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Crónicas de Aodren: Bleidd

Que el más bello de los parajes puede esconder el más terrible de los peligros era algo comúnmente sabido por todo aquel que tuviera un mínimo de experiencia en el mundo. Ella no era una excepción, pero si había algo que la incomodara más que el lugar al que se dirigía eran sus dobles ropajes de cuero endurecido y un sombrero de estilo tricornio del mismo material, que aunque no formaba parte de sus gustos habituales, ejercía muy bien su función para pasar algo desapercibida a ojos ajenos.


La incomodidad sin duda iba más allá de la apariencia estética. Soplaban tiempos difíciles, diversos conflictos con los condes de las tierras circundantes habían sacudido las zonas locales, e irónicamente, la escasez de trabajo se había pronunciado hasta cotas desesperantes. Hasta que le llegó un encargo, pocos días atrás, del cual fue informada mediante una enigmática carta.

De ser otros tiempos no habría aceptado. No era su especialidad, por no mencionar el espeso misterio que rodeaba el asunto a pesar de tener unas instrucciones muy simples, pero la generosa cuantía de oro ofrecida por concluirlo superaba en la balanza el peso de su desconfianza. No sabía muy bien a qué iba a enfrentarse, de ahí a que llevara un tipo de protección más pesada de lo habitual, prefería hacer ese sacrificio de movilidad y maniobrabilidad en aras de una mayor resistencia.

Las botas de guardabosques, al igual que los guantes, eran gruesas y pesadas. Ofrecían una pisada y un manejo firme a costa de una mayor agilidad, un punto a favor a la hora de encarar una situación de precisión con un objeto no demasiado ligero.

En cuanto a armas había escogido una ballesta de arco gótico, una elegante fusión que combinaba la potencia de una ballesta con la rapidez de recarga y el alcance de un arco, provista de una afilada hoja de longitud media al final para facilitar el combate cuerpo a cuerpo. Se suponía que sería el arma a distancia perfecta, la cual desde su creación fue transferida a unos pocos cazadores de brujas y otros cuerpos de élite para su experimentación de campo. Cómo logró hacerse con una es algo que solo ella conoce.


Era la primera vez que la llevaba encima para un encargo. Al ser un arma tan extraña y poco vista, ejercía en algunos momentos un pequeño foco de atención en miradas ajenas. Pero al mismo tiempo ejercía cierto miedo a lo desconocido, cosa que evitaba preguntas e intromisiones indeseadas en según que zonas. A su espalda igualmente, un carcaj de flechas largas de plumas negras, y sus indispensables dagas a cada lado de su cinturón, aptas para cualquier situación.

El relincho del caballo le pasó desapercibido, tal era el ensordecedor ruído del viento que atravesaba el espeso bosque que pronto había empezado a rodearla durante el trayecto. Árboles frondosos que parecían esconder algo tras su hipnótica belleza, y un agitamiento de ramas y hojas que bien parecería que estaban realizando algún tipo de danza entre ellos acompañados de potentes silbidos causados por el vendaval, proporcionando con ello sonidos de tintes un tanto lúgubres.

Resguardó a su fiel montura en una zona cercana, ruínas de lo que pudo ser una acogedora casa en el pasado. Cargó el arma concentrada, sin darse cuenta de que su largo cabello, antes resguardado bajo el sombrero, se había liberado y ondeaba sacudido por el fuerte viento. Un sentimiento de satisfacción la visitó brevemente al presenciar como la flecha encajaba a la perfección en la ranura con una precisión casi milimétrica, mientras observaba en el lateral derecho una pequeña placa adherida y encajada con un nombre meticulosamente grabado. El suyo, Gwenn.

Decidida, se adentró paulatinamente en la espesura con paso lento pero firme y ojos atentos a los límites de lo visible. A los pocos instantes empezó a pensar en una parte muy especial de la carta del encargo, la parte en la que aparecía la mención a su objetivo. Una bestia enorme de pelaje negro, ojos rojizos y capacidades en su mayor parte desconocidas, junto a un cántico poético que acompañaba la leyenda de dicha criatura.

Como un cristal observará su reflejo,
de piezas rotas a través del tiempo,
buscando lo que arrebató el recuerdo,
ya convertido en un puzzle mal hecho.

El inesperado final de un hermoso cuento,
de calor consumido por hojas de invierno,
empapadas en melancolía y tejido muerto,
carcasa vacía de cuerpo maltrecho.

Lobo maldito, eternamente hambriento,
de ardiente flecha clavada en su pecho,
atravesando ilusiones y viejos sueños,
de un amor antaño traicionero.

