oscura acompañante apareció desde la espalda del ángel negro realizando un salto en vuelo con sus alas extendidas y la hoja de su espada hacia abajo, lista para seccionar el cuello ahora mostrado entre los rubios cabellos. Bajó a una velocidad vertiginosa, y un fuerte golpe entre aceros interrumpió lo que debió ser una limpia perforación en la base del cráneo. Ceneo interpuso su mandoble y desvió el golpe desde el lado derecho, mientras Gwenn ya corría por el lado contrario dispuesta a ensartar sus dagas a la altura de las costillas de la agresora, si es que tenía carne y huesos bajo aquel ropaje de cuero.

El acompañante de su objetivo volteó ligeramente golpeando a la joven combatiente en el estómago con la parte trasera de la pértiga de su arma, la cual estaba decorada con una fina punta de acero que le causó un agudo pinchazo empujándola por el impacto fuera del aura de protección.

Erathia fue consciente de que estaba enormemente inutilizada, apenas podía moverse y su pierna tardaría demasiado en recuperarse, pues la naturaleza de su magia reside en ofrecer aliento y curación a los demás más que a sí misma. Dicha situación no evitó que cargara un destello desde su escudo, casi tan potente como el primero, al mismo tiempo que gritaba a Ceneo.

—¡Tráela dentro del aura, tiene que volver a entrar!

El alabardero quedó por unos instantes aturdido pero no corrió la misma suerte su compañera, que dispuso de un valioso tiempo para cubrirse parcialmente con una de sus negras alas mientras daba un pequeño salto hacia atrás. Contó con la temporal cobertura para dirigir su mirada a Gwenn y entrar en un pequeño trance. La joven desde el suelo comenzó a aullar de terror mientras su cuerpo intentaba adoptar una posición fetal, cubriéndose el rostro con las manos, dando fe de que aquello que estuviese viendo y sintiendo parecía escapar a la imaginación y comprensión humana.

Ceneo rugió como un animal salvaje, cargó hacia delante derribando al aturdido y alto enemigo que tenía enfrente al mismo tiempo que sentía una punzada de dolor en su no del todo recuperada mano, eliminando con ello la temporal cobertura de la endemoniada. Erathia no tardó en ver la oportunidad y lanzó su espada cargada de luz en dirección a su negro pecho, con la mala fortuna de no afinar lo suficiente al encontrarse debilitada y solo conseguir arañar uno de sus brazos. El ataque bastó sin embargo para interrumpir por un breve instante su trance, y Ceneo ya se había incorporado dispuesto a cercenar su cabeza con el pesado mandoble.

Subestimó el tiempo de reacción de su contrincante. La que parecía ser emisaria de la mismísima muerte realizó un contraataque con su mangual, enganchando la hoja de la espada y lanzándola al suelo de un fuerte tirón. Con su otro brazo emitió un tajo con la espada corta rajándole el pecho. Supo que el golpe no sería mortal, así que encadenó al instante su próxima estocada, punzante, directa para atravesar la carne. Ceneo predijo el remate esquivando a tiempo con un desvío rápido hacia a un lado, para luego aprovechar que ella se había acercado tanto al disponer de menor rango con sus armas para cargar con su codo derecho hacia la barbilla del blanquecino y huesudo rostro que tenía ahora a una distancia más que accesible.

La intención de buscar el noqueo tuvo éxito, tras un sonoro crujido una sensación efímera de alivio le visitó al confirmar que ese cuerpo estaba formado por carne y hueso, observando cómo caía hacia atrás con una aparente pérdida de conocimiento con un brusco movimiento en sentido contrario de la media melena negra. En todo ese momento Erathia se había ido arrastrando, dejando un camino de sangre a su paso y cojeando horriblemente apoyándose en su propio escudo para llegar con su aura hasta Gwenn, quien había dejado de sufrir desde que se interrumpió el trance de la mujer que la atormentaba. Sin embargo no abandonaba el estado de shock, permaneciendo inmóvil y con los ojos enormemente abiertos como si de un estado vegetativo se tratase.

—¡Ceneo! —gritó Erathia.

El que había sido cegado ya se había reincorporado y analizado la situación en apenas un instante, cargando hacia la espalda del guerrero pensando que era el objetivo más amenazante. Ceneo se giró para mirar. Erathia giró sobre sí misma llevando su resistencia más allá del límite para intentar realizar un fuerte lanzamiento de su escudo. Y lo hizo, justo antes de desplomarse sin conocimiento sobre la nieve como un saco cargado de piedras, como una pesada carcasa completamente hueca.

El ángel oscuro volvió a realizar un giro similar al que realizó con éxito contra la cruzada y ejecutó un fuerte golpe en el viento que acabó desviando la trayectoria del escudo cargado de luz, impactando éste en el suelo no demasiado lejos, levantando con ello una enorme cantidad de nieve que reflejó parcialmente el cálido brillo que emitía haciendo presentes las siluetas de todos los presentes a través de la negrura. Era tal la oscuridad reinante que de no ser por la luminiscencia que nacía de sus símbolos grabados en la superficie de acero, no hubiera sido posible encontrarlo. Ceneo ya hubo comenzado a correr hacia su espada y aunque llevaba la cadena del mangual aún enrrollada cargó con la punta hacia la oscura figura con cierta dificultad.

