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Diario de un lobo errante (II)

El cielo está completamente despejado. La Luna llena esparce su plateada luz desde lo más alto y, hacia el suroeste, una estrella solitaria palpita con brillos de diversos colores e intensidades como si quisiese enviar algún tipo de señal. Hoy la noche está en calma, tanto que no corre brisa alguna, y al contemplar la calle parece que el tiempo se haya detenido por un momento. Me gusta esa sensación. Es como si se hiciera un paréntesis en el propio espacio-tiempo y me colara dentro. No existe el ayer, no existe el mañana. Apartado de todo durante unos instantes mientras llegan a mis oídos el canto de los grillos y unos débiles ladridos haciendo eco en la lejanía.

Apartado de todo... menos de mis pensamientos. Aunque esta noche no pienso en nada. No siento malestar alguno, pero sí la mente completamente vacía, sin intención de dedicarle un solo segundo a algo que no sean mis propios pasos.

Puede que sí haya algo más, pero en esta ocasión lo siento muy profundo. Tan profundo que es inalcanzable en estos instantes. Distante, frío... casi tanto como las bajas temperaturas que se han apoderado de esta noche, calando en la carne y los huesos intentando abrirse paso hasta mi propio interior. 

Alzo la mirada y la veo a ella, tan resplandeciente y sin compañía de estrellas esta noche. "Dime, Luna, tú que estás ahí cada noche. Imperturbable, iluminando la oscuridad. ¿Existe una segunda oportunidad para un error que nunca se ha cometido?"

Se rompe el paréntesis, el tiempo vuelve a fluir. Las sombras salen de sus escondites para intentar alcanzarme lenta pero decididamente. Es hora de poner los pasos de vuelta antes de que los recuerdos que mantenía alejados pueblen de nuevo mi mente.

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