El suyo propio, por querer ser como el viento,
acariciar la montaña que creerá no tan lejos,
sin saber que ya tendrá escalador y dueño,
lobo maldito, atado en su tormento.

Jamás dejará de estar vivo, para sentirse muerto.


El apodo que había recibido el supuesto monstruo por parte de la población local, Bleidd, hacía referencia a un espíritu lobezno salvaje. Gwenn no poseía grandes conocimientos en cuanto a magia se refería, pero recordó viejas historias de hechiceros que acababan siendo poseídos por entidades de diversos tipos a causa de sus enigmáticas prácticas. Algunos por espíritus de la naturaleza, otros por demonios, o incluso fuerzas completamente desconocidas que traspasaban la cordura y comprensión humanas en el peor de los casos.

¿Y si era uno de ellos?, pensó. No podía ser, ¿acaso no habían sido siempre nada más que cuentos para asustar a los niños que mostraban una curiosidad y pasión desmedidas por lo arcano? Quizá solo era un lobo grande que había aterrorizado a los alrededores, junto a la imaginación calenturienta de los que se lo habían topado en su camino.

Sin dejar de apuntar con su arma mientras oteaba atentamente, su mente siguió dando vueltas. El viento no cedía, pero extrañamente dejó de escucharlo. El estridente pero pausado crujir de ramas y hojas muertas bajo sus pesadas botas mientras se internaba cada vez más en el bosque palideció ante el bombeo de su propio corazón. El aire había cambiado. La intensidad era la misma, pero su naturaleza ya no.

Tal era el ambiente como para atenazarla. A ella, una profesional del asesinato, del camino entre las sombras y portadora de una sangre que corría por sus venas bien capaz de congelar el lugar donde se vertiese. Caían hojas de forma constante desde las alturas, se paseaban delante de su vista planeando de formas caprichosas mecidas por lo invisible hacia un inevitable destino en el húmedo suelo. ¿Y el suyo?, ¿es su destino también inevitable?

Se giró ligeramente para cubrir otra zona y el rabillo de su ojo izquierdo detectó algo que requirió su atención casi de forma telepática. Terminó el giro para asegurarse, y cada músculo de su cuerpo se tensó hasta límites que no había recordado sentir en su vida. A pocos metros, justo frente al increíblemente enorme tronco de un árbol que bien parecía ser el más antiguo del lugar, permanecía erguida una sombra humanoide de gran envergadura y corpulencia, una montaña de músculos bajo una capa de pelaje negro como la noche.

Notablemente inclinada, la figura observaba a la muchacha entre una mezcla de curiosidad y travesura, aunque no de la que se podría esperar de un niño, sino más bien la de una criatura salvaje que se pregunta qué formas de jugar con su presa escoger antes de despedazarla y degustarla. Bajo unos ojos inyectados de un rojo fulgurante, abiertos al extremo, no tardaron en surgir hileras de cuchillas amarillentas (¿o eran dientes?) enjugados en hilos transparentes de baba que se columpiaban desbordando fauces tan grandes como grotescas mostrando una mueca terrible con ello.

Pareció que los segundos se desplegaban en minutos para Gwenn. Poseída por el terror, solo sus casi desencajados ojos atestiguaron su sentimiento. Aferró aún más sus piernas al suelo haciendo que las botas crearan profundos surcos en la húmeda tierra y su cuerpo se convirtió en parte del arma que ya apuntaba hacia lo que ella creía el pecho del monstruo. No vaciló. Disparó.

El estridente sonido del pestillo de la ballesta rompió el silencio cual afilada espada en fina tela, seguido de un zumbido y un fuerte impacto parcialmente ahogado por una superficie blanda acompañado del ligero gorgoteo de un líquido. Justo en el centro de su diana. Había acertado... en el árbol. El fino reguero de savia brotaba del agujero abriéndose paso por la mitad de la flecha incrustada en la corteza.

"¡No es posible!", gritó en silencio. Sin bajar el arma miró hacia todos los puntos cardinales, ¿qué había ocurrido?. Pareciera que en algún leve parpadeo de sus ojos durante el disparo la criatura desapareció por completo. Pero eso no era posible, ¿o sí?. "¿Habrá sido una alucinación?", se preguntó.

Pero no llegó respuesta alguna a su mente, en cambio sí lo hizo a su visión una silueta de reducida estatura que salió de la parte trasera del mismo árbol que había ensartado. No tardó en revelarse su apariencia. Un niño, de pelo castaño y mirada inocente, se acercaba a ella a pequeños pasos:

—Tú... tú no deberías estar aquí —balbuceó ella.

Embriagada por la confusión no supo como reaccionar, ventaja que aprovechó el infante para lanzarse cuando apenas existía distancia entre ambos. Si no fuera por su boca, ya abierta y poblada por púas en lugar de dientes, habría pasado por un ser humano normal, el mismo que creía haber reconocido. Ya era tarde.

