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Crónicas de Aodren: Cacería de la Luna Negra (I)

Se hacía complicado andar sobre la gruesa capa de nieve que yacía bajo los pies, y el frío acechaba con penetrar en sus huesos si osaban mantenerse inmóviles durante poco más de unos minutos. Alertados por unos guturales sonidos habían partido en plena noche siguiendo un rastro de huellas hacia la profundidad de la nada dejando el calor y la comodidad de la taberna en la que se hospedaban temporalmente.
La luna, sin perder ni un ápice de su plateado brillo, se había vuelto de una tonalidad extraña y oscura totalmente ensombrecida, como si se hubiera abierto un agujero en el mismísimo cielo de la creciente noche. Con la intención de pasar más desapercibidos confiaron su vista a su resplandor.


—Esto no me gusta nada.
—¿Acaso te sorprende?, ¿has visto estas huellas?
—Tú eres el experto, ¿de qué demonios se trata esta vez?



Quien se quejaba no podía ser otro que Ceneo. Su nerviosismo latente había aumentado hacia cotas en las que sentía perder el control de la situación, algo nada habitual en él. Detestaba la magia y las criaturas relacionadas con ella, llevándose peor todavía con las que, en los peores casos, procedían de otros planos de existencia.

Sujetó con mayor fuerza su arma. Un enorme, tosco y pesado mandoble que le hacía carecer de una defensa aceptable, así como de la maniobrabilidad a la que solía estar acostumbrado en combates donde no conocía a lo que se enfrentaba. Alguien robó parte de sus armas la pasada noche al igual que la vara y la espada de su acompañante, y fue lo único que pudo pillar más a mano. Pensaron en algunos ladronzuelos de poca monta, pues no era la primera vez que ocurría, de los cuales podrían ir más tarde. Se alegraba de llevar parte de su pesada armadura. El hechicero, al contrario, iba con una protección muchísimo más ligera, pero para este su mayor confianza residía en sus dotes arcanas.

Sabía perfectamente que no estaba con el arma adecuada para un encuentro con lo desconocido, y por ello maldecía. Al igual que lo hacía con su compañero, Aodren, cuya determinación e insistencia le habían sacado de la comodidad para ir tras algo sin estar del todo preparados.

Pagan muy bien por este trabajo, vamos, solo quiero echar un vistazo —intentó animarlo en vano el brujo.

Casi al otro lado del bosque en el que se habían internado, en una mediana llanura, una pequeña casa solitaria esparcía una humareda desde su chimenea creando grises pinceladas en un cielo completamente despejado, reinado por la luna negra y un séquito de brillantes estrellas. En las largas sombras de entre los árboles que lindaban con dicho descampado algo se retorció. Abruptamente despertado de su tranquilidad, el bosque reaccionó. Las aves en el cielo, las criaturas del suelo, incluso la propia tierra tembló. Algo iba realmente mal.

El silencio de la noche explosionó en el interior de la casa. El crujido de la madera, un gutural rugido que bien parecerían las bisagras de la mismísima puerta del infierno, el frío aire nocturno junto a un aroma salvaje. Un olor a cuero reseco y tierra de cementerio. Pocos instantes después la antesala al más absoluto silencio solo estuvo formada por alaridos de espanto y el crujir de huesos acompañando al resquebrajamiento de carne.

Aunque ajeno a los acontecimientos debido a la cierta lejanía, Aodren aceleró el paso al captar algo en el ambiente. Ceneo lo tomó como un presagio, y su espíritu de guerrero ardió con más fuerza ante un posible encuentro inminente.

—Has captado algo, ¿verdad?
—Así es, algo ha perturbado enormemente el tejido de nuestra realidad, aún debemos avanzar un poco. 
—Tal como temía, algo sobrenatural, ¿tienes idea de qué ha traspasado el velo?
—No estoy seguro, pero por lo que hemos visto y oído hasta ahora diría que puede tratarse de un hombre bestia. 
—Esta noche no estoy para bromas, créeme —dijo siendo consciente de la poca inclinación del brujo hacia las bromas y el cachondeo en general. Recibió una mirada como respuesta que le bastó para recordárselo.

Los hombres bestia eran algo conocidos por Ceneo de antiguos relatos supuestamente más cercanos al mito que a la realidad. Aodren, sin embargo, tenía más conocimiendo acerca de ellos.

Ese tipo de entidad demoníaca solo podía ser traída de una forma, una poderosa invocación llevada a cabo por un experto en magia negra. Son criaturas de un poder y un peligro extraordinario, especialmente porque existe una importante probabilidad de que el invocador pierda el control sobre ella. Dominarlos era lo que persuadía a los más temerarios, como si de una prueba a sus capacidades de conjurador se tratase, llevándolos normalmente a la perdición.

De fuerza sobrehumana, su horripilante aspecto era descrito como un musculado cuerpo humano, existiendo tanto versiones masculinas como femeninas, a excepción de las piernas, propias de una cabra, y una horripilante cabeza de carnero u otros animales como toros o bueyes.