Le pareció escuchar una  tremenda ráfaga de viento cortante a la altura de su cuello y se lanzó hacia delante dando una pequeña vuelta en el suelo, sintiendo como si la hoja de una enorme hacha le sobrevolase. Fue una de las alas del endemoniado, un desesperado intento de defensa amparado en la oscuridad que bien le habría decapitado sin esfuerzo alguno si hubiera acertado. La punta de la espada fue directa a la rodillla derecha que se encontraba ligeramente adelantada por el giro, haciéndole caer levemente al perder su punto de apoyo. Justo en la caída una nueva estocada esta vez dirigida al cuello. Movimientos rápidos, movimientos limpios y certeros que solo un guerrero como él podía realizar.

No hubo líquido rojizo alguno tras la perforación de la carne. En su lugar unos tremendos chorros de sangre negra comenzaron a salpicarlo todo, acompañados de gorgoteos y un gemido ahogado. Allí le dejó, desangrándose, sin perder el tiempo volviendo a por la noqueada compañera, contando con que no volvería a levantarse. 

El sonido de cómo la arrastraba a través de la nieve fue lo único que se escuchó en los próximos instantes de desgarrador silencio donde el aire solo olía a muerte. La soltó cerca de donde había caído el escudo de la cruzada. Lo recogió, atándoselo fuertemente a su brazo izquierdo, junto a un fuerte sonido a tiras de cuero estirándose y ajustándose mientras observaba el lamentable estado de Gwenn y Erathia. El sonido le recordó al vendaje realizado por la muchacha. Una ola de ira le invadió, respiró profundamente intentando reponer el aliento sin mucho éxito aunque aún le quedaba algo de fuerza. Se agachó y pegó directamente la cara frontal del escudo al rostro de aquel femenino ser, mientras empezó a irradiar cada vez más luz. Una luz de tanta intensidad que tuvo que ayudarse a cubrirse los ojos con su brazo libre.

Pareció quemar su piel, y puede que incluso su alma si es que tenía alguna, pues recobró la conciencia entre alaridos terribles que casi perforaron la mente del guerrero. Habló con fuerza para que su voz lograra sobreponerse a los estridentes gritos.

—¿Qué ocurre con Aodren?, ¿qué intenciones os han llevado aquí?, ¡habla!

Los alaridos dieron paso a una carcajada gutural. Ceneo volvió a preguntar aplicando el improvisado método de tortura. La portadora de cabellos oscuros habló, fue clara y directa.

—Aodren debe morir. Hemos sentido la brecha que abrió en este plano para traer al mismo demonio que en parte lo posee desde que cayó sobre él la maldición que le fue conjurada.
—La maldición ha sido interrumpida en su mayor parte, y ya hemos acabado con incontables demonios antes, ese no será una excepción.
—No sabes de lo que hablas —una sonrisa igual de fría que la de su compañero antes de comenzar el enfrentamiento nació en su rostro—. Aodren lucha contra la voluntad de dicha entidad, intenta usar el poder de su parte pero pierde fuerza conforme pasa el tiempo, cada vez pierde más el control.
—¿De qué cojones estás hablando?, ¿qué clase de demonio es el que le posee? —su pregunta dio paso a otra retorcida carcajada.
—Tiene muchos nombres, pero no seríais capaz de pronunciar ninguno de ellos.

Ceneo comenzó a sentir un dolor punzante en su cabeza. Temiendo que la mujer estuviera consiguiendo evadir la defensa del escudo para penetrar en su mente decidió actuar rápido.

—Ya he tenido bastante. Y sinceramente, no me creo una mierda de todo lo que has dicho.

Alzó el escudo y emitiendo un grito de fuerza lo bajó con las apenas últimas energías que le quedaban hacia el fino cuello de ella. No hubo reacción por su parte, un tremendo chasquido cercenó la cabeza del cuerpo levantando pequeños montones de nieve y transformando su blanco color en negro de forma paulatina mientras la fuga del líquido de la vida se producía desde ambos lados del corte.

Con un gesto de enorme cansancio limpió la parte inferior del pesado objeto y partió con dificultosos pasos hacia Erathia. Ayudaría a que se reanimara de su desmayo, ¿pero podría traer de vuelta a Gwenn de su estado?, quizá incluso tendría mejor información sobre lo que estaba ocurriendo, nada parecía encajarle y menos aún todo lo relacionado con esos misteriosos ángeles negros.

No había tiempo que perder. Necesitaban recuperarse como fuese para volver e ir en busca de Aodren, aunque la pregunta que comenzó a atormentar su mente era si cuando le encontraran tendrían que ayudarle, o acabar con él.

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