Un desgarrador grito traspasó el bosque de punta a punta sacudiendo cada hoja, cada rama... Las ropas de cuero se vieron perforadas sin apenas resistencia, e hilos carmesí brotaron como si de una fuga a presión se tratara.

Yacía en el suelo, un hombro derecho perforado llevaba a un brazo completamente inutilizado. Cualquier buen guerrero se habría desmayado por el dolor o bien habría perdido ya la cordura por las visiones a las que se estaba enfrentando, pero ella era diferente, había pasado por cosas que pocos podrían imaginar. Sacó una de sus dagas con su mano izquierda, invocando unas últimas fuerzas, y llevó la afilada hoja hacia donde creía estaba el cuello de su atacante mientras cerraba los ojos y entonaba un grito de rabia.

Lo sintió. La daga traspasó carne, escuchó el gorgoteo de una garganta abierta de lado a lado. Apoyándose algo mejor abrió los ojos para contemplar su victoria, pero lo que apareció ante su mirada la turbió aún más mentalmente, llevándola al límite de la locura. Se vió a sí misma, de pie, con el cuello completamente cortado y abierto, con ojos desencajados por el terror que la miraban fíjamente con una expresión que parecía querer decirle, ¿qué has hecho?, ¿por qué?.

Gwenn estuvo a punto de entrar en crisis. Volvió a cerrar los ojos mientras su cuerpo emitía pequeños espasmos que apenas podía controlar. Su centro nervioso a punto de colapsar con la parte inconsciente de su cerebro queriendo desconectarse, que perdiera la conciencia. Era todo tan insoportable que su alma buscaba el sueño o la muerte.

Comenzó a respirar profundamente, buscó anclarse a un símbolo de realidad que la sacara de las ilusiones que estaba segura estar presenciando. Llevó su mente a un estado de inicio de meditación controlando el flujo de aire en sus pulmones mientras quitándose el guante a duras penas de su mano izquierda la llevó bajo sus piezas de cuero desde su pecho para llegar y sujetarse el hombro derecho, el cual notó al instante que estaba en perfecto estado. Las pequeñas y redondas cicatrices seguían allí, al igual que lo habían estado todo el tiempo.

La herida que presenció y sintió no fue más que la revisión de uno de sus mayores miedos, el volver a ser torturada como le ocurrió tiempo atrás y de lo cual guarda dichas cicatrices. El niño, por el otro lado, fue una víctima accidental de un disparo suyo durante unas prácticas muchísimo antes, siendo ella apenas una niña. Una culpa y una carga que la atormentaba en delicados momentos, algo que temía que volviera a repetirse un día.

Se puso en pie lentamente recobrando sus sentidos y parte de sus fuerzas. El aire había vuelto a cambiar y ahora parecía el viento fresco y natural que ya notó en sus iniciales paseos por el bosque. Apartándose unos pocos mechones de su cabello sucios de tierra levantó la mirada para ver lo que ella temía que no formaba parte de las ilusiones. El enorme hombre lobo.

Corrió unos pasos para recoger la ballesta de arco con su mano izquierda mientras la derecha sacaba una flecha del carcaj prácticamente vacío por la caída anterior, que había esparcido la mayor parte de su contenido por el húmedo suelo perdiéndose entre huecos imposibles de raíces retorcidas de todos los grosores imaginables. No le quitó la vista de encima a la bestia, sabía que tendría una o dos oportunidades como mucho.

Se arrodilló rápidamente. Recargó de forma mecánica, sin pensarlo, y apuntó firme. La criatura para su sorpresa no se movió, ni hizo ademán de correr a su encuentro para atacarla. En su lugar abrió los poderosos y musculosos brazos, mostrando su pecho. La roja mirada, antes portadora de odio y rabia, parecía implorarle... ¡hazlo, ahora!

Disparó. La flecha silbó, y esta vez impactó directamente en el corazón del monstruo. Sus brazos se encogieron hacia su pecho mientras se arrodillaba entonando un desgarrador aullido salvaje y animal que fue convirtiéndose paulatinamente en un grito más humano, a la misma vez que una intensa neblina negruzca salía de su cuerpo y cubría su contorno más cercano.

La mujer esperó pacientemente hasta que el lamento cesó mientras la niebla se deshacía para a continuación acercarse cuidadosamente a lo que fuese que estuviese allí. Se encontró con un hombre arrodillado, desnudo, de pelo largo y oscuro, barba poblada y apoyado en sus dos puños sobre la tierra. Si no hubiera sido por el gesto de dejarse acertar lo habría rematado allí mismo. Estaba intrigada, pero eso no quiso decir que bajara la guardia. Se acercó un poco más y habló:

—Te preguntaría quién eres, pero antes debería preguntarte qué eres.