Dichos demonios una vez desatados tenían como único objetivo la masacre indiscriminada, mostrando especial predilección en cuanto a armas por hachas y alabardas que conseguían robar a sus adversarios, envueltos en una ira constante que quizá formaba parte de su naturaleza, o bien nacida por haber sentido como intentaban esclavizarlos mostrando odio por el lugar al que han sido traídos sin su consentimiento. Puede que incluso una combinación de ambas cosas. En caso de no contar con arma alguna no les suponía un problema, sus propias zarpas podían producir cortes no menos letales que el de la más afilada de las hojas. Carniceros de extrema violencia y bruta corpulencia unidos a una perturbadora presencia.

Un nerviosismo se hizo patente en ambos, sus sentidos estaban tensos y en alerta. Cada sonido, cada sombra podía ser una potencial amenaza. Incluso... ¿uno de ellos mismos?

Ceneo balanceó repentinamente su arma para dirigir un tajo terrible y certero. Aodren apenas tuvo tiempo para mirar a su lado y apartarse mientras un gran mechón de su pelo salía despedido sin apenas ver el movimiento de la enorme espada. Cayó tendido al desequilibrarse con el brusco movimiento evitando una muerte segura. Si el guerrero hubiera ido algo más a su espalda, o llevado alguna de sus armas más ligeras y no aquel pesado mandoble ahora estaría ensartado como un animal en un matadero, calentando la superfice de la nieve con su propia sangre.

—¡¿Pero qué...?!

El estupor le duró unos segundos, Ceneo se dispuso a balancear la espada de nuevo. Solo percibió en su inesperado oponente una mirada perdida en la nada, y esta vez no podría esquivarle. Alzó la mano en un vano intento de detenerlo, no podía lanzar sortilegio de protección alguno en tan poco espacio de tiempo sin evitar que parte de su compañero saltara en pedazos en el proceso.

La afilada hoja se elevó por encima de la cabeza del guerrero sujetada firmemente por sus fuertes manos. La luz de la luna se reflejó en ella creando una brillantez inusual a los ojos del brujo, el cual creyó ver en dicho brillo un pasadizo a la otra vida.

De repente se coló en su oído izquierdo el sonido de una especie de pluma pasando a una velocidad casi imperceptible, pasando tan cerca de su oreja que notó un leve cosquilleo. Luego, un alarido de dolor. Tanto el brillante reflejo como la figura del guerrero ya no estaban frente a él. Algo desorientado, intentó observar qué había ocurrido.

Ceneo se encontraba tumbado. Su expresión había cambiado por completo, como si el dolor le hubiera despertado de un profundo trance.

—¡¿Qué demonios hago en el suelo?! —se quejó, más por su situación que por el propio dolor en sí mismo, el dolor que cualquiera sentiría al verse una flecha atravesando su mano derecha, me he sentido por un momento entrar en una especie de profundo sueño, y como si alguien hurgara en mi mente. ¡Y mi mano...!

Ambos apenas tuvieron tiempo a sacar conclusión alguna de lo que había ocurrido cuando una voz femenina muy familiar surgió cerca de ellos, proveniente de una silueta que caminó a su encuentro saliendo de unos árboles cercanos.

—No se os puede dejar solos, parece que he llegado justo a tiempo.

La mujer llevaba un bulto bien atado colgando de su cinto de cuero. Sin detenerse se lo desenganchó y lo lanzó hacia los aún desorientados hombres, rodando y dejando en su recorrido unas pinceladas de color rojo por la nieve unos instantes hasta detenerse al fin muy cerca, revelando aquella extraña luz de la noche su naturaleza. Era una cabeza, la cabeza cercenada de un viejo decrépito de ojos carentes de pupila con una característica marca en la frente. Aodren identificó el detalle.

—Un nigromante. Ha debido de ser él quien ha hechizado la mente de Ceneo para que intentara matarme.
—Eso parece —respondió la mujer—, no tenía idea de lo que se traía entre manos. Le observé realizar un extraño sortilegio mientras os observaba y conseguí interrumpirle, o eso pensé.
—Creo que si realmente le hubieras interrumpido ahora no tendría esta flecha perforando mi mano, ¿no te parece Gwenn? —habló Ceneo en un tono rudo mientras se incorporaba y buscaba torpemente su arma con su otra mano sin dejar de atravesarla con la mirada.
—Hice lo que pude, fui a por él mientras patrullaba los alrededores de vuestro avance tal y como acordamos justo antes de partir —replicó ella elevando el tono y dirigiéndose hacia él con paso firme, ajustándose a la espalda el arco que había usado apenas instantes antes y desenfundando una de sus dagas con la mano derecha—. ¿Acaso vas a echarme la culpa de haber evitado que cortaras a Aodren por la mitad?
—¡Basta, calmaos los dos!, calmaos de una vez... —el hechicero intentó incorporarse mientras hablaba, pero para su sorpresa el extraño cansancio había hecho mella en él a un nivel físico y mental muy profundo, algo que no pasó desapercibido para sus compañeros. Dejando a un lado su enfado se acercaron para ayudarle a levantarse—. No... no sé qué me ocurre...

Ceneo mostró evidentes signos de preocupación, algo le decía que todo había estado yendo terriblemente mal desde un principio. Gwenn no tardó en hablar de nuevo.

—Conseguí sacarle algo información antes de dejar sin cabeza a ese despreciable. No os va a gustar lo que...

El hechicero ya estaba incorporado. Tanto él como su compañero la miraron atentamente e hicieron un ligero gesto de aprobación para que continuase sin demora.

—Algunos rufianes que trabajaban con él han procurado debilitaros mediante algún veneno durante los pasados días, tiene pinta de que os está afectando, me he salvado de ello al llegar a última hora para reunirme con vosotros. El robo de vuestras principales armas está relacionado también.

El guerrero miró al brujo con ojos casi desorbitados. No se encontraba tan mal, aunque sí con niveles de nerviosismo y ansiedad nada habituales en él, sin duda parecía afectarles de forma diferente.

—Todo esto no me cuadra —habló pensativo, parece un plan demasiado elaborado para un nigromante. No es su forma de actuar, no se andan con este tipo de rodeos.
—Y razón tienes —respondió Aodren, nos hemos confiado demasiado pensando que... —apenas pudo seguir hablando, una tos seca le invadió repentinamente y se inclinó un poco tapándose la boca. Pequeñas gotas de sangre cayeron desde su mano.
—Larguémonos de aquí cuanto antes —era Gwenn ahora quien mostraba graves signos de preocupación. Tanto ella como Ceneo ayudaron al hechicero a mantenerse en pie mientras procuraron poner rumbo de vuelta al poblado—, desconozco si habrán más de su calaña por la zona, o a saber qué otras cosas.
—Estoy de acuerdo —añadió el guerrero—. No estamos en condiciones de continuar la búsqueda, mucho menos de pretender luchar. Hay que reunir al resto del grupo, algo gordo se está montando aquí.

Los tres partieron tan rápido como pudieron por el único camino seguro posible para volver, el cual llevaba por zonas más despejadas, tardarían un poco más pero a través del bosque resultaría fácil perderse y el estado en el que se encontraban dos de ellos llevaría a un nefasto final. Aodren parecía estar al borde de perder el conocimiento, pero se mantenía algo lúcido y estable aun perdiendo algo de sangre a cada pocos pasos, mientras Ceneo empezaba a sentirse algo más afectado que antes y su mano afectada le lanzaba intensos latidos y dolorosas punzadas. Gwenn solo pensaba en que si tardaban algo más del tiempo planeado para volver no podría cargar con ambos.

Un par de decenas de pasos más adelante, orquestando una agonía casi eterna para el grupo, comenzó a apoderarse un silencio sobrecogedor en el ambiente, todo sonido de la noche desapareció. Por un momento se detuvieron y creyeron haberse quedado completamente sin oído mirándose unos a otros.

Pocos instantes después alzaron la vista al frente casi al mismo tiempo al ver una enorme sombra repentina surgida de la nada en mitad de aquel descampado en el que se había convertido el camino. Parecía avanzar hacia ellos, y no tardó en ser desvelada por la luz de la luna que les guiaba hasta el momento.

Lo que se alzó delante de ellos fue algo que la palabra abominación se quedaría parca a la hora de describirlo. Compuesto de carne completamente putrefacta, andaba de forma bípeda y realmente torpe. Formado de lo que parecía ser de la cintura hacia arriba de dos torsos humanoides unidos por parte de su espina dorsal, desprendiendo algunas vísceras donde estaría el estómago y con las costillas completamente abiertas hacia fuera mostrando cavidades torácicas prácticamente vacías, coronado por dos cabezas de toro ensangrentadas con parte de la piel despellejada y ojos sin pupila. De cada torso un par de musculados brazos sujetaba un hacha tosca y enorme.

Aquello sin duda era una criatura muerta viviente, un revoltijo de entrañas tremulosas sin alma ni espíritu alguno puestas de cualquier modo. El nigromante, de quien sospecharon como artífice, había realizado una auténtica chapuza, un entramado caótico de partes de cuerpos tanto humanos como animales. Algo debió fallar en el proceso y se gestó una auténtica aberración incluso para los de su mismo gremio de artes oscuras, una abominación. Pero al menos pensaría que su cometido estaba asegurado si algo fallaba, especialmente si sus víctimas iban a estar fuertemente debilitadas.

Una de las cabezas emitió un intento de gruñido salvaje y amenazador, pero el sonido que atravesó de forma punzante la mente de los aventureros fue aún más aterrador e indescriptible de lo que podría imaginarse. La otra cabeza empezó a sufrir violentos espasmos, dejando caer hilos de baba y mucosidad. Comenzó de nuevo a avanzar hacia ellos, mientras el hedor de la podredumbre amenazaba con asfixiarles. Las hachas fueron alzadas casi al mismo tiempo.

No había escapatoria posible al encuentro. Sin fuerzas y sin tiempo, estaban a punto de enfrentarse a una de las peores pesadillas que bien podría llevarles hacia una muerte atroz y terrible.

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