La respuesta tardó un poco en llegar. El hombre pareció estar recobrando un aliento que había perdido durante un tiempo difícil de calcular:

—Soy un hechicero —dijo al fin, mostrando síntomas de estar notablemente confuso—, maldito desde otros tiempos. Maldición que has conseguido, en parte, deshacer. ¿O estoy soñando? —el hombre se levantó y echó a correr hacia ella con largos pasos mostrando su pecho. Parecía estar fuera de sus cabales—. ¡Dispárame!, ¡dispárame de nuevo!, ¡quiero despertar!

Gwenn emitió un grito de advertencia en vano. Balanceó ligeramente su arma y le atizó un golpe seco con la culata, dejándole medio aturtido:

—¡Cálmate, esto no es ningún sueño!

Esperó unos instantes mientras el enigmático personaje recobraba la compostura y volvió a hablarle:

—¿Qué es eso de una maldición desecha solo en parte?, ¿intentas decir que volverás a convertirte en esa cosa?
—Al menos durante un tiempo, no puedo decir cuánto... —la voz del hombre se corrompió por unos instantes y echó a llorar abrumado por un dolor que no era físico—. Tantas almas sesgadas en este bosque, todo aquel que intentaba aventurarse —lamentaba mientras miraba hacia todas partes a su alrededor—, solo una pequeña parte de lo que el destino está por revelar. ¿Crees en el destino?, ¿crees que todo esté escrito en alguna parte para cada uno de nosotros?, no somos más que peones en un tablero, marionetas perdidas en la ilusión del libre albedrío...

La joven temió que volviera a caer en cierta pérdida de cordura hablando consigo mismo. No tardó en continuar hablándole, tenía que saber qué pasaba, y mantenerlo con ella:

—Por lo que me has dicho, no eres consciente de ti mismo ni de tus actos durante esa transformación... o lo que sea que es. Sin embargo sentí algo diferente antes de lanzarte la última flecha.
—Así es —volvió a mirarla, calmándose, parecía volver en sí poco a poco—, no soy dueño de mis actos durante ese tiempo y solo mantengo trozos perdidos de memoria, a menos que alguien fuera capaz de romper la magia de ilusión que emanaba de mi y la cual hacía enfrentarse a sus peores miedos y demonios internos a todo aquel que se acercara lo suficiente. Algo que tú has hecho. Te daría las gracias, pero no tengo palabras para mostrar mi agradecimiento.

Por un momento ella pensó que por fin se encontraba delante de un ser humano. Y por una vez, no sintió importancia hacia la recompensa monetaria.

—Resulta irónico. Mis amargas experiencias pasadas me otorgaron cierta fuerza, la misma que me ha permitido pasar por estas pruebas, por llamarlo de alguna forma. Quien me envió aquí me conocía mejor de lo que imaginaba, de alguna forma sabía que tendría alguna posibilidad.
—¿Quién te mandó aquí? —preguntó él lleno de curiosidad.
—No lo sé, pero dejó instrucciones para encontrarle una vez terminara.
—Ya veo —respondió el hechicero mientras se acariciaba la poblada perilla—. Imagino que querrás cobrar la recompensa que te hayan prometido. Te acompañaré si te parece bien, necesito saber de quién se trata.
—Bueno —dijo después de bajar por primera vez el arma del todo apuntando hacia el suelo—, no suelo ir en compañía, pero me intriga todo esto. Con tu permiso a mi también me gustaría acompañarte a donde vayas —miró con un gesto de desesperanza hacia el cielo—. Nada es como antes y solo parece reinar el caos en la mayor parte de este mundo.

 
—Partamos pues, no perdamos más tiempo —comentó él mientras miraba hacia sus partes íntimas en un gesto divertido, las cuales al igual que el resto de su cuerpo estaban completamente libres al desnudo y gozaban del fresco aire del bosque—. ¡Aunque antes debería encontrar algo para ponerme encima!

Ambos rieron de forma espontánea, aunque breve, despejando sus tensiones, sus pulmones. Un vínculo de confianza se creó en ese mismo momento. Caminaron juntos durante unos instantes mientras ponían rumbo a su viaje.

—Por cierto —dijo ella de forma repentina—, no me he presentado. Mi nombre es Gwenn.
—Encantado de conocerte, Gwenn. Algunos me conocen como Bleidd, como ya imagino que sabes, pero mi nombre es Aodren —sonrió, mientras hacía una pequeña reverencia quitándose un sombrero imaginario.

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